Ahí tienen un nombre para la Historia: Margaret Keenan. Esta mujer británica de 90 años ha sido la primera persona del mundo —vale, para que se no enfaden los tiquismiquis ñiñi— tras unos centenares o miles de voluntarios que ha recibido la vacuna contra el covid-19. En concreto, la de la farmacéutica Pfizer. Tras ella ha llegado, y esperemos que no sea presagio de un drama, un ciudadano llamado William Shakespeare, se lo juro. El resto de los que fueron pinchados ayer en el Reino Unido quedarán, si cabe, como glorias locales o, los menos suertudos, como apuntes para la estadística. Será fantástico que resulten los primeros de una lista muy gruesa de seres humanos inmunizados —ojalá por mucho tiempo— frente a una enfermedad que ya no tendrá la capacidad destructiva que ha mostrado en este fatídico año.
Aguardo con cierta ansiedad mi turno. Es verdad que también con unas migajas de recelo. Porque yo soy de los que no tiene dudas de que va a vacunarse, sin por ello dejar de entender a quienes albergan mil y un miedos. Ni de lejos caeré en la simpleza fácil de descalificarlos como conspiranoicos, magufos o patanes, que es lo que veo que sí practican determinados tipos superiormente morales. Comprendo, puesto que no les faltan, los motivos para su desconfianza. Y aun así, les animo a superarla.