De Miguel Ángel Revilla podría pensar que es uno de los centenares de caraduras simpáticos que uno se encuentra en la vida real, en la catódica o en ambas. Son tantos, que les alcanzaría para constituirse en especie aparte. Ahí entran desde el gorrón de las cuadrillas a quien no se le ha visto jamás pagar una ronda hasta el vecino que en el descansillo te da lecciones de organización comunitaria perfecta pero nunca está cuando hay que cambiar una bombilla de la escalera. Y, luego, claro, los de relevancia pública, como el presunto economista Leopoldo Abadía o, para no liar más la manta, el propio bigotón de Salceda, elevado en los últimos meses a catedrático de Democracia Avanzada I, II y III en determinados medios de comunicación y, fundamentalmente, en uno que vende a sus anunciantes carne indignada a tanto el kilo.
Es precisamente por esta presencia machacona y por el halo de verdad revelada que algunos le dan a sus chamullas por lo que mi juicio del personaje no se queda en la consideración que le daría a cualquier inofensivo jeta con labia. Súmese, además, que hasta anteayer como quien dice este fulano con solución para todo ejerció como presidente de una comunidad autónoma y se comportó igual o peor que cualquiera de los caciques a los que pone a bajar de cien burros.
Con el gorro lleno por sus fórmulas mágicas, el domingo me di un chapuzón en lo más profundo de la hemeroteca y a la salida tuiteé una de las piezas que capturé. Se trataba de un recorte del diairo Alerta de Santander de julio de 1973 en el que el individuo aparecía con el mostacho más negro y unas patillas King Size bajo este titular: “Brillante conferencia de Revilla Roiz ante la Guardia de Franco”. En la letra menuda, perlas cultivadas de la doctrina joseantoniana. Mi intención no era revelar su pasado falangista sino probar que el tipo siempre ha sabido colocarse a favor del viento que sopla. Nada más que eso.