Quizá se estén imprimiendo las esquelas del PSOE con demasiada premura. Lo anoto siendo uno de los que al ver la orina del enfermo no da un duro por su recuperación. En efecto, todo parece apuntar al fatal desenlace o, en el mejor de los casos, a quedar reducido al mismo estado vegetativo de su primo griego, el PASOK, que gobernaba hace dos años y hoy boquea patéticamente como quinta o sexta fuerza en el erial heleno. Si añadimos la querencia demostrada por el tiro en el pie, el cainismo inveterado, la irrupción de la supernova zurda que amenaza parte de su cuota de mercado y este contexto cabrón que le obliga a seguir pagando los plazos de la hipoteca borbónica que firmó hace cuatro décadas, se concluiría que no hay escapatoria. El destino que aguardaría a Madina o Sánchez sería apagar la luz y echar la persiana.
Ocurre, de un lado, que en política lo más previsible rara vez se cumple, y de otro, que el partido que fundó Pablo Iglesias Possé el 2 de mayo de 1879 tiene una larguísima colección de resurrecciones milagrosas. Diría, incluso, que como la de algunas otras siglas centenarias, su esencia ha sido el filo de la navaja. Ni siquiera hay que remontarse a los tiempos en que prietistas y largocaballeristas se hostiaban a modo en las Casas del Pueblo ni a los días en que el imberbe Carrillo y otros más talluditos la liaron parda. De apenas anteayer es el todo o nada de Suresnes, la espantá con posterior vuelta in extremis de Felipe en el XXVIII Congreso o, la muerte aplazada más reciente, la elección de un sobrero sin pedrigrí —Zapatero— que acabó pisando Moncloa cuatro años después. Nada está escrito.