Los trabajadores de la ACB de Sestao tenían que elegir entre peste y cólera. Todos a la puñetera calle o, como graciosa alternativa, solo la mitad, mientras a los demás le caía una pedrea de dos fines de semana de faena al mes. Ganó por 16 votos la segunda opción, tan raquítica, que ni siquiera cabe considerarla mal menor.
Por si no fuera lo suficientemente humillante tener que haber apoyado esa miserable oferta de Bwana Mittal, la legión de castos y puros de costumbre lanzó sus encendidos dardos contra los traidores de la clase obrera que presuntamente habían mendigado migas para hoy y hambre para mañana. Como ya se estarán imaginando, buena parte de las bravatas venían tecleadas por individuos de 14 pagas al año de (como poco) a 3.000 leureles, con su mes o hasta dos meses y medio de vacaciones y toda la gama de pluses reglamentarios. Pena no poder verlos un día en tesitura tan sangrante como la de los currelas de la acería casi de juguete que hicieron con los restos de serie de Altos Hornos. Pero jamás cambiarán sus cómodos pijamas de tuitear por la piel de quienes tuvieron que votar con la soga al cuello.
Confieso mi sospecha de que la dolorosa decisión de la exigua mayoría de la plantilla será un sacrificio baldío. Tal y como está el patio, y más allá de las buenas palabras institucionales, la cosa huele a cierre total a leguas. Sin embargo, me siento incapaz de afear ni un ápice la conducta de las 143 personas que se jugaron su futuro metiendo en la urna la papeleta del sí. Mi respeto también para las 127 que se pronunciaron en contra y, por descontado, para las 12 que se abstuvieron.