Aralar, un respeto

En política sí existe el determinismo. Por lo menos, para los pequeños partidos que surgen de la costilla o, más prosaicamente, del michelín de las formaciones grandes y, por eso mismo, mejor preparadas para la supervivencia. Entre las líneas de su registro en el ministerio de Interior queda escrito el sino de las nuevas siglas. No es muy halagüeño que digamos. La mayoría están condenadas a no pasar de su tercera campaña electoral y no son pocas las que sólo ven una vez su anagrama en una papeleta antes de echar la persiana por cese de negocio.

En el caso de Aralar, esa ley casi universal que augura un corto viaje cuando se abandona la nave nodriza se veía acentuada por su propio ADN. Conseguir aquello por lo que en buena parte había nacido, el final de la violencia de la ETA, le dejaría en la encrucijada hamletiana: ser o no ser. Como estamos viendo, ese momento ha llegado y con él, la disyuntiva entre permanecer como cabeza de ratón o conformarse con ser cola de león. El mismo del que se escindió; tal vez con otro pelaje, pero a fin de cuentas, el mismo.

Lo tremendo, como sabemos por la cantidad de ellos a que hemos asistido, es que estos debates se libran a la vista pública. Y es en ese preciso lugar donde se encabronan y se tornan más y más dolorosos para quienes los protagonizan. Ahí suelen aparecer sin ser llamados cizañadores vocacionales y cobradores de presuntas viejas deudas a poner megafonía y alborotar más el patio. Cómo iban a faltar en este momento crítico para un partido al que se le tenían tantas ganas desde el instante mismo en que echó a andar.

Desconozco, aunque me lo temo, en qué acabará todo esto que nos irá suministrando titulares que algunos juzgarán suculentos, ni es mi intención hacer un epitafio prematuro. Sólo pido un respeto para una formación y unas personas que, contra muchos pronósticos y zancadillas, han sido capaces de llegar hasta aquí. Es lo menos.