Los que opinamos casi todos los días sobre esto, lo otro o lo de más allá recibimos ayer en las páginas de Deia una lección demoledora sobre lo urgente y lo importante. [Enlace roto.] nos sacó de la bulliciosa actualidad para devolvernos después a ella con la capacidad para mirarla de otra manera. Esos asuntos de los que peroramos con mejor o peor fortuna tienen, qué duda cabe, su relieve y su transcendencia, pero adquieren una dimensión diferente, la de la escala humana, al lado de cuestiones verdaderamente fundamentales como la que nos puso Iñaki frente los ojos.
Su texto emocionante e intuyo que emocionado nos narraba cómo hace dieciocho años, en su primera sesión de quimioterapia, el significado de la palabra “cáncer” impactó contra él e invadió de lleno su cuerpo, donde ya anidaba desde tiempo atrás la enfermedad. Cualquiera que haya pasado por lo mismo o tenga casos cercanos (me temo que no hay una sola excepción) se reconocerá en ese relato que parte del shock y continúa en la determinación firme de hacer frente a lo que venga por más que se sea incapaz de imaginar lo que será.
Y eso es sólo el principio. La batalla de verdad es el día a día, el hora a hora, el minuto a minuto en que se debe asumir el tono amarillento de la piel, la pérdida de pelo o una voz que ha dejado de ser la tuya. Todo ello, mientras se reservan fuerzas para intentar que los que te quieren no se derrumben antes que tú —aita, no te quites el gorro, por favor— y se sigue apostando por que después de mañana llegue pasado mañana.
Iñaki lo consiguió. Fue atravesando el calendario hasta que un día dejó de ser necesario cubrirse la cabeza para no preocupar a su hijo. Ayer, al cumplir su segunda mayoría de edad, fue él quien nos hizo el regalo de contarnos su experiencia. En el mismo paquete venían unas gafas para enfocar la realidad de otra manera. Eskerrik asko.