Un tipo que acaba de ser fichado por una billetada de escándalo y que cobrará por temporada más que la inmensa mayoría de los mortales en toda su trayectoria laboral se atreve a piar: “El que más ha sufrido estos días he sido yo”. Lo peor de la frase es que consiguió tocar la fibra de muchos que rascan (¡con suerte!) mil euros al mes por trabajos de mierda. No me cansaré de repetir la sentencia no sé si de Platón, Nietzsche o Jesulín de Ubrique: el fútbol es así, o sea, asín.
De este vodevil de puertas que se abren y se cierran, de jugadores que se iban, que se quedan, que se van, que vienen, he salido un poquito más asqueado de lo que ya estaba con la cosa balompédica. Pero no echaré la culpa a los peloteros que buscan el millón y la gloria, sino a sus consentidores, volubles seres que pasan del amor al odio y viceversa en apenas un titular. Qué malo era aquel portero criado en la casa que se las piraba al equipo del gobierno, la vergüenza del país, hala Madriz. Qué gran persona, cuando, una vez despreciado por el presunto comprador, proclama que jamás quiso irse y renueva por el quíntuple de la oferta inicial. Bravo por el hijo pródigo, y al que en los días de zozobra sacó las castañas del fuego, que le vayan dando.
Ídem de lienzo con el arriba citado aunque no nombrado. Héroe o villano, según el lado de la A-8 y el momento; cuando no cambiaría de bando o cuando lo hizo. Vaya risas como diga, igual que Loren casi tres décadas después, que se equivocó. Y como resumen y corolario, la sana rivalidad y el sabrosón pique de fogueo convertidos en inquina y agravio imperdonable, cien gaviotas dónde irán.