Futbolerías

Un tipo que acaba de ser fichado por una billetada de escándalo y que cobrará por temporada más que la inmensa mayoría de los mortales en toda su trayectoria laboral se atreve a piar: “El que más ha sufrido estos días he sido yo”. Lo peor de la frase es que consiguió tocar la fibra de muchos que rascan (¡con suerte!) mil euros al mes por trabajos de mierda. No me cansaré de repetir la sentencia no sé si de Platón, Nietzsche o Jesulín de Ubrique: el fútbol es así, o sea, asín.

De este vodevil de puertas que se abren y se cierran, de jugadores que se iban, que se quedan, que se van, que vienen, he salido un poquito más asqueado de lo que ya estaba con la cosa balompédica. Pero no echaré la culpa a los peloteros que buscan el millón y la gloria, sino a sus consentidores, volubles seres que pasan del amor al odio y viceversa en apenas un titular. Qué malo era aquel portero criado en la casa que se las piraba al equipo del gobierno, la vergüenza del país, hala Madriz. Qué gran persona, cuando, una vez despreciado por el presunto comprador, proclama que jamás quiso irse y renueva por el quíntuple de la oferta inicial. Bravo por el hijo pródigo, y al que en los días de zozobra sacó las castañas del fuego, que le vayan dando.

Ídem de lienzo con el arriba citado aunque no nombrado. Héroe o villano, según el lado de la A-8 y el momento; cuando no cambiaría de bando o cuando lo hizo. Vaya risas como diga, igual que Loren casi tres décadas después, que se equivocó. Y como resumen y corolario, la sana rivalidad y el sabrosón pique de fogueo convertidos en inquina y agravio imperdonable, cien gaviotas dónde irán.

Si se va, pues adiós

Sigo de refilón cierto serial sobre un futbolista que no acaba de irse ni de quedarse en el club en el que está desde que era una criatura. La cosa va, como poco, para tres meses. ¡La tinta y saliva que se habrán vertido sobre su marcha o su permanencia! Hay medios de comunicación que en un alarde del rigor que les caracteriza han asegurado en absoluta primicia lo uno y lo otro. Cuando ocurra lo que ocurra, que está al caer, según parece, correrán a proclamar que ya lo adelantaron, verán qué risa. O bueno, qué llanto, que esto hay quien se lo toma a la tremenda, y deja de comer el postre, se siente objeto de una traición imperdonable, víctima del mal hacer de los mandarines del equipo, o todo a la vez.

Quizá hubo una época en que yo mismo habría salido por idéntica petenera, pero gracias a los dioses, conseguí ya hace unas canas desengancharme (o solo desengañarme) de la farlopa balompédica. Tampoco les voy a decir que ahora ni me va ni me me viene el asunto, pero sí que no se cuenta entre mis principales motivos de preocupación. Pienso, de hecho, que ojalá todas las desgracias fueran como este pequeño baño de realismo para quienes se niegan a asumir que el romanticismo murió hace varias ligas. Mi animal mitológico favorito es el amor a los colores de los futbolistas. Y no lo anoto como crítica, sino como constatación del signo de los tiempos. Lo normal es que un chaval de 23 años con un futuro del carajo apueste por lo que entiende que es su carrera. ¿No haríamos todos lo mismo? Otra cosa, efectivamente, es que las formas no hayan sido las mejores, pero, oigan, el fútbol y la vida son así.