Lo malo de guardar cadáveres en el armario es que un día se revienta el cierre y toda la colección de esqueletos queda a la vista, entre otros, de quienes llevan anotadas en la libreta negra dos docenas de cuentas pendientes contigo. Es lo que les está pasando estos días a Comisiones Obreras y UGT, que por haber sido malos convocando una huelga, tienen a la caverna en pleno sacándoles los colores so pretexto de los liberados. Hay en la cacería, claro, quintales de demagogia y no hace falta ser Pitágoras para deducir que las cifras de vagos con carné que alimentan los escandalosos titulares están atiborradas de Botox. Pero hasta la conciencia más obrerista del orbe sabe que, esta vez sí, algo debe de tener el agua cuando la maldicen.
La ecuación “enlace sindical igual a tocapelotas profesional” no es patrimonio ni invento de la propaganda de los enemigos de clase, si es que sigue habiendo tal cosa. Cualquiera que haya pasado una temporada en una empresa -no te digo nada si es pública- sabe que no es una leyenda urbana lo de los jetas que alargan sus vacaciones hasta infinito gracias a las horas que presuntamente son para la defensa de los intereses de sus compañeras y compañeros. Lo incomprensible es que esta fauna conviva en aparente armonía con quienes sí se dejan las cejas en la mejora de las condiciones laborales. Y más aún, cuando los auténticos esforzados de la pelea obrera tienen que arrastrar el mismo sambenito de gualtrapas rascabarrigas que quienes han acreditado serlo.
Los sindicatos tienen mil asignaturas en quinta convocatoria, pero tal vez una de las más urgentes sea la de sacar a latigazos de su templo a los mercaderes y trapicheros que han hecho nido fácil en ellos. Negar la evidencia, mirar hacia otro lado, hacerse los ofendidos o las víctimas de no sé qué campañas orquestadas por el malvado capital no les va a hacer favor alguno. Su ya pésima imagen crece al ritmo de la de “El Rafita” y su credibilidad va camino de la fosa de las Marianas.
Hace unos meses, después de una entrevista, le solté toda esta perorata en privado al secretario general de una de las centrales. Su respuesta fue que, a pesar de todo, cuando los trabajadores tienen un problema, siguen dirigiéndose a su sindicato para que se lo resuelva y que las cifras de afiliación se mantienen en unos niveles más que satisfactorios. Sin darse cuenta, me estaba diagnosticando el problema: hoy los trabajadores pagan la cuota a los sindicatos porque les sale más barata que la de Legálitas.