Garikoitz Aspiazu Rubina, más conocido en según qué círculos como Txeroki, se dirige solemnemente al Tribunal Especial de lo Criminal (le pongo mayúsculas para darle mayor empaque) de París que lo juzga, junto a otros ilustres de ETA, por un secuestro. En los prolegómenos, las aclaraciones. Primero, la de garganta para que la voz se proyecte como requiere un ceremonial así. Después, la de su papel en la función: actúa, viene a decir, no en su mismidad de ser humano con capacidad para pensar y expresarse por sí propio, sino en comisión de servicio. Es la organización toda la que hablará por su boca, anótese el matiz. En la lengua de Molière, Simone de Beauvoir, el inspector Clousseau y Sarkozy, por cierto.
Y se pone a ello. Bueno, en realidad, aún no. Antes de llegar al presunto solomillo del mensaje, o sea, al titular que aguardan —tampoco con excesiva ansiedad, no nos engañemos— Pirineos abajo un puñado de plumillas, procede otro ramillete de explicaciones. Quiénes somos, de dónde venimos, por qué hacemos lo que hacemos y estamos “humildemente orgullosos” de ello, en qué nos apoyamos para no reconocer a los togados de ahí enfrente… En fin, el ritual clásico, lo que marca el protocolo, que no por consabido ha de ser saltado. Mucho menos en esta ocasión tan señalada.
Muy comprensible, nos hacemos cargo, pero, ¿y la frase para destacar entre comillas? Un momento, que hay que vestirla un poco citando a Durao Barroso (Oh, la la!), Van Rompuy (Mon Dieu!) y, por intermedio de estos, a Jean Monet (C’est ne pas possible!). Luego, unas líneas más de contexto hasta que, por fin, en el penúltimo párrafo del documento de 826 palabras se proclama que “la organización lamenta el daño que les ha podido causar a todos los ciudadanos que, sin ninguna responsabilidad en este conflicto, han sufrido un daño a causa de la actividad de ETA”. Eso es todo. ¿Alguien esperaba más, acaso? Por lo visto, sí.