Daba gloria ayer pasear los ojos por los periódicos, la televisión o las páginas de internet y dejarse acariciar lar orejas por las radios. Qué clamor unánime, qué determinación inquebrantable, qué compromiso sin fisuras para acabar de una vez por todas -¡oh, hallazgo del lenguaje!- con “esta tremenda lacra”. Hoy ya, si te he visto, no me acuerdo del todo, pero qué gustazo, oye, afeitarse la conciencia y volver a sentirla fresca y primaveral, con la candidez de los seis años. Benditos “días de” o ante, bajo, cabe, con, contra. Todas las preposiciones son bienvenidas en el almanaque oficial.
He subido a propósito dos grados la temperatura de la tinta con la que garrapateo estás líneas porque ante la violencia -de género, machista, doméstica, hacia las mujeres; elijan apellido- no sirven los mensajes melífluos. Ni los de salir del paso, ni los detergentes, ni los de quedar muy bien antes de pedir otra de gambas. Es fantástico ponerse un lazo morado o el avatar con el punto del mismo color en Twitter y Facebook. Aplaudo la encomiable intención que hay detrás de esos gestos y, con la venia, pido un poco más. También a mi mismo, ojo.
En la política y en la sociedad
Pido, por ejemplo, que se saque la cuestión del bajo politiqueo, que no se caiga en la rastrera tentación de calcular con qué siglas en el gobierno se matan más o menos mujeres. Doy por hecho, porque si no, pediría el finiquito de este mundo y mi exiliaría en Júpiter, que absolutamente todos los partidos están sinceramente por terminar con esta mascre por entregas. Pues pónganse de acuerdo y legislen en consecuencia, teniendo presente, eso sí, que las leyes son sólo una parte de la solución. No creo que las actuales sean pésimas, y no han conseguido demasiado. Aplicarlas decididamente, con mano firme o mejor, qué narices, con mano dura, es otro paso. Tolerancia cero, pero de verdad, no para la galería o los discursos. Por consenso completo, insisto.
Con eso, aún estaríamos lejos, muy lejos, de dar boleto a algo que está acuertalado en las entrañas de la sociedad desde hace siglos, si no milenios. Y ahí es donde entramos en juego todos los ínfimos átomos que, sumados, conformamos el cuerpo social. No, no sólo tenemos que denunciar los casos flagrantes a nuestro alrededor. Eso va de suyo. Apunto más alto. Debemos señalar y arrinconar a los canallas simpáticos, los manomuertas graciosos, o los aparentemente inofensivos piropeadores en verde chillón. Con el destierro de esas actitudes hoy consentidas habríamos avanzado más de lo que imaginamos.