¿La política es teatro? ¿Comedia o tragedia?

1382956142_506587_1382957067_noticia_normalSiempre me llamó la atención el hecho de que en nuestros planes educativos, tanto en el nivel medio como el universitario, no existiera la asignatura de arte dramático, tampoco retórica y oratoria. Ni siquiera se imparten en marketing o en Derecho, aun cuando la facultad interpretativa y la puesta en escena, aplicadas en sus justos términos, parecen herramientas indispensables para el audaz ejercicio profesional y la mejora de las competencias comunicativas. Y sin embargo, la teatralización está presente en la vida: vender, enamorar, persuadir, liderar, ilusionar, influir y emocionar son actos que exigen el uso de elementos teatrales -mistificación, exageración, simulación- para causar resultados efectivos. ¿No se enseña arte dramático porque se considera una habilidad innata que debe cultivar autónomamente quien la posea o porque se entiende como parte vergonzante de la naturaleza humana, antítesis de la verdad y la autenticidad? Fuera de los escenarios el teatro tiene mala fama, por cínico y fulero. Y sin embargo, todos somos actores, desde el atuendo a las palabras, los gestos y los recursos sentimentales y hasta los silencios y las ausencias.

 Supongo que es cuestión de límites y que la teatralización de nuestros actos no debería rebasar ciertas fronteras éticas. En la política se exhibe con nitidez la superación de las barreras que distinguen lo real de lo irreal y el uso desbocado de la escenificación, lo que explica la escasa credibilidad de la que gozan los representantes públicos. ¿Cuándo actúan y cuándo se sinceran? Cierto es que los políticos sufren una sobreexposición mediática porque su trabajo se proyecta desde las tribunas a los medios de comunicación; pero si las autoridades no se despojan de la vanidad -su peor enemigo-, no destierran el juego perverso de las controversias mediáticas en las que se vuelven rehenes del interés mediático y olvidan su identidad para crear su alter ego, se convertirán histriones del tragicómico teatro de la política y, finalmente, en cínicos profesionales. Y es que la falsificación como sistema de relación con la ciudadanía necesita una escenificación dramática y un enmascaramiento retórico.

 ¿Cuándo un político tiende a ser actor? Cuando pasa de persona a personaje y olvida que debe aceptar la equivocación y la crítica como parte de su condición y tiene dificultad en mostrarse frágil pero constante. Un curioso síntoma de las similitudes entre el drama y la política es la frecuencia con que los dirigentes políticos utilizan la palabra “escenario” o “nuevos escenarios” para referirse a oportunidades sobrevenidas. Hasta en las palabras se adivina el contagio entre gobernar y actuar.

 De todas las formas de teatralización política la peor versión es la demagogia y su variante populista. En estos géneros es donde existe menos verdad y mayor distancia entre lo real y lo ficticio, al mismo tiempo que hay más decorado emocional (miedo, necesidad, frustración, ilusión) que es lo que permite la percepción por el público de un engaño como certeza. Lo emocional no debería ser sustancial en política, sino formal, es decir, un instrumento al servicio de la verdad ética y el compromiso público. Demasiados adjetivos no hacen una buena narrativa, como la abundancia de hermosas palabras no construyen un amor inquebrantable. Hay que desconfiar de los líderes emocionales porque suelen encubrir tras la tramoya de su engolamiento un gran vacío argumental e ideológico. El político no tiene que ser vendedor ni seductor, ni siquiera carismático, sino limpio, eficiente y empático, tan aproximado a la realidad como exige la gravedad de los problemas que gestiona. El teatro tiene una dimensión metafórica, mientras que la política es lo contrario: se debe a la estricta autenticidad de las cosas.

El teatro del dolor

             Se dice que la política son gestos. No lo creo, si el gesto no es acción concreta con algún resultado positivo. Precisamente lo que le sobra a la política son gestos, que las más de las veces son cobardías extravagantes que esconden una profunda tibieza. Esta proliferación gestual se observa sobre todo en lo relacionado con las víctimas del terrorismo y las discusiones sobre la paz. La gestión sectaria e innoblemente emocional que se viene realizando desde hace años con las víctimas del terrorismo ha inducido a las autoridades a adoptar una forzada espectacularización del sufrimiento, una obligación inexorable a mostrarse compungidos, cuanto más mejor, al margen del modo personal -sobrio, neutro o incontenido- en que cada uno tiene de mostrar sus aflicciones y demás sentimientos. Y así resulta que la solidaridad hacia los damnificados se mide en términos de exuberancia verbal y solemnidad sombría para su validación política ante la ciudadanía y los medios. En esta teatralización imperativa el PP ha llegado a tal nivel de artificiosidad que sus dirigentes necesitarán mucho tiempo para desprenderse de la máscara fúnebre que se ciñeron como identidad superficial y aún no han abandonado.  

¿Dónde está la perversión de este teatro del dolor? En que el objetivo prioritario de la exhibición del sentimiento afligido de los políticos hacia las víctimas no es expresar solidaridad y pena, sino que se vea lo mucho que les duele, lo muy apenados que se sienten y así no se les pidan responsabilidades por no haber evitado los crímenes ni remediado el problema que los causa. Muy católico y español, por cierto: que todos me vean cuán piadoso soy, una fe de procesión. Supongo que esa obvia instrumentación teatral del dolor es lo que a muchas víctimas les han espantado del gran embuste de la solidaridad hinchada y a no participar en la estrategia del rencor que ha hecho aún más irracional, burda e insoportable esta comedia del luto oficial.

Tras el fiasco de la doctrina Parot se ha producido un nuevo acto del teatro del sufrimiento, muy curioso. En este caso la escenificación política tenía dos propósitos: tapar la vergüenza jurídica, cuyas consecuencias preveían y reducir la cólera de las asociaciones de víctimas más agresivas, todo ello mediante los iniciales amagos de no acatar la sentencia derogatoria de Estrasburgo, las posteriores recepciones de los ministros de Interior y Justicia a Ángeles Pedraza y Mari Mar Blanco e incluso la audiencia privada del rey, para terminar con el montaje creado en comandita con las cadenas de televisión para retransmitir la salida de los presos de ETA, así como el debate artificial generado sobre la excarcelación de violadores y pederastas, enredando este miedo social con la cuestión política vasca. Al final, la clase dirigente del Estado está atrapada en su viejo sainete de congoja culpable. ¿Acaso la calculada congelación de la política penitenciaria no es otro de los instrumentos del teatro nacional español en su gestión demagógica del sacrificio de las víctimas y el rencor incentivado durante años contra quienes no compartían las leyes de excepción y los atajos democráticos?

Pero nadie ha teatralizado mejor esta fase del victimismo que la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, al proponer a las instituciones de Euskadi “una respuesta conjunta que deslegitime el terrorismo y prestigie la democracia ante la sucesión de excarcelaciones de etarras que no han mostrado la menor señal de arrepentimiento”. ¿Y cuál era su verdadero objetivo más allá del espectáculo? Hacer copartícipes a la sociedad de la comedia del dolor hinchado, involucrarnos en la táctica de odio y hacernos cómplices de la chapuza jurídica de la retroactividad. Tal vez el juego pícaro del teatro sea una necesidad para la política, tal como está hoy concebida; pero intentar que los ciudadanos subamos al escenario sobrepasa todas las líneas rojas de la decencia. Preferimos contemplar el espectáculo y reír o llorar con la comedia cotidiana de nuestra clase dirigente, hasta que no quede nadie que la soporte y el tinglado se venga abajo.

2 comentarios en «¿La política es teatro? ¿Comedia o tragedia?»

  1. Excelente árticulo. Muy interesante. Los políticos ahora en estos tiempos no lo llevan en el corazón. Se inscriben en un determinado político sin atender a las siglas y premisas de un determinado grupo político. Quieren conseguir sus fines económicos y profesionales. No lo sienten y asi se plasma entodas sus actuaciones. Son actores que están representando escenas en un teatro de la vida diaria , sin sentirlo. Es un error. Una autentica vergüenza. Los axtores no se creen ni su propio guion y asi fallan en su representación. Y lo peor que los ciudadanos asistimos silenciosos a esta representa cion burda y grosera de la política y de los políticos que la realizan. Esperó que los ciudadanos llegue el dia pronto que protestemos y se pueda acabar con esta representación trágica.
    Muchas felicidades por su árticulo y su valentía en la exposición de sus opiniones.

  2. Excelente, Blazquez Jn.
    Lo triste es que tanto histrionismo de épocas pasadas pueda tener aún eco e influencia en todo un conjunto de personas que hagan bueno con su voto y su dia a dia los postulados mas falsos, vacios y manipuladores del gran guiñol que es ahora mismo la política en España.
    Tantas veces hemos odio el uso de la expresión «mirar a Europa» en términos admirativos, para terminar imitando la cultura mas hipócrita y de gestos gruesos típica de los PIGS del Sur.
    Lo bueno es que en Euskadi aún somos más difíciles de engañar que en España.
    Lo malo es que nuestra sociedad se está «enchonizando» (perdón por la fealdad de la palabra).
    Pero es que no se si hay algo tan feo como la monumental vulgaridad de la que hacen gala muchos actores que viven de la política sin haberse enterado aún de que lo que ellos practican no es política, es otra cosa.
    Tal vez un auto de carnaval…

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