La verdad y la envoltura: test de confianza

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La gala de los Goya fue la fiesta del perro Truman, quizás porque fue una noche con muy poco brillo, algo tediosa, justa de emociones y sin el principal ingrediente del universo del cine, el glamour, más por impotencia que por táctica artística, porque la farándula española no posee esa pátina de elegancia y su mejor opción es el humor y un punto de rebeldía antisistema que esta vez quedó en casi nada, a falta de guerra y de gobierno. Sí, hubo protestas contra el IVA cultural y ácidos recuerdos para Montoro; pero quedaron negativamente compensadas con la carnavalesca imagen de Iglesias con pajarita, al igual que Rivera, y la ausencia de corbata en el atuendo de Pedro Sánchez, una artificiosidad que mueve al bochorno. ¿Alguien tan impostado puede albergar alguna capacidad de liderazgo?

Fue lo peor del espectáculo, junto con la forzada actuación de Serrat, descolocado en un evento que negaba su densa personalidad y su canción; y la intervención de Antonio Resines, zarrapastrosa y cutre, que ni siquiera acertó en el rechazo a la piratería en internet. Frente a este fraude socialmente aceptado, debería el cine emprender una cruzada semántica. ¿Acaso no han sido las películas quienes han glorificado a los piratas? ¿Cómo derrotar ahora a nuestros románticos héroes?

Hubo sorpresa y fue estratégica. La Academia del Cine había hecho creer, a través de filtraciones, que «La Novia» era la favorita, en razón de sus valores estéticos y los versos de Lorca. Más allá de Truman, el perro que es la excusa de una colosal historia de amistad y dignidad ante la inminencia de la muerte, los triunfadores fueron Daniel Guzmán y su abuela, con «A cambio de nada». Ellos pusieron todo lo que faltó a los demás: la fe en un empeño, la oportunidad para un joven actor y la ternura de una anciana. Y así, la gala comenzó con una avería de sonido y terminó estruendosa, quizás porque las emociones (risas, lágrimas, amores declarados y recuerdos de los ausentes) tuvieron una presencia escasa. España, sin rumbo ni gobierno, no está para sueños.

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