Diario de cuarentena. Día 92. Un verano dudoso

Si ya hemos perdido la primavera, encerrados sin opción y con miedo inducido por las autoridades, ¿qué será del verano? La nueva estación entra en nuestra zona el 20 de junio, a las 23:44 horas. Nadie sabe lo que ocurrirá, pero será en todo caso un verano extraño. Si hay algo de qué descansar y desconectar es del terror sanitario. Cansancio de la anormalidad. Cansancio de la tiranía del confinamiento. Cansancio mental de un estado de alarma que nos lo ha hecho pasar peor de lo que era necesario. Tres meses de arresto domiciliario salvaje, inútil y que, finalmente, ha causado más estragos que el propio virus.

Cantaba Sabina: “Yo no quiero domingo por la tarde/Yo no quiero columpio en el jardín/Lo que yo quiero, corazón cobarde,/Es que mueras por mí”. Así que, como yo tampoco quiero domingo por la tarde, he aprovechado para llevar a cabo esa tarea ritual de guardar la ropa de invierno y sacar la de verano. Dar la vuelta a los armarios, porque esa es la forma en que los humanos urbanitas cambiamos de piel y nos acomodamos al calor o al frío. 

He acabado agotado. Pero lo bueno que tiene este cambio de piel es que se aprovecha para desprenderse de ropa y calzado sin uso. Hay cerca de mi casa unos contenedores específicos, que gestiona Cáritas católica, en los que se depositan las prendas que ya no usas y que acaso pueden servir a otras personas. Eso está bien, porque genera un doble reciclaje y da una vida más larga al textil y el calzado. Tres sacos grandes con cosas mías que ya no quiero irán hoy a esos contenedores de solidaridad. Creo que todos gastamos demasiado en vestir. 

Ha sido un día de fútbol en la tele, que es en lo la gente pierde las tardes del domingo. Movistar, mi proveedor digital, me ha ofrecido ver lo que quedaba de Liga, 99 partidos, a cincuenta euros en total, es decir, a medio euro por en-cuentro. Hasta el 19 de julio, que es cuando la competición de este año, tan extraño. Y la he aceptado, como un forofo. Y debería ser gratis.

El partido del Athletic en San Mamés contra el Atlético de Madrid ha sido muy flojo en juego. Hemos empatado, 1-1. A los jugadores se les notaba cansados, sin entusiasmo, como cumpliendo una obligación sin ganas. Lo absurdo de la retransmisión es que ha incorporado sonido de un público inexistente, hecho con medios digitales; y con sombras humanas sobre las gradas vacías en los planos lejanos para fingir la desnudez de las butacas. ¿Quién es el idiota que ha tenido semejante idea? Habría que procesarle y retirarle la licencia. Esos sonidos y efectos especiales son una aportación ridícula que hacen más doloroso el vacío real. No se engaña a la gente y a los sentidos con piruetas tecnológicas de videojuego. El partido Sevilla-Betis del pasado jueves no tuvo esa basura digital y resultó mucho menos malo que lo de ahora.

En fin, es una fechoría más del confinamiento que, además del miedo y la tiranía, nos quiere engañar con falsificaciones de la realidad al peor estilo Big Brother. ¿Pondrán también el sonido del mar por las calles para hacernos olvidar su ausencia este verano? Son como los decoradores que ponen flores de plástico.

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