Ande o no ande, tele grande


Tele grande

Lo sorprendente de la conducta de los telespectadores es que se regalan para sus hogares pantallas más grandes a medida que aumentan sus quejas por la programación. ¿Y para qué quieren televisores de mayores dimensiones si los contenidos son cada vez peores? Quizás es que también en esto el tamaño importa y que, igualmente, la cantidad actúa aquí como máscara de la calidad. Es el paradigma de la falsa grandeza. Este año Olentzero se ha hartado de obsequiar estos armatostes, con innovadoras prestaciones en imagen, sonido y conectividad, delgados pero gigantescos, que proclaman con la rotundidad de sus muchas pulgadas su primacía sobre cualquier otro objeto y sujeto de la casa. Una barbaridad estética. Y supongo que ética.

Me pido otra densidad para 2017. Me pido un cambio de rumbo en ETB que nos saque de la vulgaridad y sus menguantes resultados. Me pido la renovación del modelo de nuestra radiotelevisión pública y se oriente hacia las necesidades sociales y estratégicas de las próximas décadas. Me pido mañanas creativas de cultura, tardes radicales de debate y noches de cine, emociones y autoestima. ¡Por favor, un poco de atrevimiento, no una tele de membrillos! Me pido caras nuevas y al mismo tiempo se recupere la confianza en la veteranía, marca de la casa.

Me pido que Telecinco prosiga su degeneración hasta alcanzar un liberador autoexterminio. Que Antena 3 le arrebate el liderazgo. Me pido que TVE abandone el neofranquismo y trasladen a Sergio Martín, sectario mayor del reino, a alguna lejana embajada. Me pido que la beata 13TV mantenga sus impagables tertulias, que tantas risas nos deparan. Me pido que las series no se postulen, ni por aproximación, como sucesoras del cine. Me pido que la publicidad haga honor a su talento. Que el prime-time acabe a las once de la noche. Y que UTECA, el lobby de las cadenas privadas, deje de tocarnos las narices con sus miserables proclamas en nombre de la libertad. Por lo demás, satisfecho con mi vieja tele de 24 pulgadas, me pido una inteligencia abierta y un corazón pleno.

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Un minuto de silencio por una parte de nuestra vida

EL FOCO

22 diciembre 2016

Rebajas

En medio de la vorágine de esta Navidad, en mi opinión, la más consumista de los últimos años, ha pasado desapercibida una noticia que puede tener unos efectos importantes en nuestras costumbres de compra. Se ha sabido que el Tribunal Constitucional, que todo lo manda y lo cuestiona, ha tumbado un recurso del Gobierno Vasco que regulaba las campañas comerciales de rebajas frente a un decreto del Gobierno central, del 2012, que liberalizaba este sistema tradicional de saldos y que dejaba plena libertad a las tiendas para fijar el modo, las fechas y las cuantías de las operaciones de rebajas de productos. En resumen, que a partir de ahora las rebajas las hará cada cual a su criterio, sin que haya un período igual para todos.

La sentencia ha causado un auténtico cataclismo en las asociaciones de comerciantes vascos que no saben qué hacer, porque las rebajas ya están ahí, a la vuelta del año que va a comenzar. Para el consumidor la cuestión es: ¿Vamos a tener rebajas de enero, sí o no? Como sabemos, la gente aplaza determinadas compras de invierno, las que se refieren sobre todo a textil, calzado y otro tipo de prendas personales, a la campaña de rebajas, que suelen empezar a la salida de las fiestas. ¿Qué va a ocurrir? Las rebajas de enero, junto las de julio, significan al menos el 40% de las operaciones de los comercios. Son la salvación de la cuenta de resultados de infinitas tiendas pequeñas y medianas. Esto puede ser el principio de una catástrofe, como ya ha ocurrido en otras partes donde se han liberalizado. Sin ir más lejos, en Cantabria.

Para las personas con ideas muy liberales, los de haga cada uno lo que quiera sin normas ni regulaciones, el fin de las rebajas tradicionales es una gran noticia. Pero para la mayoría, que piensa que un estado salvaje, sin normas ni limitaciones puntuales, toda liberalización se entiende como la supremacía de los grandes y el fin de los pequeños. La ley del más fuerte frente a los más débiles.

Y efectivamente, la liberalización de las campañas de rebajas es una gran cosa para las grandes cadenas. Para El Corte Inglés. Para las marcas franquiciadas, como las de Inditex y otras de parecido rango. Es la oportunidad que esperaban las grandes tiendas para extender su poder y reducir a la nada a las pequeñas tiendas de barrio, de las que hablábamos la pasada semana.

¿Y qué pasa con los consumidores? ¿Qué vamos hacer? ¿Le hacemos el favor a las grandes tiendas o adoptamos una posición más inteligente y activa? De eso se trata. Hay que decir, en primer lugar, que las rebajas, como operación comercial tradicional, ya estaban obsoletas. Se habían quedado algo viejas. Los Black Fridays, los días de oro, los mercadillos de todo tipo, las ferias de stocks, los bonos denda y las innumerables operaciones comerciales que a lo largo del año existen ya habían dejado algo anticuadas a las rebajas de toda la vida. Y por supuesto, están las compras on line que lo están cambiando todo. Las rebajas eran un último bastión de nuestras clásicas costumbres de compra.

La cuestión es que, a pesar de todo, las rebajas de enero y las de julio siguen siendo fundamentales para el comercio pequeño, el de nuestro barrio y de los pueblos pequeños, los supervivientes, los últimos de Filipinas, los últimos mohicanos de nuestra sociedad consumista y, por qué no decirlo también, de nuestra cultura económica y social. No es cualquier cosa. Somos animales de costumbres, gracias a Dios, y lo que hemos hecho siempre nos gusta repetirlo, porque nos gusta y nos satisface cierta rutina, esos automatismos gracias a los cuales vivimos.

¿Qué hacemos entonces? Lo que creo habría que hacer ante esta hecatombe es que el Gobierno Vasco adopte una posición belicosa contra esta norma y trate de eludirla mediante un acuerdo con las asociaciones de comerciantes para que mantengan las campañas de rebajas en enero y julio, mientras estudian cómo hacer frente a esta provocación de los comercios grandes. Esto es la guerra. La de los grandes contra los pequeños. Hay que actuar inteligentemente.  Se impone una rebelión contra una norma que desequilibra el sector y perjudica al consumidor, que caerá en manos de las grandes marcas, que van aumentar su tiranía sobre ellos. Comercios grandes sin comercios pequeños es un desastre. Una tragedia democrática y económica.

Por su parte, creo que esta situación implica a los compradores, a todos nosotros. Nos obliga fijarnos aún más en las tiendas de nuestro barrio y en las de los pueblos. Implica a los comerciantes a que revisen sus estrategias. A tratar de competir con la complicidad de los consumidores. Más que nunca hay que mirar los escaparates de los comercios cercanos. Según se ha informado por las asociaciones de comerciantes, el 7 de enero habrá rebajas. Y serán como siempre. Primero un descuento. Y finalmente, un descuento de liquidación, hasta marzo. Hagamos la lista de nuestras compras aplazadas y salvemos las rebajas, una de esas cosas que forman parte de nuestra cultura. Y hagámosla preferentemente en los comercios de nuestros barrios y pueblos. No digo que no haya que ir al centro y a las grandes superficies. Sí, pero no matemos lo nuestro.

Y hasta que lleguen las últimas rebajas de nuestra vida, feliz Navidad.

Hasta el próximo jueves.

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El PP odia ETB

 

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Una tormenta en un vaso de agua: es la especialidad de los partidos que carecen de relevancia social o tienen muy mermado su prestigio público. Necesitan algún motivo para hacerse notar. Por esa ansiedad mediática, que pide un protagonismo que no alcanza por méritos propios, la secretaria general del PP vasco, Nerea Llanos, ha pretendido montar una bronca política a partir de una anécdota ocurrida en ETB el pasado jueves. Cuando Iñigo Landa, abogado y tertuliano del magazine vespertino ¡Qué me estas contando!, rompió en directo una fotografía del rey de España no estaba exhibiendo una acción antimonárquica, causa para la que tiene muchos y mejores argumentos.

Lo que mostró, con retórica teatral y calculado contenido, fue su justificada protesta contra quienes cuestionan la libertad de expresión, entre cuyas opciones está hacer trizas un retrato de Felipe VI o exhibir las tetas en el Congreso. El Estado persigue de oficio las críticas provocativas, más efectivas en ocasiones que las clásicas y asimiladas manifestaciones callejeras. Llanos ha exigido la purga de Landa y sugerido su procesamiento. No ha pedido para él la pena capital, menos mal; pero ha reclamado su destierro de las cámaras. Si la dirección de ETB acatase el castigo indicado daría la razón a los enemigos de la discrepancia y cercenaría su espíritu rebelde contra la rancia España, de la que el PP es heredero.

El PP odia ETB. ¿Recuerdan aquello de “ETB da bola a ETA”? Sigue en esa senda. Ahora ETB enaltece a los antisistema. Dos días antes de la tormenta perfecta en el vaso de agua, Llanos había vuelto a clamar contra nuestra radiotelevisión por la ausencia del mensaje del rey en ETB durante la Nochebuena. ¡Si es una tradición vasca, señora! Debería permitir a su autoestima liberarla de su lado ridículo y patético. Emitir el discurso artificial del Borbón por ETB sería como exhortar la virginidad de las chicas hasta la boda. Y es tan franquista como inmiscuirse en la línea editorial de un medio público. La última caída del PP será caer en el olvido.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

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Comprar, amar, morir…

EL FOCO

Onda Vasca. 15 diciembre 2016

 

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Se ha declarado la furia de las compras y los regalos. Es el preámbulo de la Navidad. Es lo de siempre, pero un poco más. Porque siempre es un poco más. Más tiendas, más opciones, más gastos, más diversidad… Es la sociología de la Navidad que nos explica el modo en que vivimos y la idea de la vida que tenemos cada uno de nosotros/as. La Navidad puede arreglar muchas vidas vacías, pero también puede estropearlas. Uno de los tipo de vivencia es la de quienes escapan lejos en estas fiestas. Y te lo aseguro, son muchos.

Me interesa poner el foco en los barrios en esta época. Los barrios son los trozos de la ciudad, sus diversas partes. Está el barrio en el que vivimos. Y están los demás barrios, a los que vamos si procede. Y luego está el centro, que es el barrio de todos, donde confluimos y donde muchos trabajan. Y están los barrios y las compras de Navidad. Esta es una de nuestras contradicciones. No compramos en los barrios: vamos al centro y a los macrocentros comerciales, esos que se llenan de luces que nos alucinan y nos magnetizan.

Están los barrios y las tiendas. Las pobres y esforzadas tiendas de barrio. Que se mueren. O que sobreviven. Las tiendas de los barrios (y los pueblos pequeños) se organizan. Crean asociaciones. Hacen campañas conjuntas, de descuentos, de fidelización. Y hacen concursos y fiestas para lanzar un mensaje desesperado. Los ayuntamientos tratan de ayudar a que los barrios y los pueblos no se queden sin tiendas. Nos gusta que nuestros barrios tengan tiendas, para el día a día; pero vamos a comprar al centro o a las grandes tiendas de la periferia. Amamos a nuestras tiendas de barrio, pero nos echamos el/la amante de las tiendas gigantes. Engañamos a nuestras tiendas de barrio, las que viven con nosotros.

Esta contradicción e incoherencia está transformando nuestros lugares de vida. Los barrios terminarán por ser lugares con la única vida de los bares cercanos y algún comercio de pan, chucherías y… los chinos. Porque sí, están las tiendas chinas. Esas no mueren. Crecen y se multiplican. Las tiendas que nunca cierran. Todo el mundo cierra menos los chinos. Y sí, las despreciamos porque no parecen tener las mismas leyes que las demás. Eso dice la gente Eso es lo que se escucha en el bar y las charlas de la gente. Pero todos vamos a los bazares chinos. Porque siempre están abiertos. Porque tienen de todo. Porque venden barato. Malo pero barato. Es otra incoherencia: a calidad no importa.

También en eso somos muy incoherentes y contradictorios. En ser clientes de aquello que decimos rechazar. Somos infieles a las tiendas de barrio. O quizás es que los chinos son también nuestras tiendas de barrio. Las tiendas chinas son muy curiosas. Es un mundo desordenado, caótico: las bragas al lado de los palillos de dientes, los bolígrafos junto los adornos de navidad, las falsas medias de seda, los productos de imitación… Los chinos aprovechan desesperadamente sus metros cuadrados. Con muchas cosas puestas de mil maneras. Y allí vamos cuando necesitamos algo de última hora. Venden todo. Hay miles de tiendas de chinos. Y se cuentan leyendas extrañas sobre ellas. Que tienen apoyo del gobierno chino. Que constituyen una red. Que los chinos no son felices. Que nunca ríen. Que solo saben trabajar. Que forman un clan mafioso. En realidad, son leyendas. Algún día pondremos el foco sobre ellas y habrá que decir la verdad y desbaratar esas leyendas urbanas.

Porque seguimos con nuestros barrios. A la terrible atracción del centro y las supertiendas de la periferia, a la depauperación comercial de los barrios, por si fuera poco, se le añade el enemigo más feroz. El enemigo de todas las tiendas. Las compras on line. ¡Ah, internet y el comercio desde casa! Esto sí que es un cambio. Y un cambio rápido. Con esto no contábamos hasta hace poco. Y de repente, resulta que nos gusta comprar a distancia, con el ordenador, el móvil o la tablet. ¡Qué cómodo, qué barato, qué bien!

La compra on line puede ser la venganza de las tiendas de barrio. Porque la competencia de las compras on line hace más daño a los grandes que a los pequeños, a las del centro más que a las tiendas del barrio. Y se produce el último grito: probarse las cosas en la tienda del centro y comprarlas después por internet por un 30% menos de precio. O más. Las tiendas empiezan a pensar que probarse las cosas tiene un precio. O no te dan facilidades para devolverlas. Cosas así.

Los que dijeron que nunca comprarían por internet han caído. Están atrapados en las compras on line. Como cayeron antes con el móvil, leer los libros electrónicos y esas cosas del cambio digital. Más de la mitad de las compras las vamos a hacer on line. Eso dicen los expertos. Entonces ya no serán solo los barrios los que verán muertas sus calles, vacías de tiendas de siempre. También el centro se quedará vacío de tiendas tradicionales. Y quizás tengan que prescindir del personal. Y convertirse en terminales de compras on line.

Termino. Mientras el comercio tradicional se muere, porque ese es su destino, haced el favor de comprar en los barrios. Todo lo que podáis. No matéis vuestros barrios. Salvemos nuestro modo de vida, que es estupendo y feliz. Y que las tiendas espabilen. Que todo el mundo espabile o nuestros barrios y pueblos, y también las ciudades serán lugares sin vida.

Hasta el próximo jueves.

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Goebbels justifica el Holocausto

Padre de Cain

Caín no era hijo de Adán: era vasco, de ETA y, además, bastardo de un guardia civil. La verdadera historia del asesino de su hermano la sabe Rafael Vera, condenado como terrorista de Estado. En 2009, el número dos del ministerio de Interior en el Gobierno de Felipe González escribió una penosa novela titulada El padre de Caín, de la que ha salido una serie de dos capítulos emitida por Telecinco el pasado puente festivo. Es como si en Alemania divulgaran el horror del Holocausto con guion de Joseph Goebbels. Así se cuentan las cosas en España.

La fábula es la expiación de la década de los 80 en Euskadi y lo acontecido en el siniestro cuartel de Intxaurrondo, todo ello envuelto en un episodio de amor entre Eloy, teniente de la Guardia Civil, y Begoña, regenta de la pensión en la que se alojaba el picoleto. Veinte años después el hijo natural que tuvo con la joven de Ataun mata en atentado a su retoño matrimonial, nacido el 23-F e igualmente miembro de la Benemérita. Vera, tan poco ocurrente, falló en su asimilación vasco-bíblica al no llamar Ekain al activista de ETA.

El resultado es un folletín maniqueo, aderezado con política chusquera, en el que se vislumbra a Galindo y se pasa de puntillas sobre las torturas, los chalaneos franceses y los desmanes contra la población. Con ambientación asturiana, euskera macarrónico, exceso de pluviosidad y tópicos de txapela y herrikos aún más cutres que los de 8 apellidos vascos. Calificarlo de subproducto sería un halago; pero bastante tiene con su derrota frente a Antena 3 y situarse a la altura ética de Sálvame y Gran Hermano.

España está obsesionada con el relato del terrorismo, quizás por su mala conciencia y temor a perder la batalla de la historia. El padre de Caín es su perfecta flatulencia. ¿Qué puede narrar con orgullo de su pretérito un país que abandona a sus muertos en las cunetas y mantiene la memoria de su tirano en un grandioso mausoleo? Lo esencial es ser intelectualmente honestos. De lo contrario, sucede que de los viajes al pasado se regresa entristecido.

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