Black Friday, día sin deseos

EL FOCO

Onda Vasca, 24 noviembre 2016

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Como sociedad abierta, y también como muestra de una cierta falta de proyecto creativo, adoptamos las costumbres culturales y sociales de otros países, sobre todo de los que marcan el devenir del mundo. Y si ya forma parte de nuestro calendario la fiesta del Halloween, y consumimos los productos culturales del cine y la música proveniente del mundo anglosajón, hemos incorporado también, más recientemente, el Black Friday, un día de fuertes rebajas en el comercio. Es el cuarto viernes de noviembre y cada empresa comercial lo ha interpretado a su manera, incluso lo ha desnaturalizado.

El Black Friday o Viernes Negro es un acontecimiento comercial que viene a dar paso a la temporada de compras de Navidad y Año Nuevo en Estados Unidos. Se celebra el día después del Día de Acción de Gracias, una fiesta de reencuentro familiar que tiene lugar el cuarto jueves de noviembre. Se atribuye su nombre al caos que provoca los millones de desplazamientos (que en USA son en coche) para las reuniones familiares, con enormes atascos de tráfico. Unos dicen que el Black Friday fue el nombre que el New York Times dio al caos de tráfico producido en noviembre de 1975 en la ciudad de los rascacielos tras el día de Acción de Gracias.

Avispados comerciantes hicieron uso de este concepto para desarrollar acciones de venta, basadas en importantes descuentos, para responder a las necesidades que los grandes desplazamientos de gente creaban. Más tarde, se tomó como el pistoletazo de salida de las grandes campañas de compras de Navidad. Y así, cuarenta años después, entre nosotros.

En realidad, el Black Friday es entre nosotros una campaña de rebajas anticipadas y circunscritas a un día, dos días o una semana entera, como en los grandes almacenes. Cada marca comercial ha puesto su impronta. Son, ni más ni menos, las prerebajas de Navidad. Lo extraño es que se producen en días quizás inadecuados o todo lo contrario: los últimos días de mes, cuando la disposición de líquido por parte de la gente es mucho menor y cuando mayores son las necesidades de venta de los comercios. Por eso, me atrevo a decir que el Black Friday es el día o la campaña comercial en que las tarjetas de crédito echan humo, la orgía del dinero de plástico.

Y puesto que ya ha comenzado la vorágine de las compras navideños, donde una buena parte de nuestro consumo es superfluos y en todo caso exagerado, deberíamos considerar un nuevo arte: el arte de comprar. Las compras se dividen entre secciones: las imprescindibles (de pura subsistencia, víveres, ropa para cubrirnos, un techo y unos servicios básicos), las complementarias (que mejoran nuestra calidad de vida, esos artículos que nos aportan un plus de comodidad y refuerzan nuestra identidad personal) y las innecesarias, que son muchas, todas las demás.

El arte de comprar sería el equilibrio vital y emocional que debería existir entre nuestra disponibilidades económicas y las compras que realizamos. Cómo vivimos económicamente. Digo más, el arte de comprar sería el nivel de satisfacción con que experimentamos en las decisiones de compra, sumados al uso real y disfrute de lo que compramos. ¿De cuántas compras nos arrepentimos? ¿Qué cosas hemos dejado de comprar por haber optado por otras? ¿Qué dejamos para el ahorro a corto, medio y largo plazo? ¿Somos capaces de resistir determinadas compras, más allá de que dispongamos de capacidad para hacerlo?

Y es que la primera ley del arte de comprar bien es resistir el deseo. El deseo de tener es muy humano. El control de los deseos es uno de los factores de la felicidad. Control no es rechazo. Hay que tener deseos, pero controlarlos y encauzarlos es un gran proyecto de libertad. Hay que cumplir los deseos, pero bajo tu control. Y a veces hay que esperar y resistir la ansiedad. ¡Ah, la ansiedad! El gran enemigo del arte de comprar.

Cabe decir también: dime cómo compras y te diré quién eres. Es importante en la vida tener cosas que nos hacen más fácil y cómoda la vida. La sobriedad puede ser virtud, pero también signo de falta de fortaleza vital y humana. Entre lo uno y lo otro, entre poco o demasiado, hay un punto de equilibrio en el que tenemos que encontrarnos bien. Comprar no solo estimula la economía y que hay trabajo del que pueden vivir otras personas, sino que además mejora objetivamente nuestro proyecto personal y familiar.

El Black Friday es solo una campaña comercial, una más. Una idea norteamericana, como la CocaCola, que anticipa la Navidad, con sus cosas buenas y sus excesos. Es una provocación para nuestros deseos de tener y de disfrute. Y cada uno tiene que saber resistir y aceptar que no se puede tener todo, pero que tampoco hay que privarse de lo que es posible para vivir un poco mejor.

Feliz Black Friday. Y no olvides controlar tus deseos, pero cúmplelos debidamente.

Hasta el próximo jueves.

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Se declara el estado de ansiedad intelectual

 

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Los nazis incendiaban los libros. Franco los prohibía y también la Iglesia bajo pena del infierno. Los fundamentalistas persiguen y matan a escritores; pero este martirio de la creación humana hizo de los libros nuestros héroes y nos ofrecieron su refugio para preguntas, dudas y miedos. Se dice que la televisión es la hoguera de los libros, una afirmación cierta pero purista. ¿No sería que no amábamos tanto el ritual de la lectura introspectiva?

El falso antagonismo entre los libros y la tele son los espacios literarios que, cuando no se hacen como obligación estética, resultan una delicia. El más creativo, Página 2, en la segunda cadena de TVE. Con muchos menos medios, Sautrela, conducido por Hasier Etxeberria, en ETB1, casi llega a la maravilla de Pompas de papel, de Radio Euskadi, lo mejor de los medios vascos desde que, en mala hora, la dirección de EITB liquidara Forum, iniciado por David Barbero y continuado por Begoña Zubieta. Desde entonces las mañanas de ETB2 son un deshonroso vacío y se disfraza con Kultura Flash, spots informativos que ni quieren ni pueden nada digno.

¡Ah, pero faltaba Mercedes Milá, expulsada del paraíso de Gran Hermano por dinero! Es difícil imaginar a esta mujer disparatada como divulgadora literaria; pero ahí está los domingos en Be Mad, canal marginal, intentando con Convénzeme, con zeta, una mixtura entre el entretenimiento y el conocimiento. Un 0,5% fue su audiencia en el estreno. ¿No es incongruente que la reina de la telebasura se transfigure en promotora de la inteligencia? Ahora que el populismo es azote universal, diría que el programa de Milá es populismo cultural para hacer ceniza los libros con fuego idiota.

El marketing editorial y el voluntarismo educativo no entienden que para que la literatura crezca más allá de la inmensa minoría se requiere cultivar entre la gente un estado de ansiedad intelectual, un entusiasmo rebelde y un provocativo desasosiego, no proyectos de autoayuda. Porque hay que acostumbrarse a lo difícil para que no nos haga daño lo imposible.

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Crimen perfecto en Lekeitio

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EL FOCO

Onda Vasca, 17 noviembre 2016

 

Quizás por el trasfondo cristiano de que todo mal siempre tiene su castigo, nuestra cultura, a través de los libros, el arte y el cine, nos han hecho creer que no existe el crimen perfecto, esas acciones que se perpetran premeditada y concienzudamente y que nunca llegan a ser descubiertas, juzgadas y penalizadas por la ley. Digámoslo con rotundidad: el crimen perfecto existe, ya lo creo que sí. ¿Y cómo lo sabemos? En los miles y miles de casos que quedan sin resolver en los archivos de la policía, y que podemos cuantificar, y los otros que ni siquiera llegan a ser denunciados, que no se entienden como delitos, y que no podemos cuantificar. Esa es la medida de nuestros crímenes perfectos.

Este es, por ahora, el último. Una jueza de Gernika, la del Juzgado de Instrucción nº 4, ha dictado un auto por  el  que se decreta el sobreseimiento provisional y el archivo del  procedimiento penal incoado del caso de la intoxicación por  cicuta de dos hermanos mellizos en Lekeitio, ambos menores de  edad, uno de los cuales falleció el 1 de julio del pasado año. De esta muerte por envenenamiento se acusó al padre de los chicos, que fue detenido y posteriormente puesto en libertad. También fueron investigados la madre y un amigo de la familia, quienes, finalmente, no han sido imputados. Caso cerrado.

No vamos a dudar de que tanto la Justicia, como la Ertzaintza, encargada de la investigación, han actuado con responsabilidad. No ha habido manera de probar que estamos ante un caso de homicidio o asesinato premeditados, ni tampoco de las causas por las que un padre decide envenenar a sus hijos. Porque aquí, no lo olvidemos, hay un chico muerto. Y no sabemos por qué murió. Yo no puedo asegurar que el padre, solo o con la colaboración de otras personas, fuera el responsable de esta muerte. Pero, aún a riesgo de equivocarme de parte a parte, pongo sobre la mesa mi conciencia de que estamos ante el crimen perfecto. El muerto al hoyo y el culpable al bollo.

Cuando la verdad queda sin respuesta, la imaginación ocupa su territorio. Y el sobreseimiento del caso dispara todo tipo de especulaciones. ¿Quién mató al chico? ¿Qué ocurría en esa familia? ¿Qué hacía la cicuta en esa casa, cuyos rastros se encontraron en el exprimidor de la casa? El hecho objetivo es que el menor fallecido murió envenenado por cicuta y su hermano salvó de milagro su vida tras el envenenamiento. Demasiadas preguntas sin respuesta. Podría escribir una novela con esta historia, pero sería eso, un relato de ficción y nos quedaríamos sin saber la verdad de lo ocurrido en Lekeitio en 2015.

A esto se añade la participación o no de la madre de los chicos y el amigo de la familia que acudió a la llamada de la madre cuando ésta le llamó al producirse la crisis del envenenamiento. Los dos fueron investigados y de sus llamadas telefónicas, archivos de ordenador y otras pesquisas nada ha ofrecido prueba alguna de delito. Estamos a oscuras. No sé cómo se vivirá en Lekeitio este asunto, ni qué dicen o callan los vecinos y vecinas. Y cuál será la relación de esa familia con el resto del pueblo. A mí no me gustan los rumores y las sombras de sospecha que acaban en relatos inverosímiles y perjudiciales para todos. Pero la sensación de crimen perfecto es absoluta.

Y me llama la atención, como un rasgo muy marcado, el silencio del padre y principal sospechoso del caso, detenido y puesto en libertad. ¿Por qué calla? ¿Debe hablar? Si yo fuera del todo inocente lo haría, intentaría dejar bien patente mi absoluta limpieza, pues ya sería bastante con haber perdido un hijo como para soportar, además, la sospecha de que lo maté. Este silencio y la oscuridad que rodea el caso, típico de un relato de Stephen King, me desagradan tanto como la sensación de que podemos estar ante un caso de crimen perfecto. La comunicación y la palabra se hicieron para defenderse. Y si no lo hacen, me mueve a la duda. No es lo que haría un padre y una familia inocentes.

También me deja perplejo que los medios locales, la prensa, la radio y la televisión, apenas hayan informado sobre este caso. Sí, recuerdo haber tratado el asunto en los debates de ETB. Y se informó de lo fácil que resulta el cultivo de la cicuta, el veneno con el que asesinaron a Sócrates. Y nada más. La oscuridad ha sido dominante en la información sobre los envenenamientos de Lekeitio. No lo entiendo. ¿Dónde está el periodismo de investigación? ¿Es que no hay caso?

Y ahí hay que dejarlo. Tengo la certeza intelectual pero sin pruebas materiales, de que estamos ante un crimen perfecto. Y material suficiente para iniciar una novela. Y un guión de película. Un chico envenenado, otro que salvó la vida, un padre sospechoso, cicuta en el exprimidor, una madre que calla, un amigo de ésta que acude en su ayuda, policías que fracasan, una jueza que da el carpetazo…

 Buf, qué relato. Pero qué crimen sin castigo.

***

Como me piden opinión sobre el anuncio de la Lotería de Navidad de este año, la doy. Es una anuncio sensacional. Reconozco que en la primera visualización me emocionó. ¡Vamos, que se me calló una lagrimita, de esas de butaca de cine! El anuncio sigue la pauta de los dos últimos, cuyo mensaje principal es la generosidad vinculada a la participación de la suerte, el corazón de la lotería de Navidad. Y si hace dos años era el tasquero quien regalaba un décimo premiado con el Gordo al amigo que, por razones económicas, no había podido comprar su billete; y el pasado año, Justino, el buen, cordial y divertido vigilante nocturno de la fábrica de maniquíes, recibía de sus amigos un décimo premiado que había olvidado reservar, también este año la maestra jubilada regala a su hijo un décimo que creía premiado aun cuando el sorteo no se había celebrado. Esta es la clave: la continuidad solidaria.

Sin embargo, este año el anuncio, primorosamente producido y rodado en un pueblo maravilloso cerca de Villaviciosa, en Asturias, introduce un guiño sobre los enfermos de Alzheimer, que puede ser discutible. La maestra jubilada padece este mal. Y se equivoca pensado que le ha tocado el gran premio. Y todo el pueblo, que la quiere, conspira para no robarle esa ilusión. Nadie se atreve a desmentirla. Y cuando lo va a hacer su hijo, ella le regala el décimo al creer que no había comprado lotería. Es un final sorprendente.

Yo creo, de verdad, que la intención del anuncio es añadir un mensaje de solidaridad con los enfermos de Alzheimer y otro tipo de demencias. Creo que lo hace con cariño y sensibilidad. ¿Que es sensiblero? Bueno, eso es cuestión de percepciones. Yo he visto su lado positivo. Y este mensaje añadido es digno de alabanza. Como tantos otros que aporta el anuncio: «a una madre hay que hacerle caso siempre», la solidaridad de todo un pueblo, la buena voluntad… Porque el anuncio tiene en cuenta, al fondo, que hay muchas personas que lo pasan mal en medio de los fastos de la Navidad, por falta de medios o por falta de salud.

En suma, un anuncio extraordinario.

Hasta el próximo jueves

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Periodismo pactado

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La mañana del miércoles la tele era una opera de Verdi, un baile de máscaras en el que el ganador de la batalla electoral mudaba su armadura de acero de candidato a traje de seda de tibio presidente. ¡Qué espectáculo de transformismo de las bolsas y líderes de todo el mundo, del pánico al sosiego, para escenificar que lo malo actual, con sus injusticias, es preferible a lo peor que venía con el victorioso Trump! La tele es esto a veces, un gabinete de crisis, un chute universal de Trankimazin, la medicina para resistir el miedo. Tiene también su lado entretenido y es un paraíso para las mentes analíticas que buscan los trucos de las cosas. En Cuatro estrenaron el lunes uno de esos productos-disfraz, cuyos signos de falsificación son la arrogancia, una impostada osadía y cierto sobrevalor estético. Lo han llamado Fuera de cobertura, expresión de moda que lo mismo vale para lo que no alcanza la señal de telefonía móvil como para definir la desesperación del sujeto desplazado. Mal empezamos si la opción son los aspavientos y la hipérbole.

La idea es de Alejandra Andrade, que hizo maravillas con Callejeros. ¿Quiere ahora hacernos creer que fue con su cámara a husmear entre los barrotes de la cárcel de Guantánamo sin permiso y contarnos algo distinto de lo que previamente había convenido con los militares? Lo que nos mostró fue, ni más ni menos, lo que los custodios de esa aberrante prisión querían que viésemos. Fue una visita guiada, como en una excursión del Imserso. El estilo pretendidamente intrépido de Los últimos de Guantánamo resulta cómico. Ocurre que la vergüenza de Guantánamo está amortizada gracias a este tipo periodismo pactado y a la coartada de las villanías del yihadismo.

Cuando viaje a Rusia a enseñarnos la realidad furtiva de los homosexuales haría bien en despojarse de su solemnidad redentora si no quiere confundir la realidad con la ficción y ser más una serie de héroes de cartón que un espacio honroso de actualidad. Las noticias que no molestan a los poderes o les halaga tienen bastante de mentira.

 

Insignificante mentira

 

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EL FOCO

Onda Vasca, 10 noviembre 2016

El sobrevalor de una mentira es que, a veces, puede llegar a valer tanto como el valor de todas las verdades. Una mentira, en determinadas circunstancias, puede echar por tierra todas las certezas acumuladas. Ocurre en nuestra sociedad de la información. Es como si la mentira estuviera agazapada esperando una oportunidad para envenenar la verdad con un solo zarpazo.

Esto es lo que ocurre con las noticias acerca de la violencia machista: una tragedia constante en nuestro país, que nos depara a diario el horror de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas, además de los múltiples casos de violencia y amenazas que se cuentan por miles cada año. Hemos quedado en que es mejor denunciar que callar, y no hacer como en otros países, que callan o esconden esta realidad.

El caso es que hace unos días supimos que una mujer, en Abanto Zierbena, en Bizkaia,  había denunciado anta la Ertzaintza que su expareja había embestido su coche contra el suyo en plena autopista A8. El hombre fue detenido y llevado a prisión por un hecho que parecía un claro episodio de intento de asesinato. Sin embargo, la misma Ertzaintza informó ayer que, tras las primeras investigaciones, se trataba de una denuncia falsa. Según parece, el hombre y la mujer viajaban juntos en el vehículo a pesar de que existía una orden de alejamiento que obligaba al hombre.

¿Y qué ocurre a ahora? Pues que, de forma automática y casi irracional, muchas personas creen que las denuncias falsas de violencia doméstica son generalizadas y que, por cierta ficción o leyenda instalada en el subconsciente de no pocos hombres y también mujeres, se cree que las denuncias son instrumentaciones de mujeres contra sus exparejas en el fragor de las disputas posteriores a una ruptura. Vamos, que estamos ante un hecho común y no esporádico.

Y así, como el ladrón que se cuela furtivamente en nuestra casa, se llega a creer que las mujeres denuncian falsamente a sus exparejas solo para perjudicarles. Y en consecuencia, una sola mentira se convierte en verdad absoluta, contra la realidad de que en Euskadi se dieron cuatro denuncias falsas frente a más de 7.000 verdaderas.

A nivel de Estado, en 2015 se presentaron 129.292 denuncias por violencia machista, de las que sólo en 18 de los casos se constató que eran falsas, lo que representa el 0,0015% en relación al total de las presentadas, según la memoria presentada por Fiscalía General. ¡La mentira es insignificante, pero cuán poderosa es!

Para mayor daño, la denuncia anterior se suma a otra aún más sangrante, producida en León, donde una mujer ha sido detenida tras comprobarse que simuló su agresión y violación por parte de su expareja, un joven de 35 años. Se añadía a este caso el detalle macabro de que la mujer denuncio que su pareja le había echado pegamento en la vagina. Un caso terrible, muy injusto para el hombre que pasó varios días en la cárcel, y de una gran responsabilidad para la mujer, que tendría que vérselas con la justicia por esta denuncia falsa y los daños causados.

Pero es un caso falso entre miles de casos auténticos. Con la particularidad de que una sola mentira, solo una, puede más que miles de verdades juntas. Y de este hecho se aprovechan los agresores, y el machismo residual que los ampara, para justificar y esconder la violencia contra las mujeres.

Me pregunto qué hace que una mujer elabore una mentira y presente una denuncia falsa. Quiero ponerme por un momento en su cabeza y tratar de entender su mecanismo de ficción. Podría tratarse de personas con algún tipo de trastorno psicológico. Puede ser. O podría ser también que, efectivamente, estuviésemos ante un hecho objetivo de maldad, intencionado, para causar un serio perjuicio a su expareja, en el contexto de disputa tras la ruptura. Puede ocurrir.

Pero también podría ser que, en medio de la mentira, tuviéramos un caso de miedo, de desesperación de la mujer ante hechos de verdadera violencia ejercida contra ella, de soledad y desorientación. por los que pudiera verse desbordada y que la mentira solo fuese un síntoma de una situación desesperada, de desbordamiento psicológico y emocional. Tal vez ocurra esto. Y debemos considerarlo. No creo que, racionalmente, ninguna mujer se arriesgue a una denuncia falsa cuando los hechos pueden demostrar su mentira.

La mentira, a veces, es el último recurso, un desesperado argumento. Quizás es solo eso.

En todo caso, una mentira no vale más que diez mil verdades. Y una denuncia falsa no elimina la trágica certeza de las ochenta mujeres que mueren cada año a manos de sus parejas. Un solo caso falso no es superior a miles y miles de denuncias ciertas que se presentan cada año en nuestro país.

Los casos de denuncias falsas no invalida la justicia, pese a ser tardía e insuficiente. Al contrario, las denuncias falsas hacen más auténtica la verdad.

Hasta el próximo jueves.

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