Cómo organizar un referendum y ganarlo (o perderlo)

CatCataluña y Escocia son el mayor reto de Europa desde el final de la segunda guerra mundial. El modelo sobre el que se sustenta la Unión -los estados y la economía de mercado- se muestra superado por la naturaleza de la crisis y la redefinición de la soberanía a menor escala. Los referéndums catalán y escocés constituirán los sucesos políticos de 2014 y pondrán a prueba la calidad democrática y la flexibilidad del proyecto continental. Los poderes de la Unión Europea no son neutrales (ahí están las posicionamientos favorables a España de Van Rompuy, Joaquín Almunia y otros líderes comunitarios) frente a estos anhelos de independencia y contra los que intervendrán con fiereza mediante amenazas y tácticas de miedo, promoción de incertidumbres y asfixia internacional, el modo sutil pero esencialmente agresivo en el que se han transfigurado los ejércitos invasores de antes para someter ahora a las naciones rebeldes.

             Para ganar la guerra democrática que se avecina -una guerra muy desigual- no basta con tener razón. Obviamente, escoceses y catalanes tienen poderosos motivos para reclamar su libertad; primero, el mayoritario deseo de autodeterminarse; y después, la transparencia y grandeza del proceso. El camino hacia el éxito parte del principio de que para vencer hay que convencer, justo lo contrario del método artero al que se enfrenta. Y la convicción popular se alcanza mediante el uso combinado de dos tipos de instrumentos: las ideas (lo racional) y los sentimientos (lo emocional). En todo caso, hablamos de inteligencia aplicada a una causa justa.

 Alcanzar la categoría

   La autodeterminación y la independencia son conceptos atrevidos, nada convencionales. Y a la vez que provocan admiración y estima, también pueden suscitar dudas, incluso temores por su radicalidad innovadora. Existe una sociedad abierta y otra cautelosa y a las dos hay que atraer positivamente desde la autogeneración de la categoría: el ejercicio de la libertad por catalanes y escoceses debe presentarse como proyectos amables, transversales, potentes y viables, que traspasan los partidismos, que van a favor del interés mayoritario y ante el cual se manifiestan sin miedo y con plena convicción. Es fundamental asumir en esta confrontación el papel amistoso, la posición atractiva, el espíritu renovador y dejar que los oponentes carguen con el rol desagradable y amargo, la actitud negativa y retrasada, la imagen de lo antiguo y desgastado. Que el Sí contra el No sea la estampa de lo bueno contra lo malo, lo nuevo contra lo viejo: en eso consiste la creación de la categoría pública.

            No creo que en esta lucha exista emoción más eficaz que la autoestima colectiva, que nace de la certeza de ser un país único, distinto y capaz de alcanzar con madurez su propio destino. El orgullo de ser catalanes y escoceses conduce con más fuerza a la independencia que a la aceptación de vivir asimilado en un Estado espeso y agobiante. Esta es la emoción que hay que incentivar, como la autoestima en la existencia personal. El fomento de la autoestima debería conducir a la convicción de que hoy es posible vivir sin la tutela de la metrópoli y la soberbia imperial. Tienen que creérselo escoceses y catalanes y no vacilar: este será el debate de la soberanía, la autoestima contra la negación, la independencia como propósito sentido pero no consentido.

Sin miedo contra el miedo

            El miedo será el gran protagonista en los referéndums. Crear y extender el temor a la libertad y el riesgo de la pobreza y el aislamiento son las bazas que usarán -ya lo están haciendo- los estados y la UE contra Cataluña y Escocia, un viejo y falaz argumento que sale a pasear cada vez que una persona, país o idea se atreven a demostrar su solvencia. Pero el miedo es vencible si ante a él se despliega la transparencia y la osadía de la verdad. Hay que hablar sin recelo de economía, modelo social, fortalezas del país y cimientos del proyecto nacional. El miedo encierra el veneno del engaño y se neutraliza con fortaleza de carácter y conciencia clara.

            Hablarán de apocalipsis, retroceso económico, expulsión del euro, desempleo e impago de pensiones, boicot de los mercados e inoperancia internacional de Escocia y Cataluña y hasta de declive deportivo… Todas las calamidades caerán sobre los osados patriotas que se atrevan a probar del fruto prohibido de la independencia. Y pienso que cuanto más amenazantes sean los alegatos del No, más razones ganará el Sí, porque la intuición social percibirá dónde reside el prestigio y la confianza y dónde la prepotencia y el sectarismo. Un referéndum planteado en términos apocalípticos es un regalo para los independentistas, lo mismo que el discurso imperativo y ardientemente entusiasta perjudicará a los patrocinadores del Sí.         

            Cataluña tiene una papeleta anterior a su llamada a las urnas. Debe afrontar un período de resistencia política y social para hacer posible la consulta. Y esa resistencia tiene que ser absoluta ante las múltiples presiones y estratagemas que le menoscabarán. España no entiende que la consulta del 9 de noviembre de 2014 no es una ocurrencia del president Mas, sino el consenso básico de una nación plural y moderna que ya no puede esperar. Solo cabe pactar la dignidad legal del referéndum. No es el desafío de Cataluña al Estado: es la democracia contra la ley apolillada.

Cuidado, trampa

            No todos los ciudadanos y políticos españoles son reaccionarios. Algunas esferas económicas e intelectuales entienden que debe alcanzarse un arreglo honroso. En lo que pienso ahora es en la estrategia que están diseñando los servicios secretos del Estado y los gabinetes sociológicos que se encargan de la propaganda del Estado. A mi parecer, el CNI y los asesores de opinión producirán un esquema comunicativo basado en la neutralización de la opinión más agresiva y crispante de los medios, de manera que deje de exaltar los ánimos de la sociedad catalana, porque en ese ambiente de agravios los unionistas españoles tienen las de perder. El gobierno de Rajoy pactará con el poder mediático de la derecha –El Mundo, La Razón, Vocento y las cadenas privadas de radio y televisión- para que apacigüen sus furias anticatalanas, no atosiguen a los ciudadanos y presenten la cara más amable y afectiva -e insincera- de España. Su táctica será crear un foso entre los políticos autodeterministas y la comunidad catalana, presentando a ésta como víctima de la demencia de los partidos, al más puro estilo franquista. Se equivocan si creen que Cataluña solo está cabreada, cuando en realidad está muy ilusionada.

            De repente la opinión publicada se volverá suave y comprensiva y el Estado soltará su jauría de economistas, intelectuales y juristas para tratar de vender, con datos alambicados y apelaciones enrevesadas, las bondades de la unidad constitucional y los perjuicios de la “aventura independentista”. Los socialistas tendrán el papel de intermediarios. La Vanguardia, de bombero. El fútbol, de válvula de escape. Alicia Sánchez Camacho callará. Los empresarios, tan timoratos, mediarán. La Iglesia pondrá velas a Dios y al diablo. Europa presionará, ma non troppo. Este es el baile de disfraces que se prepara para llevar al huerto a los catalanes menos informados, a los medrosos e ingenuos. No digo que en Castilla se vaya a bailar la sardana, pero casi.

            Cataluña puede caer en esta trampa o no; pero solo es una de las muchas provocaciones y engaños a los que se verá sometida. En su mano está dar una lección de coraje democrático al mundo; abrir, junto con Escocia, las puertas a otra idea de Europa y acreditar su fortaleza nacional y cultural ante sí misma. Ahora o quizás nunca.    

Ella y el doctor Masters: amor y sexo

masters-of-sexCon una tierna declaración de amor, bajo la lluvia, de Bill Masters a Virginia Johnson terminó el lunes pasado Masters of sex, serie emitida por Canal Plus que nos ha dejado impresionados, tanto por la historia de la revolucionaria pareja, como por la extrema belleza y la densidad emocional de este producto delicatesen. Solo las interpretaciones de Michael Sheen en el papel del ginecólogo y de Lizzy Caplan encarnando a su ayudante son suficientes para merecer todos los premios Emmy en su próxima edición. Es la mejor serie del año y un regalo para quienes aún seguimos creyendo en las cultas posibilidades de la televisión.

             La narración podía haber transcurrido por la senda tradicional del sacrificio y triunfo de los pioneros, la épica de un hombre y una mujer que pusieron patas arriba, con perdón, los misterios de la sexualidad humana y específicamente la femenina. Pero no. La serie ha optado por ser imprevisible y centrarse en los corazones de Bill y Virginia y de cómo la pasión por la verdad, la investigación y la vida les fue uniendo, multiplicando y finalmente enamorando en medio de las hipocresías de la sociedad norteamericana de los sesenta. En realidad es la historia de ella, una dama sensible, inteligente y perturbadora, cuya grandeza encauzó el genio científico de Masters y le proporcionó serenidad, metodología y alternativas para su estudio, primero como leal secretaria y eficaz “doña recursos” y después como infatigable coautora. Ella es el alma del relato y su eje especulativo por mucho que la liberación del sexo y la sublimación del placer sean argumentos omnipresentes.

             Si no la has disfrutado ahora, no te la pierdas cuando la repongan. Y mientras puedes leer el libro del que ha nacido la serie, escrito por Thomas Maier, una novela deliciosa y regalo ideal para parejas inhibidas. Masters descubrió que “el tamaño no importa”; pero Johnson acreditó otra certeza aún más inquietante: ellas esperan de sus compañeros mucho más que vigor y entusiasmo sexual: lo que las pone, lo más excitante es admiración y dulzura.

Contra lo previsible… en ETB y la vida

Mensaje-navideno-Rey_MDSIMA20121217_0160_37Vuelven los clásicos por Navidad. Repite el PP, como lo harán otros partidos, la crítica a ETB por su decisión de no emitir en Nochebuena el mensaje del rey, con sus tópicos, bobas generalidades, falsos buenos deseos y gestos artificiales que al día siguiente, con aburrida previsibilidad y solemne vasallaje, la prensa ponderará para compensar los vacíos intelectuales del monarca. Es un espectáculo ridículo al que sólo la televisión vasca añade una diferencia, algo creativo, por ser la única cadena rebelde frente a un discurso vacuo que no interesa a casi nadie. La parlamentaria popular Nerea Llanos, que también sienta su culo en el consejo de administración de EITB, ha dicho que es “un acto de insumisión y de desacato institucional”, recuperando los viejos debates que durante décadas llenaban de tedio la navidad vasca cada vez que ETB hacía uso de su libertad de programación. Pues sí, los políticos necesitan un curso de creatividad, o quizás un electroshock de innovación, para remediar sus privaciones imaginativas.

 Cuanto más previsible es uno más muerto está. Esta es la causa original de todos los fracasos personales y sociales: repetirse y no reinventarse en una continua transformación multiplicadora. No se puede vivir de verdad sin sorprender. La política es predecible, reiterativa, contagiosamente resignada. Si sabemos que la emisión del mensaje del rey es solo un símbolo cateto del sometimiento de Euskadi a la uniformación española y su tramposa unidad, ¿por qué no decirlo abiertamente sin disfraces? ¿Y por qué no derogar el decreto de las costumbres, esas invisibles tiranías del pasado sobre el futuro?

Si existiera un premio a la dignidad democrática tendrían que otorgárselo a ETB, por el mérito de salvarnos de una parodia cómica y el deber de escuchar el rosario de las mentiras borbónicas, como que todos somos iguales ante la ley y lo felices que vivimos juntos. Este año Cataluña debería comenzar su camino a la libertad independizando a su televisión pública, TV3, del christma rancio de la Zarzuela.

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¿La política es teatro? ¿Comedia o tragedia?

1382956142_506587_1382957067_noticia_normalSiempre me llamó la atención el hecho de que en nuestros planes educativos, tanto en el nivel medio como el universitario, no existiera la asignatura de arte dramático, tampoco retórica y oratoria. Ni siquiera se imparten en marketing o en Derecho, aun cuando la facultad interpretativa y la puesta en escena, aplicadas en sus justos términos, parecen herramientas indispensables para el audaz ejercicio profesional y la mejora de las competencias comunicativas. Y sin embargo, la teatralización está presente en la vida: vender, enamorar, persuadir, liderar, ilusionar, influir y emocionar son actos que exigen el uso de elementos teatrales -mistificación, exageración, simulación- para causar resultados efectivos. ¿No se enseña arte dramático porque se considera una habilidad innata que debe cultivar autónomamente quien la posea o porque se entiende como parte vergonzante de la naturaleza humana, antítesis de la verdad y la autenticidad? Fuera de los escenarios el teatro tiene mala fama, por cínico y fulero. Y sin embargo, todos somos actores, desde el atuendo a las palabras, los gestos y los recursos sentimentales y hasta los silencios y las ausencias.

 Supongo que es cuestión de límites y que la teatralización de nuestros actos no debería rebasar ciertas fronteras éticas. En la política se exhibe con nitidez la superación de las barreras que distinguen lo real de lo irreal y el uso desbocado de la escenificación, lo que explica la escasa credibilidad de la que gozan los representantes públicos. ¿Cuándo actúan y cuándo se sinceran? Cierto es que los políticos sufren una sobreexposición mediática porque su trabajo se proyecta desde las tribunas a los medios de comunicación; pero si las autoridades no se despojan de la vanidad -su peor enemigo-, no destierran el juego perverso de las controversias mediáticas en las que se vuelven rehenes del interés mediático y olvidan su identidad para crear su alter ego, se convertirán histriones del tragicómico teatro de la política y, finalmente, en cínicos profesionales. Y es que la falsificación como sistema de relación con la ciudadanía necesita una escenificación dramática y un enmascaramiento retórico.

 ¿Cuándo un político tiende a ser actor? Cuando pasa de persona a personaje y olvida que debe aceptar la equivocación y la crítica como parte de su condición y tiene dificultad en mostrarse frágil pero constante. Un curioso síntoma de las similitudes entre el drama y la política es la frecuencia con que los dirigentes políticos utilizan la palabra “escenario” o “nuevos escenarios” para referirse a oportunidades sobrevenidas. Hasta en las palabras se adivina el contagio entre gobernar y actuar.

 De todas las formas de teatralización política la peor versión es la demagogia y su variante populista. En estos géneros es donde existe menos verdad y mayor distancia entre lo real y lo ficticio, al mismo tiempo que hay más decorado emocional (miedo, necesidad, frustración, ilusión) que es lo que permite la percepción por el público de un engaño como certeza. Lo emocional no debería ser sustancial en política, sino formal, es decir, un instrumento al servicio de la verdad ética y el compromiso público. Demasiados adjetivos no hacen una buena narrativa, como la abundancia de hermosas palabras no construyen un amor inquebrantable. Hay que desconfiar de los líderes emocionales porque suelen encubrir tras la tramoya de su engolamiento un gran vacío argumental e ideológico. El político no tiene que ser vendedor ni seductor, ni siquiera carismático, sino limpio, eficiente y empático, tan aproximado a la realidad como exige la gravedad de los problemas que gestiona. El teatro tiene una dimensión metafórica, mientras que la política es lo contrario: se debe a la estricta autenticidad de las cosas.

El teatro del dolor

             Se dice que la política son gestos. No lo creo, si el gesto no es acción concreta con algún resultado positivo. Precisamente lo que le sobra a la política son gestos, que las más de las veces son cobardías extravagantes que esconden una profunda tibieza. Esta proliferación gestual se observa sobre todo en lo relacionado con las víctimas del terrorismo y las discusiones sobre la paz. La gestión sectaria e innoblemente emocional que se viene realizando desde hace años con las víctimas del terrorismo ha inducido a las autoridades a adoptar una forzada espectacularización del sufrimiento, una obligación inexorable a mostrarse compungidos, cuanto más mejor, al margen del modo personal -sobrio, neutro o incontenido- en que cada uno tiene de mostrar sus aflicciones y demás sentimientos. Y así resulta que la solidaridad hacia los damnificados se mide en términos de exuberancia verbal y solemnidad sombría para su validación política ante la ciudadanía y los medios. En esta teatralización imperativa el PP ha llegado a tal nivel de artificiosidad que sus dirigentes necesitarán mucho tiempo para desprenderse de la máscara fúnebre que se ciñeron como identidad superficial y aún no han abandonado.  

¿Dónde está la perversión de este teatro del dolor? En que el objetivo prioritario de la exhibición del sentimiento afligido de los políticos hacia las víctimas no es expresar solidaridad y pena, sino que se vea lo mucho que les duele, lo muy apenados que se sienten y así no se les pidan responsabilidades por no haber evitado los crímenes ni remediado el problema que los causa. Muy católico y español, por cierto: que todos me vean cuán piadoso soy, una fe de procesión. Supongo que esa obvia instrumentación teatral del dolor es lo que a muchas víctimas les han espantado del gran embuste de la solidaridad hinchada y a no participar en la estrategia del rencor que ha hecho aún más irracional, burda e insoportable esta comedia del luto oficial.

Tras el fiasco de la doctrina Parot se ha producido un nuevo acto del teatro del sufrimiento, muy curioso. En este caso la escenificación política tenía dos propósitos: tapar la vergüenza jurídica, cuyas consecuencias preveían y reducir la cólera de las asociaciones de víctimas más agresivas, todo ello mediante los iniciales amagos de no acatar la sentencia derogatoria de Estrasburgo, las posteriores recepciones de los ministros de Interior y Justicia a Ángeles Pedraza y Mari Mar Blanco e incluso la audiencia privada del rey, para terminar con el montaje creado en comandita con las cadenas de televisión para retransmitir la salida de los presos de ETA, así como el debate artificial generado sobre la excarcelación de violadores y pederastas, enredando este miedo social con la cuestión política vasca. Al final, la clase dirigente del Estado está atrapada en su viejo sainete de congoja culpable. ¿Acaso la calculada congelación de la política penitenciaria no es otro de los instrumentos del teatro nacional español en su gestión demagógica del sacrificio de las víctimas y el rencor incentivado durante años contra quienes no compartían las leyes de excepción y los atajos democráticos?

Pero nadie ha teatralizado mejor esta fase del victimismo que la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, al proponer a las instituciones de Euskadi “una respuesta conjunta que deslegitime el terrorismo y prestigie la democracia ante la sucesión de excarcelaciones de etarras que no han mostrado la menor señal de arrepentimiento”. ¿Y cuál era su verdadero objetivo más allá del espectáculo? Hacer copartícipes a la sociedad de la comedia del dolor hinchado, involucrarnos en la táctica de odio y hacernos cómplices de la chapuza jurídica de la retroactividad. Tal vez el juego pícaro del teatro sea una necesidad para la política, tal como está hoy concebida; pero intentar que los ciudadanos subamos al escenario sobrepasa todas las líneas rojas de la decencia. Preferimos contemplar el espectáculo y reír o llorar con la comedia cotidiana de nuestra clase dirigente, hasta que no quede nadie que la soporte y el tinglado se venga abajo.

Requiem por unos fachas

pedrerol-punto-pelota_MDSIMA20131204_0197_42No existe escena más triste que una agonía, sea de persona, animal, flor, ilusión o empresa, incluso la de los canallas. Asistimos a los últimos instantes de Intereconomía, la tele radical de la derecha, enferma de soberbia e ira y víctima también de la crisis. En sus estertores finales expulsó el pasado miércoles, de la peor manera, a uno de sus profesionales de referencia, Josep Pedrerol, conductor de la tertulia deportiva Punto Pelota, que pese a sus caóticos debates lideraba las audiencias de la noche: el Sálvame del fútbol, le llaman. Pedrerol, siguiendo los pasos de los que antes que él salieron rebotados de la cadena de Julio Ariza, recalará en el otro canal beato, 13TV, propiedad de los obispos, a los que les urge, prelados y emisora, un renovador repaso de Papa Francisco. La gran estafa de la Iglesia española es haber convertido sus medios de comunicación en el púlpito de los retrógrados y traicionar el pluralismo político de los católicos. No imagino a Dios tomando partido.

              Si hay fachas en España -disfrazados de PP o asilvestrados- es normal que tengan sus tribunas de opinión; pero no hay mercado carca para dos. Así que las intrigas de Rouco por un lado y el mesianismo de Ariza por otro condenan a Intereconomía a una muerte segura en breve plazo. De momento, cede en enero su señal al Real Madrid y se va a ocupar el sitio de MTV, que desaparece. Claro, ¿qué mejor lugar para la tele del “equipo del régimen” que el espacio que habitaba la ultraderecha?

 Lo más curioso es el resultado de estos cambios. Vocento, que es titular de las concesiones de TDT utilizadas por Intereconomía, Disney, Paramount y MTV, es ahora socio de Florentino Pérez, una incompatibilidad conceptual con sus fervores hacia los equipos vascos. Como productor de televisión Vocento es un fiasco, pero como arrendador de licencias audiovisuales es magistral. En esto cumple la clásica vocación de Neguri: vivir de las rentas del patrimonio heredado, sin dar un palo al agua. Pero no, la tele, como la tierra, debe ser para quien la trabaja.