Diario de cuarentena. Día 90. Fútbol sin gente no es fútbol

Todo va a peor si la vida se vacía de gente, bullicio y ternura. Ayer volvió el fútbol a los estadios, pero el campo del Sevilla estaba sin espectadores y calor humano. O sea, un timo. Ya tengo escrito que el mayor estadio del mundo es la televisión, donde cabe lo que todos los campos juntos. Es inconcebible un espectáculo sin público. Es, en cierta manera, lo contrario del cine en las salas comerciales: hay que estar en silencio, pero disfrutas de la película con alguien y junto a otras personas, participando con tus risas, tus gritos de espanto en las escenas fuertes o con el ruido de las palomitas y el olor a pepinillo. No estamos solos.

Y eso que el partido televisado de ayer era un clásico, el Sevilla-Betis, un derbi de la ciudad, equivalente a un Athletic-Real Sociedad que, por cierto, tenemos pendiente una final de Copa a celebrar precisamente en Sevilla. Ayer, pese a ser un partido de máxima rivalidad y tan importante como las procesiones y la Feria de abril, resultó así, sin nadie en las gradas, un auténtico coñazo. Perdió el Betis, 2-0, flojo pero luchador. Le veo en segunda división.

La televisión es la televisión y el fútbol es el fútbol, valga la tautología. Y ambos se necesitan. La visión a distancia se completa con el clamor del público que está allí. Y sin esto no es nada, como un telediario, como un videojuego. Lo que ayer se escuchaba eran los gritos de los jugadores para pedirse el balón o para hacer indicaciones. Cuando estás in situ o cuando ves un partido con gente, esos gritos no se oyen, porque lo principal, el rumor de los espectadores, es lo único audible y válido.

También se oía el golpeo al balón, el eco contundente del chut. Ese sonido es incensario para un espectáculo. Es como escuchar sorber la sopa o el ruido de los dientes al morder algo crujiente como los barquillos. Es desagradable.

Lo único parecido a un partido normal fue ayer la megafonía del campo con los berridos del speaker, ese petardo gritón que vocifera histérico con los goles o comunica los cambios. Precisamente lo peor, importado de los estadios de rugby americano o el béisbol. Es muy artificial, como los aplausos enlatados en las series de televisión o en los shows en plató.

¿Y quién le llama cabrón al árbitro? ¿Quién pide la dimisión del presidente o el entrena-dor? ¿Quién comparte el bocata? ¿Quién silba y quién aplaude? ¿Quién canta el himno o el “Txoria txori”? ¿Quién se emociona o llora? ¿Quién hace así un día de fútbol? Así, San Mamés dimite y se deja comer por los leones.

Tengo para mí que el fútbol sin público es igual que comer solo. Por muy buenos que sean los guisos o los postres, si no los compartes, sino no hay charla, debate o risas en compañía mientras comes, aunque sea alpiste o morcilla requemada, pierde su gracia y su sentido. 

Además, lo de ayer fue un pésimo ejemplo para la gente cruelmente confinada. Mirad la foto superior. ¿No habíamos quedado que los jugadores no se abrazaran en la celebración de los goles? ¿Y qué hace ese grupo sevillistas arremolinados? Temo que el fútbol juegue a favor del virus y nos meta un gol.

Diario de cuarentena. Día 89. Un cocodrilo en Valladolid

Lo de España es de chiste. Y hoy quiero reírme un rato de las cosas que, a veces, ocurren en este Estado fallido. Porque pone en evidencia su sociología, a medio camino entre el esperpento y la ignorancia. Como sabes, en la provincia de Valladolid llevaban seis días buscando un cocodrilo en aguas del Pisuerga. Sí, sí, un cocodrilo africano, con sus treinta o cuarenta metros de largo (eso decían las noticias), su enorme boca, su fermosa dentadura y su leyenda de animal atroz devorador que a los niños de cierta edad nos espantaba en las películas de Tarzán. Pobre bicho de mala fama.

Allí fue detrás del monstruo la Guardia Civil, que van de verde como la piel del reptil, un camuflaje que habría ayudado en la captura. Los tricornios movilizaron varios efectivos y al Seprona, unidad de protección de la naturaleza. Se lo tomaron tan en serio que acotaron la zona del río donde supuestamente se escondía el saurópsido. Nada encontraron, porque nada había, excepto las ganas de cachondeo de unos jóvenes de la localidad de Simancas, aburridos por el confinamiento y con muchas ganas de broma. Finalmente, la Guardia Civil ha recogido sus bártulos y se ha vuelto a la Casa Cuartel sin poder ejercer de héroes contra el invasor. El ridículo es mayúsculo. No, no hay cocodrilos en Valladolid, a lo más hay lagartijas y alguna rana, como las que en época infantil capturábamos los niños entre las piedras. 

¿Cuánto ha costado esta broma ibérica? Calcule el número de policías movilizados para este safari africano, los vehículos, barcos y fragatas anfibias que se han usado, las unidades especiales de caza y pesca de altura, satélites y otros dispositivos científicos, incluso la aportación de la NASA. La Guardia Civil no registrará este hecho entre sus mejores batallas. No habrá medallas, ni podrá ir Marlaska a felicitarles ahora que andaba tan enfadado con ellos.

Pero Valladolid podría explotar la leyenda del Cocodrilo del Pisuerga, mantener viva la presencia del bicho y ganar turismo, que buena falta hace en esta época de alarma y confinamiento monacal. Que hagan como los escoceses con el Monstruo del Lago Ness, un troncho monumental del que viven a cuenta del turista bobo, que en todas partes cuecen habas. Vayan haciendo sus campañas de marketing.

Este episodio estúpido me recuerda el rumor que, hace pocos años, se extendió por los caseríos y montes de Loiu, en Bizkaia, de que se ha-bía detectado la presencia de un puma. Por fortuna, no se movilizó a la Ertzaintza ni llamaron al ejército de Canadá. Y se cerró la historia. 

Cabe preguntarse si el Cocodrilo del Pisuerga era el cebo de una estrategia de distracción del Gobierno para que no se hable tanto del coronavirus y sus estragos. Tal vez el PP esté pensando en presentar una moción de censura por esta causa y Vox llame de nuevo a las caceroladas de plata de ley y palos de golf al grito de “¡Fuera cocodrilos de España!”, que vienen de África y pretenden vivir del cuento.Ha sido otro esperpento. Al menos, nos reímos. 

Diario de cuarentena. Día 88. Otro enemigo del pueblo

De la realidad a la literatura y de ahí de vuelta a la realidad, interpretada. Este es valor y la eficacia ética y cultural de la creación artística. Henrik Ibsen, dramaturgo noruego, escribió hacia 1882 la obra teatral “Un enemigo del pueblo”. Al menos recuerdo haberla visto una vez en una sala de Bilbao y alguna otra más en su versión televisiva en la época pleistocénica que TVE emitía su venerable programa “Estudio 1”, fallecido en 1984 y en mala hora. 

Narra la historia del doctor Stockmann, un hombre de principios y fiel a la verdad de las cosas. Regenta un balneario que supone el soporte económico de la zona. El caso es que descubre que las aguas del establecimiento están contaminadas y son un riesgo para la salud. Como es su responsabilidad, advierte del peligro. Sin embargo, las fuerzas vivas de la comunidad tratan de ocultar el hecho. Incluso su hermano, el alcalde, se pone contra él y todo el pueblo arremete contra Stockmann y su familia. Se convierte en “enemigo del pueblo” al que hay que parar los pies… y destruirle.

Pues bien, la sociedad española y sus autoridades le han dado la vuelta a la historia, pero con idéntico resultado. La figura de Stockmann es aquí el ciudadano rebelde que aprecia el peligro del largo confinamiento, el estado de alarma y sus consecuencias humanas, económicas y sociales. Todo el pueblo está a favor, pero tú no, tú estás en contra, porque no aprecias la crueldad de las medidas y el asalto a las libertades y crees que la responsabilidad individual está por encima de las medidas basadas en el miedo y el castigo. Y entonces, te conviertes en “el enemigo del pueblo”, el insolidario, el rebelde, el cabrón, el traidor. Y lo peor. Porque no sigues lo «políticamente correcto».

¿Cómo atacan las autoridades, los medios y el pueblo al “enemigo del pueblo” que hace valer su responsabilidad frente al miedo y el castigo? Te vejan, te anulan y te amenazan. Te tachan de ultraderechista, de ser de Vox, cuando todos conocen tus valores. Te acusan de seguir las ideas de Trump, Bolsonaro u otros fantoches. Te llaman asesino, porque -dicen- facilitas la propagación del virus. Te califican de mentiroso, cuando la verdad es que no niegas las medidas de autoprotección, sino la prolongación de un confinamiento bestial y todo lo que implica en el recorte de derechos. Y, finalmente, te señalan como posible culpable de que pueda haber rebrotes. Eres el malo. Y te dejan solo.

En la historia de Ibsen se pone de manifiesto que “la mayoría tiene la fuerza, pero no tiene la razón”. O no tiene por qué tenerla por el hecho de serlo. ¿La mayoría quiere un confinamiento eterno y se deja desprender de su libertad, responsabilidad y criterio frente a un poder abusivo? ¿Y quiere hacerme creer que es por mi bien? ¡No fotem! Allá cada cual; pero no me conviertan, por mi opinión, en un ser apestado y “enemigo del pueblo”. Permítame que disienta y le ofrezca la razón de por qué no quiero ser oveja de rebaño ni siervo. Permita ser yo. Permítame ser el “capitán de mi alma», como W. E. Henley. El propio Ibsen escribió que “el hombre más fuerte es el que está más solo”. 

España en guerra

Así como algunos analistas certifican que cuanto más a la derecha estás mayor es tu rechazo al confinamiento, sostengo que las críticas a TVE son más propias de conservadores que de progresistas. Lo uno y lo otro son simplezas producidas por el estado de alarma. No estamos para matices. Antes de la pandemia apalear a la televisión estatal ya era un arte muy español, como las corridas de toros, y uno de los instrumentos de las cadenas privadas para ganar el pulso de la audiencia. Afirmar que los medios públicos están a las órdenes de los gobiernos, dicho así, en bruto, es una invitación a buscar refugio en los canales de Berlusconi, reconocido izquierdista, o en la bipolaridad de Atresmedia, del cinismo de Griso al sectarismo de Ferreras.

El mandato de Rosa María Mateo, administradora única de RTVE, está prorrogado. Y va para dos años; pero como la izquierda y la derecha -en esto como en todo- no alcanzan un acuerdo parlamentario para renovar los órganos de la Corporación, la televisión pública se debate en una crisis continua y se desangra con los feroces ataques que recibe de los líderes del PP, Vox y Ciudadanos. Lo de menos para ese tripartito radical es el pluralismo que nunca respetaron. Es solo el muñeco de pimpampum para sacudir al Gobierno, por si fuera poca la política banderiza y hacer sangre con la tragedia del coronavirus.

La batalla a muerte en RTVE se parece a lo del Consejo General del Poder Judicial, también en prórroga. En su mezquindad, el PP no tiene intención de pactar la renovación de sus cargos. ¿Por qué cambiarlos, si con los actuales controla a los jueces? La tele es el campo de una incruenta pero despiadada guerra civil. Queipo de Llano arenga a los suyos desde Intereconomía y Trece, mientras Miguel Hernández con sus versos enardecidos lo intenta en cualquier trinchera. Pobre España. 

Diario de cuarentena. Día 87. Un inglés vino a Madrid

Y llegó para instalarse en la capital y cambiar de vida. Para entonces, James Rhodes ya era un pianista de fama y autor de un relato autobiográfico que estremeció al mundo. “Instrumental” narra la tragedia de James niño, violado durante años por su profesor de gimnasia en un colegio de élite. Su terrible experiencia comenzó a la edad de 6 años. ¿Puede alguien imaginar por un momento lo que esto significa para una criatura? No fue una vez, sino muchas, muchas veces y durante años. Nadie, ni el colegio ni sus padres, ni los profesores quisieron ver nada. Es imposible mayor dolor y vivencia más cruel.

La música y el piano fueron la tabla de salvación de Rhodes. Después de una vida rota, con intentos de suicidio, autolesiones, drogas y estancias en psiquiátricos, Rhodes canalizó su recuperación personal convirtiéndose en un músico de éxito. He asistido a dos de sus conciertos en Bilbao. Tras el primero, me firmó su libro y pude decirle lo que pensaba de él: “You’re a miracle, Mr. Rhodes”. Es mi héroe.

A James Rhodes le cautivó el modo de vida de España. Necesitado de un cambio, decidió afincarse en Madrid. Odia el clasismo que rodea la música clásica y siempre se presenta en el escenario en tejanos y camiseta corta. Nada de etiquetas. En su último libro, “Playlist”, hace repaso de sus autores y obras preferidas. Sergei Rachmaninov es uno de ellos, del que elige el Concierto Nº 2. “El último movimiento es mi favorito. Tiene todo lo que un fan de la música puede desear: melodías increíbles e inolvidables, una pirotecnia para piano brutal, emoción, melancolía, desamor y heroísmo”.

Pues bien, este hombre, un músico inglés y persona extraordinaria, ha conseguido que, por fin, en España tenga una ley decente de protección de la infancia. Ayer se presentó el anteproyecto de Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia, por la que llevaba años clamando: “A uno se le cae el alma a los pies al leer las estadísticas en materia de violencia contra la infancia en este país”. Ya está aquí, por todos los niños.

El proyecto comenzará pronto a tramitarse en el Congreso. Y aunque la pone en marcha el actual Gobierno, sus inicios comenzaron en 2016 con el PP, “un hecho por el que le estoy inmensamente agradecido”. La ley recoge muchas mejoras, como la creación de unidades de policía especializada, el procedimiento judicial, la obligación de denuncia, los delitos en internet, los protocolos de prevención en los colegios y el endurecimiento de las penas para los abusadores. 

Lástima que no se haya suprimido del todo el sobreseimiento. Que no se contemple la investigación de abusos anteriores. Y que no aplique a los culpables la prisión permanente. Porque la merecen más que cualquier asesino. En fin, que James Rhodes con su tozuda lucha ha conseguido despertar a los legisladores del Estado. Gracias, James, profundamente agradecido.