
¿Cómo se construye el espacio de una vida? ¿De qué manera nos acomodamos para ser felices? La casa constituye lo más importante. Donde transcurre tu intimidad y donde llenas los días. Con el confinamiento feroz la casa es aún más importante. O te mata, porque no te sientes bien en ella; o se convierte en el refugio que te salva y te libera. Somos animales de cueva y madriguera.
Pero no es la casa, sino el lugar de la casa que te conforta. El mío, donde me siento realmente feliz, es mi escritorio. Un espacio breve y sencillo donde habita mi mundo. Donde escribo. Donde leo. Donde veo las películas y las series. Donde pienso, donde sueño, donde vivo y muero. Paso en este rincón unas diez u once horas diarias. La jornada no comienza cuando me levanto y se acaba cuando me acuesto. No. Empieza cuando me siento a la mañana a hacer mis tareas programadas o no y termina cuando me levanto del sillón, agotado y con los ojos rotos.
Ya veis, no es una mesa de nogal y un sillón chester de piel. Es una mesa de Ikea de metro y medio de ancho y 70 cms. de fondo. Blanca y lacada. Hay miles como esta en el mundo. Y un sillón giratorio y respaldo alto, de cuero artificial que, después de horas infinitas de uso, se está desgastando por los brazos. He añadido otros soportes auxiliares para cajones y conexiones usb y enchufes. Hay una lámpara banker de tulipa verde que compré por internet. Hay una radio, una agenda, un calendario, dos discos duros que almacenan mi vida con miles de artículos, una novela y media pendiente de publicar, millones de versos, mi música del alma, fotos, software pirata, vídeos, mis campañas, archivos, pensamientos, secretos. Luce una vela. Está mi cuaderno de notas en un atril, que también me sirve de apoyo para el Ipad, auriculares inalámbricos, algunos papeles, cuadros, mi título universitario, recuerdos de viajes, libros y un ramo de paniculata. Y un vaso de whisky o limoncello a las tardes.
Lo joya de mi escritorio es un Imac de 27 pulgadas, el mejor regalo que me han hecho jamás. Soy un adicto a Apple y me rindo a su marca. Con él me las entiendo a todas horas para escribir y escribir y escribir, sin lo que no podría ser feliz. Sí, hay un mundo exterior y la realidad, pero no son comparables a este.
Este es mi mundo, ahora más que nunca. A otros les gustan las terrazas, los vestidores, las cocinas, los baños, los salones, las habitaciones de camas mullidas, los muebles relucientes, las alfombras, los cuadros, los grandes televisores y cadenas de sonido. Me dan igual esas cosas, por las que algunos venden el alma. Yo solo vivo en mi escritorio, donde me evado. Aquí soy yo, este es mi reino de un único habitante.







