Más historias y menos papel higiénico

Fue la peste negra de Florencia, en 1348, el pretexto de Boccaccio para escribir los cien relatos de El Decamerón, imaginando cómo diez jóvenes se entretuvieron contándose historias durante su confinamiento. Fue en 1816, un terrible año sin verano, que Mary Shelley ideó el relato de Franskstein en la casa suiza de Lord Byron, tras el reto de este a sus amigos para que crearan una historia de terror. ¿Y qué surgirá de extraordinario de la cuarentena de 2020, qué libros, películas, amores infinitos o nuevas vidas en medio de la muerte y la desolación? La televisión no ha alterado la base de su programación, limitándose a ampliar los informativos hasta el hartazgo y vaciar los platós de público. Es seguro que la publicidad caiga en picado. Sin teatros, cines, espectáculos y museos, la tele tiene una oportunidad de oro para hacer algo grande.

            Con los niños sin colegio y los mayores recluidos el consumo televisivo se ha incrementado un 8% más, según los datos iniciales. Entre los protocolos de la alerta sanitaria por coronavirus no hay ninguna medida relativa al ocio familiar. Y debería haberla. Si por mí fuera, un radical romántico, obligaría a todas las cadenas públicas y privadas a emitir, sin fin, películas de las buenas, de estreno y clásicas, de esas que te dejan hambre de vida. 

Si es momento de resistencia, demos a la ciudadanía razones de entereza moral. Netflix gratis, HBO sin límites, Amazon Prime a mansalva, Apple+ sin costo. Movistar+ en abierto. ¡Un poco de épica, por favor! Que todos disfruten de los nuevos Cuentos asombrosos, de Spielberg. Y la serie The outsider, surgida de Stephen King. Y que chicas y chicos se emocionen con Esta mierda me supera. Los vacíos se llenan con historias. Más Almudena Grandes y menos Belén Esteban. Más historias para el corazón y menos papel higiénico para el culo.

Diario de cuarentena. Día 2. La Peste

En mi columna de TV del lunes, en DEIA, recordaba el caso de la peste negra en Florencia en 1348. La ciudad quedó diezmada por la plaga y los que pudieron se fueron lejos hasta que pasara. En aquel contexto, Giovanni Boccaccio imaginó su célebre obra “El Decamerón”, con sus cien cuentos de amor y vida que se contaron los diez jóvenes confinados para entretenerse mientras soportaban la cuarentena. ¡Qué hermoso resultado! También recordaba en mi columna lo ocurrido en Ginebra en 1816. Aquel año fue terrible de frío, un año sin verano. Refugiados en la residencia de Lord Byron, varios amigos de éste aceptaron el reto de escribir cada uno un relato de terror. Solo John Polidori lo consiguió con su novela “El Vampiro”; pero Mary Shelley imaginó allí y entonces su célebre “Frankenstein”. Vemos el lado bueno del ser humano: de los momentos terribles surgen obras extraordinarias.  

No sabemos qué saldrá de la cuarentena de 2020. Hay humor y gestos conmovedores de solidaridad. Y hechos brutales de egoísmo y enriquecimiento inmoral aprovechando la necesidad de la gente. Me gustaría que nacieran vidas geniales, relatos maravillosos, músicas nuevas, lo mejor del mundo. O quizás no ocurra nada, más allá del tedio universal.

Y como temo que desaprovechemos esta oportunidad, he propuesto a las plataformas de televisión en streaming que, durante estos días de forzada reclusión casera, ofrezcan al mundo entero sus series y películas gratis. Sí, toda la televisión de pago gratis. Netflix sin coste, HBO sin suscripción, Amazon Prime sin permiso. Y AppleTV, DisneyPlus y Movistar+ también. Este acto de solidaridad inteligente contribuiría a que la cuarentena se llenara de historias inolvidables. La industria audiovisual y la televisión se honraría a sí misma. Todo para la gente y llenar de cultura el vacío.

Podrán ver “La amiga estupenda”, una serie extraordinaria, digna de la tetralogía literaria de Elena Ferrante. Y disfrutar también de los nuevos “Cuentos asombrosos”, producidos por Spielberg. Y también del escalofriante serial de terror “El Visitante”, nacido de la pluma de Stephen King. Y morirse de la risa con Sidney, la chica protagonista de “Esta mierda me supera”. Y tantas cosas de buen contenido. ¡Todo gratis, sin merma de clases ni dinero! Sería un gran servicio público y contribuiría a la moralización de la sociedad. No es entretenimiento: es vida. ¡Háganlo, maldita sea!  Y que la tele pare ahora de repartir tanta angustia informativa y aparque la basura de Belén Esteban y realities miserables.

También están los libros. Divinos libros salvadores. Mañana os hablo de libros para esta cuarentena macabra.

Diario de cuarentena. Día 1. Esta cárcel.

¿Estamos en guerra? ¿Nos han invadido los extraterrestres? ¿Hay un golpe de estado militar? Y, sin embargo, estamos confinados en casa sin más permiso para salir que para hacer las cosas imprescindibles: ir a trabajar, al médico, la farmacia, el supermercado, la prensa… Esta mañana ha sido extraña, surrealista. Había muy poca gente por la calle y nos mirábamos unos a otros conscientes de una situación común que nos agobia y no entendemos pero que acatamos. Nos han convencido, y forzado, de que esta cuarentena general es necesaria para evitar la extensión del contagio del coronavirus. La palabra de moda, el enemigo de todos. El maldito coronavirus.

No entiendo esta medida autoritaria. Que ha funcionado en China, dicen. ¿Y quién sabe la verdad de lo que ocurre en China? Es el mayor fabricante industrial del mundo y también la gran factoría mundial de mentiras, una sociedad esquizofrénica. El absurdo es que si salgo a comprar el pan no me contagio ni me contagian; pero si me escapo para pasear o mirar la luna, me contagio o me contagian. ¿El virus entiende la razón por la que salgo y, en función de eso, me atrapa o no? Comentas estas cosas en las redes sociales y te tildan de insolidario e irresponsable. La verdad es que me gustaría rebelarme contra esta parodia internacional y gritar contra su histeria.

Me imagino la cantidad de historias perfectas que van a ocurrir por aquellos que decidan evadirse de este muro de Berlín del confinamiento. ¿Qué van a hacer los novios, los amantes para verse estos días, para abrazarse y hacerse el amor? ¿Acaso amar no es de primera necesidad? ¿Saltarán la alambrada de esta imposición sanitaria, inhumana? Que lo hagan. Que se atrevan los rebeldes, que conspiren de una u otra forma por estar juntos. Que el amor cruce la frontera de la prohibición, como tantas otras veces a lo largo de la historia. Ya están desplegados los militares, armados. Van a disparar. Matarán a gente inocente. 

Se supone que no debería decir estas cosas, precisamente yo. Los médicos, que son los nuevos sacerdotes, dicen que pertenezco a los grupos de riesgo y que el virus podría rematarme. Con un infarto en mi historial soy carne de cañón, me amenazan. Que tenga cuidado. Y siento su amenaza como una provocación para salir sin miedo. El miedo, esas son vuestras armas. Me fío de los médicos menos que de los políticos: tienen respuesta para todo y, si no la tienen, te mienten.

Este primer día de clausura va terminando. Llueve sobre Euskadi. Debería estar paseando bajo la luna y escuchando el rumor del mar a mi paso. Malditos seáis, carceleros.

Los socialistas y la TV privada

Esta es la única condición (o mandamiento) que hubiera exigido hace 30 años a las cadenas privadas para otorgarles licencia de emisión: honrar al espectador. Han pasado tres décadas y el panorama es desolador, la putrefacción del medio. ¿Qué puede celebrar orgullosamente Telecinco en su aniversario? Que es un negocio rentable y líder de audiencia; pero como comunicadora es responsable de una catástrofe ética y estética sin precedentes en España. Es innegable que la telebasura llegó -¡y de qué manera tan zafia y cutre!- con los canales privados, gracias al Gobierno socialista de Felipe González. Veinte años después, otro presidente de izquierdas, Zapatero, les donó la publicidad de TVE, 500 millones de euros anuales, provocando su descapitalización y decadencia. No digo que la televisión estatal fuera por entonces la inmaculada concepción, pero mantenía cierta dignidad.

            Silvio Berlusconi, capo de Telecinco, trajo de Italia la náusea e impulsó lo peor imaginableMama chichoLa máquina de la verdadContacto con tactoMujeres y hombres y viceversaQuién quiere casarse con mi hijoCazamariposasEsta noche cruzamos el MississippiCrónicas marcianasAquí hay tomateSupervivientes y, por supuesto, en la cumbre de la mugre, Sálvame y Gran Hermano, involucrado en una causa penal por presunta agresión sexual a una concursante que el programa no evitó. Este es su atroz balance, estiércol a espuertas. ¿Se ha evaluado el daño moral y social que la telebasura nos ha causado? Es incalculable.

            Y sin embargo, Telecinco es primera en audiencia. ¿Cómo se entiende esta contradicción, mala calidad bien aceptada? Oprobioso es que sea el canal más visto en Euskadi. Somos la tele que consumimos, amigos. Por contraste, de Italia también vienen productos mágicos. La RAI ha realizado la nueva temporada de la serie La amiga estupenda, adaptación en ocho capítulos del segundo libro de la tetralogía de Elena Ferrante Las dos amigas. La distribuye HBO y es una obra de arte descomunal que, esta sí, honra al espectador y la TV.

El azar y los tontos

Si en las cajetillas de tabaco se advierte que “fumar mata”, también en los boletos, espacios y webs de apuestas debería indicarse, bien visible, que “la suerte es la esperanza de los tontos”, o que “apostar es adictivo”. El Gobierno central no se ha tomado en serio el drama de las ludopatías que arruina la vida a miles de personas. Tienen una Dirección de Juego, también en el Gobierno Vasco. ¿No debería llamarse acción contra el engaño, por cuanto apostar es un sistema lúdico de fraude? El ministro del ramo es ahora Alberto Garzón, muy de izquierdas, que ha presentado un proyecto de decreto sobre publicidad y patrocinio de esta actividad que se queda en un quiero y no puedo. Mala suerte, ciudadanos. 

En esencia, el zurdísimo Garzón autoriza que las marcas de juego sigan esponsorizando a clubes y deportes de élite. Y así Osasuna, Alavés, Bilbao Basket y Baskonia, entre otros, continuarán exhibiendo los logos de esta mafia antisocial. Bonito ejemplo para niños y jóvenes. Es verdad que prohíbe a personalidades relevantes (Coronado, Sobera, Nadal, Ronaldo, Del Bosque y Piqué fueron prescriptores) poner cara y voz a sus campañas; pero no se suprimen totalmente sus anuncios en radio y televisión, como ocurre con el tabaco y el alcohol. Tendría que ser obligatorio recordar al apostador que “esta jugada tiene una entre cien millones de posibilidades de ganar” o que “siempre pierdes”. Prometer una recompensa de infinitésimas probabilidades es explícita publicidad engañosa.

Nadie mejor que el sufrido ludópata Dostoyevski expresó la pulsión irrefrenable por las apuestas en su novela El jugador: “Al salir del casino siento que dentro de mi bolsillo se mueve algo. Es un florín: «Ya tengo bastante para comer», me dije. Pero después de haber andado cien pasos cambié de parecer y me volví”. El miércoles de ceniza fui testigo de cómo una señora muy anciana, con temblores de parkinson y emulando al romántico Alekséi, se dejaba en unos minutos 50 euros de su pensión en la tragaperras del bar. No sé si le quedó algo para comer.