Todo tipo de instituciones, desde las más grandes hasta las más chicas, así como los más variados entes privados, están ofreciendo estos días un amplio surtido de actividades que mayormente se pueden seguir electrónicamente.
Así, es posible visitar museos virtualmente, aprender a bailar zumba, escuchar conciertos y ver obras de teatro en streaming, o ultimar los conocimientos gastronómicos.
Parece como si el descenso productivo generado paralelamente a la crisis sanitaria – y que a partir de ahora se va agudizar con las últimas medidas aprobadas – se pretendiera contener con un incremento del espíritu consumista, de manera que se mantuviera el ritmo social anterior con el objetivo de que se pueda desencadenar una demanda extraordinaria una vez pasado el momento más álgido de la crisis.
Y, sin duda, este intento es encomiable para quien crea tener la responsabilidad social correspondiente, una responsabilidad hoy en día ya suscrita y explícita en anuncios , descuentos y prórrogas, pero su actitud no deja de resultar curiosa, pues también denota un deseo acaso excesivo de tutorizacion colectiva.
De hecho, esta variopinta oferta parece también tener la intención de rellenar como fuera esos tiempos vacíos que necesariamente han de darse en una situación como esta,despreciando la oportunidad otorgada por la coyuntura histórica para aceptar un ligero abandono al aburrimiento que, como se sabe, bien aceptado, da lugar al silencio y a la meditación.
Y, claro, no deja de ser tampoco sorprendente que ese abandono al silencio y a la meditación que en tantas ocasiones se busca o incluso se receta, para hacer un alto en el camino de la vida , se conjure ahora con tanta severidad, con una profusión de estímulos que dinamizan ese a modo de consumismo preventivo, e impiden a la vez el recogimiento en esta nuestra soledad sonora.
Al respecto, no se trataría tanto de eludir absolutamente el entretenimiento o la distracción, sino de aceptar la saturación recordando quizás aquellos versos de Agustín García-Calvo que decían: «Y, sin embargo, /era soledad seguramente /el verdadero alimento de tu corazón…»
Me da que tiene usted razón don Vicente, toda la razón.
Ya, pero puede ser una pena…Gracias por el comentario.