«Cuando los puestos de productos delicatessen superan en número a las carnicerías y fruterías del mercado de abastos, o el bar de la esquina cambia las tostadas y montaditos por cupcakes y muffins , es que no hay vuelta atrás y que la gentrificación del barrio de turno es un hecho »
Me gusta el terraceo siempre que el vermú esté bien preparado y la conversación resulte sugerente o al menos divertida, pero no suelo llegar a cuatrear.
Ayer el comienzo de mi terraceo fue solitario, cerveza sin alcohol en ristre , sombrero y gafas de sol ante la ausencia de sombrilla, y de lectura de varios periódicos en papel, acumulados a lo largo del fin de semana.
El mediodía transcurría en calma interior y exterior hasta que comencé a oir un sonsonente aflautado por estribor. Al poco comprobé que se trataba de una receta de tzatziki que era escuchada en el altavoz de un teléfono móvil por una señora muy enseñorada. Y a pesar de que considero el tzatziki una de las maravillas de la civilización griega, equivalente a la Metafísica de Aristóteles – otra lectura de obligado cumplimiento- no pude por menos que solicitar a la aludida dama , con la debida educación, que bajara el volumen de su aparatillo. Lo cual que hizo tras una semisonrisa de aceptación. Pero mi gozo quedó en un pozo, pues en cinco minutos comenzó a llegarme otra receta, esta vez de marmitako de atún con el aditamento de una drástica discusión sobre si estaba permitido o no el fumet.
En estas estaba cuando por babor irrumpió una cuadrilla de seis digamos guiris semidesnudos que apestaban a alcohol y a orines y que tras varios encontronazos con las mis sillas adyacentes lograron sentarse o, mejor, derrumbarse, en torno a una mesa, señor, y sumirse al unísono en un sueño que se preveía largo y acaso pesadilloso.
Y así, escoltado estereofónicamnete por la discusión sobre el fumet de estribor y los ronquidos de la ya amura de babor, observé a una joven pareja en pantalón corto y chancletas que se aproaba con diligencia hacia mi mesa.
«Excuse me, sir, we are looking for the Cookies pastry shop, where they have the best coffee in the city…» me dijo la joven desde una rubia altura significativa y tom´ándome, sin duda, por un colega deambulante. Negué con la cabeza y con una sonrisa: «Sorry, I have no idea, but good coffee is also available in this bar…»No les convenció mi recomendación , se despidieron y volvieron a consultar su teléfono móvil, dirigiendo su mirada allá y acullá.
Armado de más valor que El Juli, volví a mis periódicos y abrí LA VANGUARDIA. «Cuando los puestos de productos delicatessen superan en número a las carnicerías y fruterías del mercado de abastos, o el bar de la esquina cambia las tostadas y montaditos por cupcakes y muffins , es que no hay vuelta atrás y que la gentrificación del barrio de turno es un hecho » , leí al comienzo de un sugerente artículo de Asier Martiarena…Y entonces, me di cuenta de que la famosa Cookies Pastri Shop por la me habían preguntado era el nuevo local que se había abierto donde antes estaban los ultramarinos del barrio.
Así que me bebí el útimo sorbo de mi 0.0 y, en levantándome, me dirigí hacia popa por una calle estrecha, sin bares pero lo suficientemente sombreada, y con el firme propósito de informarme, en cuanto llegara a casa, acerca de ese palabro que más parece pájaro de mal agüero y que se acoge al término de gentrificación…
(c) by Vicente Huici Urmeneta