Suenan tres pitadas cortas, las puertas se cierran y el tren comienza a avanzar lentamente. Voy hacia Portugalete en el C-1 de RENFE.
El vagón va casi vacío y he podido colocar cómodamente mi maletín al lado con todo el material que voy a necesitar ( compás, transportador de ángulos, escuadra y cartabón. El manual también, pero no tengo la menor intención de abrirlo…
A la altura de Ametzola saco, con mucho pudor, mis apuntes, casi infantiles, pero en cuanto el convoy sale al aire libre mi mirada se va hacia la ría, refulgente y plateada. Irónicamente, detecto un castillete que señala babor. Pero detrás surge de pronto Zorroza y en medio de ella, como un monstruo dormido, la antigua fábrica de galletas de Artiach.
El paisaje se va oscureciendo, las fábricas abandonadas, los cargaderos desmochados y las casas derruidas se suceden atrayendo toda mi atención. Al pasar por La Iberia siento que me gustaría que viajaran conmigo Juana o Pío para tener una excusa, detenerme y que ellos tirararan unas buenas fotos.
Sin embargo, a la hora convenida el tren se detiene en Peñota y, aunque me apetece seguir, recojo mis cosas, me levanto y suspiro.
En un par de horas estaré de vuelta.