El pasado 10 de noviembre se celebró El día de las librerías. Y yo, haciendo los honores , me di una vuelta más larga e intensa de las habituales, visitando, por supuesto, verdaderas librerías y no esos «almacenes de libros» que tanto proliferan últimamente imitando en un género propio a los sempiternos Grandes Almacenes.
Aproveché, por supuesto, para comprar algunos libros, pero también para charlar un rato con Javi, Kepa y Louise, ejemplos verdaderos de los nuevos capitanes de esas naves que surcan nuestras ciudades entre tantas tempestades físicas y metafísicas.
Por la tarde, arrebujado en el sofá, dormidas mis chicas, me tragué de cabo a rabo el despiporrante El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Eduardo Mendoza , recomendado por uno de los libreros a pesar de no ser ninguna novedad – esta es una de las ventajas de esas librerías, que tienen un buen fondo y , como te conocen, te pueden recomendar libros que no son necesariamente » novedad «.
Me estaba riendo sin parar aunque por lo bajini, hasta que el protagonista, don Pomponius Flatus, miembro de la clase ecuestre romana en periplo indagatorio por tierra judía, comenzó a contar que entre los pueblos bárbaros que estaba visitando «de cuando en cuando los sacerdotes caldean los ánimos con sus discursos» anunciando la victoria definitiva del pueblo sobre sus enemigos ancestrales guiados por los » que se arrogan el título de Mesías, como aquí llaman al presunto salvador de la patria «.
Y dejé de reírme , por lo que mis chicas se despertaron y me plantearon, dado el tormentón que hacía allende las ventanas, una partida de chinchón, arte en el que me inició mi abuelo rochapeano Vicente con unas manoseadas cartas que olían a remolacha.Y me dieron una buena tunda…