Curiosamente el índice de lectura ha subido, aunque muy moderadamente ,desde el comienzo de la pandemia del COVID-19. Y, según los datos, el incremento se ha producido en la lectura del libro en papel, entre el lectorado femenino y el más joven.
Así que más allá del libro electrónico ( e-book) que en su triunfo relativo parece haberse llevado por delante sobre todo el libro escolar y académico, el soporte de papel resiste a pesar de los malos augurios que comenzaron a escucharse con el cambio de siglo.
Es más que probable que la materialidad de ese paralepípedo maniobrable ( como decía Roland Barthes), con el añadido ya casi obligatorio de una cuidada edición, continúe operando como un estimulante objeto de deseo entre los ires y venires de la mirada electrónica.
Pero junto con esta previsible persistencia , otros datos ( ¡Ah, siempre los datos!) indican que lo que sí se ha modificado, y radicalmente, durante los meses de pandemia, ha sido el sistema de ventas y, en consecuencia el modelo de distribución, pues las plataformas virtuales- como Amazon- han acaparado también el comercio de libros, como ha ocurrido en tantos otros ámbitos.
Este último aspecto, que deberá ser muy tenido en cuenta por quienes se dedican a la edición, está trastocando el sentido competencial ( como se diría ahora) de las librerías, pues están dejando de ser , como habían sido hasta hace muy poco tiempo, el sitio propio de venta: probablemente su futuro estará vinculado a su transformación en lugares de encuentro multi-cultural, en los que se ofrezcan diversas y variadas actividades en torno al mundo de los libros y, sobre todo, de aquellos cuya presentación – y venta directa- resulte un acto participativo en sí mismo.
Acentuar las condiciones participativas contribuirá, además , a contrapesar y equilibrar el nuevo modelo de relaciones sociales electrónicas que tanto se ha acelerado durante la pandemia.