Una de las medidas más eficaces para doblegar la moral del Resistente, esté a nuestra merced como en el caso de la tortura, o escape a ella, como cuando se refugia tras los muros de una embajada, es poner música a todo volumen las veinticuatro horas del día, pues está demostrado que el ruido altera nuestra psique, entorpece el pensamiento, impide la reflexión y concentración, llegando incluso a distorsionar por entero la propia conciencia. Cierto es, que la incomunicación total y sensorial de los sujetos, como se lleva a cabo en Guantánamo con los combatientes, y en nuestros Democráticos Hoteles DDHH también llamados cárceles como en el caso de los FIES, puede provocar los mismos efectos y aún mayores. Mas como quiera que nuestra industria y modelos de producción, requieran un mínimo alto de decibelios constante, del todo contra natura, el único modo de evitar el malestar de la población hacia su ineludible presencia, acaso sea acostumbrarla a su realidad desde la infancia, evitando secuencias espacio-temporales en las que las personas puedan percibirse sin su ingrata estridencia, todo sea que les agrade y empiecen a quejarse de la contaminación acústica.
Hace unos años, asistí infiltrado a un seminario sobre seguridad laboral donde se hablaba sin tapujos del rebaño humano, yacimientos de mano de obra barata, externalización de gastos, etc. Cuando un experto explicó la necesidad de cuidar los oídos de los operarios que trabajan con máquinas pesadas por el bien de la empresa para evitar futuros gastos a la SS, un alto ejecutivo de los presentes, comentó entre el asentimiento y risa general que, los repuestos ya vienen entrenados de la discoteca…¡Y no le faltaba razón!
De igual manera que las clases pudientes nutren a su descendencia con productos de calidad, educándoles el paladar con zumos de frutas, carnes y pescados sin conservantes ni colorantes, mientras la masa de esclavos asalariados no tiene otra cosa que ofrecer a su prole que Coca Trolas y hamburguesas de Malc Omas rebosantes de aditivos cancerígenos…así las primeras velan por que sus hijos conozcan la buena música, y aprendan a escuchar a Chopin, Gershwin, Morricone, Jarre, o Wim Mertens, llevándoles a conciertos, óperas, y teatros, donde su gusto musical se forma de modo natural en un entorno adecuado para la sublimación del espíritu, mientras el resto compra auriculares a sus retoños que deseando escapar del ruido de nuestras calles, del tráfico, de las constantes obras cerca de las que viven, estudian, trabajan, y consumen desemfrenadamente sin pararse a pensar ¡cómo hacerlo! caen en la trampa de atrapar sus oídos con cadenas musicales cuyo único propósito es aturdirles la mente lo suficiente como para que vayan mal en sus estudios justificando así la falsa meritocrácia de nuestra falsa democracia. Pero como quiera que los Resistentes agudicen el ingenio para abstraerse del mundo por medio de la lectura en consultas de dentistas y abogados, viajes de tren y autobús, bares y cafeterías… las grandes corporaciones ya han dado instrucciones a los profesionales liberales, medios de transportes, y al ramo de hostelería, para que pongan música ramplona sin cesar y a poder ser, que suban un poco más sus decibelios. Yo, como pertenezco a la clase superior, me percato inmediatamente de donde estoy por el nivel de ruido existente, y allí donde tienen puesta por sistema la radio, la tele, o el hilo musical, evito entrar para que no me confundan.
Autor: Nicola Lococo
Los Reyes Malos
Hay muchas clases de Reyes: están los Reyes Magos, los Reyes del Mambo, los Reyes de la baraja, los de la hamburguesa, del pollo frito, de la coca etc. Y también, entre los Reyes entendidos como tales, los hay de muy distinta condición, basta echar un vistazo a los apodos poco fiables con los que han pasado a la historia, para convencernos que los Reyes, por el mero hecho de ser tales, es posible que nazcan como Altezas, pero como cualquiera de los mortales tienen sus bajezas y son pocos de entre ellos, los reconocidos fuera de los cuentos infantiles como sabios o buenos y muchos en cambio, si lo han sido abiertamente como malos, crueles y sanguinarios. La cuestión es, ¿qué clase de reyes han sido los Borbones?
De atender únicamente a la propaganda, entiéndase historia, telediario o discursos cómplices de la política, su llegada ha sido una bendición venida del cielo. Pero a nada que se atienda más a los hechos y menos a las palabras, allá donde dirijamos la mirada, veremos como estos no acompañan. ¡Al contrario! Su irrupción en la Historia de España, supuso la ruina para este país, como demostraré.
Felipe V (1700-1746), quien fuera iniciador de la rama española de los Borbones, para hacerse con el Trono de España, que dejara vacante por estéril Carlos II, de la Casa de Austria, desencadenó una auténtico conflicto internacional y dio inicio a las continuas guerras civiles que desde entonces han asolado a España. Felipe V, era Felipe de Anjou, hijo de Luis, Gran Delfín de Francia, hijo del Rey Sol, Luis XIV, quien urdiría toda la operación para anexionarse el goloso botín a través de su nieto. Huelga decir que, desde su ascenso al trono, España fue mera comparsa de los caprichos franceses, que lo de Zapatero con Sarkozy, viene de lejos…
Los Austria, acostumbrados a gobernar pueblos diversos allí donde reinaran, no tuvieron mayores problemas en llevar sobre su testa distintas coronas y hacer cuantos juramentos fueran necesarios para mantener unidos a sus súbditos bajo su dinastía. No así los Borbones, que provenían de una Francia Franca y centralista. Nada de ello pasó desapercibido por estos lares, de modo que desde el inicio, su presencia tuvo el abrigo de Castilla que albergaba la esperanza de imponerse todavía más al resto de reinos peninsulares, pero igualmente, a caso más decidido, el rechazo de Aragón, cosa que tuvo nefastas consecuencias, una vez la guerra zanjara la cuestión sucesoria a favor de los Borbones, pues estos vengativos, abolieron sus fueros e impusieron los Decretos de Nueva Planta, regando con ello de resentimiento las pequeñas disputas habidas hasta el momento.
Los primeros Borbones, Fernando V, Luís I, Fernando VI ( 1746-1759) y Carlos III ( 1759-1788), a parte de seguir el dictado de Francia, sin mala intención pero con mucha torpeza, quisieron aplicar la receta centralizadora que tan buenos resultados había ofrecido a sus familiares en el dulce hogar francés, sin atender la peculiaridad de los pueblos peninsulares recientemente obtenidos. Al tiempo, más preocupados por sus intereses familiares, implicaron al pueblo español en cuantas guerras tuvieron oportunidad, no para bien y provecho de sus gentes, si quiera por poderosísimas razones de Estado que la historia pudiera justificar, sino para dejar a su nutrida descendencia suficientes recodos donde encubar la supervivencia futura de su virus genético. Por algo, a dichos tejemenejes se les conoce académicamente como “Pactos de Familia”.
Del seguidísimo francés y del belicismo en busca de tronos y títulos que legar a sus descendientes, llegó la dolorosa derrota de Trafalgar y la consiguiente pérdida de territorios propios como Gibraltar, mientras los miembros de la familia Borbón, saldaban la operación con pingües beneficios por toda Europa y el Mediterráneo. Su negocio no era otro que la ruina de España. Cierto es que, lo acontecido bajo los auspicios de Carlos IV ( 1788-1808), no fue más que el punto culminante del esperpento que España representaba en la escena internacional y que casualmente, coincidió con Napoleón en Francia. De modo que, una vez la Revolución Francesa les expulsase de su hasta entonces auténtica Patria chica y el ínclito General les arrebatase cuantos tronos pudo a favor de sus hermanos, no les quedó otra, que empezar a sentirse como en casa, dado que no tenían otra. ¡A mala hora! Qué cazurros fueron al expulsar a José Bonaparte que sólo pudo mantenerse en el trono de 1808 a 1813.
Si durante el Siglo XVIII los Borbones se contentaron con introducir a España en la Guerra exterior al servicio de los intereses de Francia y de su propia familia, ahora, durante el XIX, estos malos Reyes demostraron una iniquidad sin par al instaurar la guerra civil permanente en España. Así, la llegada de Fernando VII ( 1813-1833) al Trono, supuso un tremendo jarro de agua fría para la apertura liberal que necesitaba España y la sangre empezó a correr, no ya contra ingleses y franceses, tradicionales enemigos, sino entre las tristemente célebres “Dos Españas” cuya escena supo magistralmente representar Goya de cuya realidad, los Borbones se supieron aprovechar, al objeto de no perder su último bastión.
Lejos de su yugo, los liberales americanos, aprovecharon la debilidad politico-militar de los Borbones preocupados por su supervivencia, para desprenderse del lastre borbónico; Seguramente la España Americana hubiera seguido unida a la península más tiempo de haber triunfado el espíritu liberal, pues sus élites libertadoras más que contra España, se rebelaron contra el despotismo borbónico y su atraso. Sin embargo, aquí, el pueblo no gozó de tan excelente ventaja y debió soportar su nefasta presencia. Así, se sucedieron una tras otras distintas escaramuzas entre liberales y tradicionalistas que parecía iba a transformarse en una batalla entre los partidarios del Triunfal modelo Republicano americano y los defensores del trasnochado modelo monárquico europeo. Pero la habilidad de esta gente, que nunca se muestra en beneficio del Bien Común, no sólo supo aprovechar la división crónica de los españoles antedicha, exacerbarla como nunca antes se había visto, que también lograron colocar al frente de cada uno de ellos a un Borbón que garantizase la supervivencia en el Poder, fuera cual fuera el resultado del combate.
La oportunidad vino a la muerte de Fernando VII. Mientras los americanos se independizaban, hubo un cortacircuito natural que separó las distintas corrientes en dos polos monárquicos: los Borbones de la rama de Isabel I ( 1833-1868) hija de Frenando VII, se hicieron liberales, mientras la rama de Carlos el hermano de aquel, abrazaron las reclamaciones de los foralistas. Al tiempo, los liberales, partidarios del estado centralizado, aparcaron su proyecto republicano en aras de no perder lo conseguido, y precisamente por recuperarlo, los foralistas se alienaron con Carlos. Esta división artificial, trajo a España tres guerras civiles, que en lugar de llevar el nombre de Borbónicas, han sido bautizadas con el del bando perdedor “Guerras Carlistas” que duraron desde 1833, hasta 1876, medio siglo que se dice pronto, la mayor parte de la cual, tuvo lugar bajo el mandato disputado de Isabel II y Don Carlos, ambos Borbones.
Hubo un intento por librarse de esta gente tan dañina, trayendo una monarquía importada de la Casa de los Saboya, tras la Revolución de 1868, cuando se logró que Isabel II continuase la bella tradición, de escapar al menor peligro. Amadeo I lo reunía todo para el éxito entre los españoles de entonces: pertenecía a una dinastía longeva y emparentada con anteriores casas reales, era ferviente católico en lo moral al tiempo que progresista en lo político, cuya distancia de la realidad nacional debería haberlo convertido en un excelente árbitro de la escena. Pero, pese a ser el primer Rey elegido por un Parlamento, aquella magistral jugada sobre el papel, que en principio debía aglutinar sobre su cabeza a Monárquicos, Católicos, liberales…en vez de ello, unió a toda la oposición por razones variopintas y peregrinas de modo que cosechó el rechazo de Carlistas, Republicanos, Tradicionalistas, y por supuesto de los Borbones. Ante el panorama, Amadeo renunció al trono en 1873 y se proclamó la Primera República española. Por desgracia, duró menos de un año.
El caso fue que un levantamiento militar, restauró en el trono al hijo de Isabel II que reinaría con el nombre de Alfonso XII ( 1874-1885), pero entre su juventud al acceder al trono y la temprana edad a la que murió de tuberculosis con tan solo 27 años, poco más que dar un hijo póstumo al trono pudo hacer por si mismo. Mientras crecía su vástago, la Regencia del reino cayó en manos de Mª Cristina, bajo cuyo mandato se urdió aquella pantomima del Pacto del Pardo, por el que los políticos Canovas y Sagasta, con el consentimiento de los Borbones, chulearon la democracia con la alternancia. ¿A qué nos suena?
Bajo el reinado de Alfonso XIII (1886-1931), España se llenó de ignominia: se perdieron los restos del imperio en el 98, se acometieron guerras estériles en el Norte de África, tuvimos el privilegio de ser la primera potencia en usar armamento químico sobre población civil en la Guerra del Rif, sucedieron los paradigmáticos casos de la Semana Trágica catalana…por si ello fuera poco, este individuo aceptó de buen grado la Dictadura de Primo de Rivera desde 1923 hasta 1930. Tras las elecciones al año siguiente, hizo las maletas y murió en el exilio.
El resultado lógico de todos los gérmenes patógenos que esta gente alimentó, exacerbó, cuando no trajo consigo e incubó durante más de dos siglos, fue la mal llamada Guerra civil, como si fuera la primera, cuando en verdad, ha sido la última…de momento.
El pobre Don Juan, maniobró cuanto pudo, no a favor de España ni de los españoles, sino para pasar a la historia y colocar a su familia en la posición adecuada para perpetuarse en las nuevas estructuras franquistas. Pero Franco que no tenía un pelo de tonto, le mantuvo a raya. Pero le dio esperanzas de su regreso, nombrando a su hijo como delfín. Así Juan Carlos, convertido en Príncipe de Asturias, medio heredero, medio rehén, permaneció junto al Caudillo, mamando los Sacrosantos Principios del Nacional Catolicismo Tradicionalista Falangista Requeté, o sea del Franquismo, a los que debió jurar fidelidad eterna, hecho lo cual, tuvo el visto bueno del Generalísimo y pudo ceñirse la Corona que en principio le correspondía a su padre.
Pero al final…todo les ha salido a pedir de boca y hoy, las doce ramas legales de los Borbones, comen y beben del pesebre español, cuyas bocas legales son difíciles de cuantificar y no digamos las ilegítimas que son más de las que imaginamos y muchas más de las que podamos imaginar. Por ello, su presencia entre nosotros, aliada con la Gran Banca y con la Patronal, como ha quedado al descubierto tras el último discurso de felicitación, bien podría explicar la actual crisis económica que padecemos y que nos llevará a la ruina, mientras dure su presencia entre nosotros.
Porque estos Reyes que en principio tienen como cometido defender al Pueblo de los demás Poderes, no han perdido ocasión de aliarse siempre en contra nuestra; Porque estos Reyes que deberían arbitrar y velar por la paz social, siempre se han decantado por un bando en particular y han metido cuanta cizaña han necesitado para mantenerse donde están; Porque estos Reyes que se han sentido extranjeros entre nosotros, más que como invitados, se han comportado como auténticos Vándalos…por las guerras que han creado, por lo que nos han usurpado, por el daño que le han hecho esta tierra y a sus gentes, no merecen otro calificativo que el de Reyes Malos.
Sólo una Monarquía republicana, o una República monárquica podrá salvarnos de la debacle futura. Por ello, deseo abanderar el partido a favor de Froilán Marichalar, el único en quien confiaría los designios de España, como en su día las Legiones romanas confiaron Roma al Tío de Calígula, tam bien retratado en la serie Yo Claudio.
La degeneración del género
Hasta hace bien poco, tres eran las acepciones que humildemente manejaba sin tapujos de la voz “Género”: el género de las palabras, el género que los comerciantes guardaban en la trastienda y el género al que podía responder una película u obra teatral. Pero henos aquí que, de un tiempo a ésta parte, tan noble y respetable término ha degenerado semánticamente. Ahora, por influencia y clonación del puñetero inglés, puede emplearse indebidamente por esa otra huidiza palabra a la que también se dijo “amor”. Y es que mientras en la lengua de Shakespeare, “gender” puede referirse tanto al género de las palabras, como al sexo de los animales o personas, sucede que en la lengua de Cervantes, distinguimos sin dificultad entre el género y el sexo, de igual manera que lo hacemos entre pata y pierna, macho y varón, crianza de la prole y educación de los hijos.
Cierto que, no es la primera vez, ni será la última que ocurra esto y que hasta bien mirado sean éstas pequeñas incorrecciones populares las que enriquezcan y hagan progresar el idioma. Pero en este particular, cabe decir aquello de el progreso ha ido demasiado lejos, y corremos el riesgo de no llegarnos a entender.
De continuar así, es posible que toda la comunidad de hablantes empecemos a tomar la palabra “género” como sinónima y menos agresiva que la atrevida voz “Sexo”, cuya sola pronuncia parece despertar en nuestros carnosos labios libidinosos, los deseos más pecaminosos que beata mente pudiera imaginar… verdadera razón ésta por la que triunfa sin desmayo entre nosotros tan infeliz hallazgo mediático. De acontecer tan magna confusión, habríamos en breve de traducir muchas otras añejas expresiones, como cuando nos referimos al “género de los ángeles”, o al “género, drogas y rock and roll”, que dudo mucho sonarían igual de bien, por no hablar de la denominada “generación espontánea” y el “género chico”. Por supuesto, habríamos de poner más cuidado en adquirir en el videoclub películas de “género infantil”, todo sea que nos detengan por pedofilia. Los “medicamentos genéricos” verían aumentar sus ventas hasta igualar al viagra, o a los afrodisíacos; “las nuevas generaciones del PP” serían mucho más atractivas para cuantos buscasen participar en orgías y bacanales… Pero ya puestos, seguramente unos conceptos nos llevarían a otros y en consecuencia, en vez de “hacer el amor, haríamos el género” y diríamos eso de “Haz el género y no la guerra”. Y hasta el mismísimo Benedicto XVI, en lugar de decir que “Dios es amor”, nos sorprendería con un esclarecedor “Dios es género”, que a más de un estudioso de los textos místicos ayudaría a comprenderlos en su justo marco hermenéutico, eso de que Dios es “generoso”. Y quien sabe, si por uno de aquellos beneficios inintencionados que describiera Mandeville y por arte de birlibirloque en un social acto psicolingüístico freudiano resultase que en “general”, perdiéramos el miedo de hablar de eso, y dejara de ser tabú conversar alegremente un poco más desenfadados sobre el “género” que todos llevamos entre las piernas, de tal suerte que se “generarían” menos fobias, traumas, frustraciones y neurosis.
Claro que… siempre habrá alguno que en ello apreciase el típico rasgo del “degenerado”.
Si con el epígrafe o titular de “Violencia de género” deseamos referirnos al maltrato que el hombre ejerce sobre la mujer en nuestra sociedad, lo propio sería decirle violencia machista que aparte de ser más correcta, es mucho más expresiva. Si fuera el caso de que lo que se quisiera trasmitir fuera otro significado o paralelo o concomitante, tenemos multitud de adjetivos más certeros y apropiados para cada circunstancia que se desease describir, como son Violencia familiar, violencia doméstica, violencia de pareja, violencia conyugal. Todas ellas, mucho más gráficas que la vaga y confusa violencia de género que etimológicamente os remite al daño que unas palabras se hacen a otras, como parece que ha sucedido en este caso, donde un término anglosajón, ha desplazado bruscamente a nuestra querida palabra sexo, sin ningún “género” de dudas.
Por qué digo ser de derechas
En cierta ocasión siendo veinteañero, viviendo todavía bajo el techo materno, así, como para probar, se me ocurrió preguntarle a mi madre que qué haría ella si por lo que fuera, yo un día le dijera que soy de derechas.¡Me echaría de casa! ¡Me desheredaría! ¡Borraría su nombre de mi acta bautismal! – Esperaba para mis adentros…Pero, sin asombro por su parte, me respondió con tanta prontitud como seriedad, que de ser cierto…¡Llamaría al psiquiátrico!
En cualquier caso, ya con cuarenta, hace tiempo que me declaro públicamente de derechas sin sonrojarme, pero para mi sorpresa, con una absoluta incomprensión por parte de todos cuantos me conocen, y aún de los que no saben de mi. ¿Por qué? ¿Por qué nadie acepta que me presente como de derechas?
Es verdad que desde pequeño me he sentido muy ligado a la izquierda. Pero en un programa de Antxón Urrusolo, a dónde acudí invitado como representante de IU, coincidí con dos chicas guapísimas que representaban al PP y comprendí entonces lo voluble que podían ser mis convicciones políticas que en modo alguno debían depender de las ideas, cuanto de los sentimientos que estas pudieran generar, pues aún me acuerdo de aquella rubia Lipperheide y de su amiguita. Y es que, uno puede cogerle cariño a los errores permaneciéndoles fiel, aun cuando ya sabe de su fallida condición. Fue así, como empecé a sospechar que, si bien cuando aquello una sola mano bastaba para darme placer pensando en la nueva fachada de la derecha tradicional, a caso, sería un equivocación declararse manco, pudiendo ser todos ambidiestros o ambizurdos. A fin de cuentas, para tocar el piano, hacen falta las dos manos.
Por suerte para mi, nunca me he proclamado de izquierdas y menos aún, he militado en partido político alguno, pues como me avisaron durante la infancia, en ellos, ¡hay más enemigos dentro que fuera! Sin embargo, sí me he prestado para aparecer en listas de IU ¿Es eso imperdonable? Al parecer sí. Es como una mancha indeleble con la que he de convivir para siempre. Mas, no al modo en como acompañara la marca que Dios le pusiera a Caín en la frente para que le respetasen allá por donde pasase, sino para que con el mismo afán que le pongo a declararme de derechas, los demás se empeñen en negarme tal condición.
Quienes me han encasillado en la izquierda por leer mis escritos con poca vista, se resisten a creer que de verdad soy de derechas; Y los de derechas que leen mis textos con muy malos ojos, se niegan a aceptarme entre los suyos. Sólo los extremistas de izquierda me dan la razón, pero no por ello sus antagonistas de derechas me asumen entre sus filas. En principio, ahora que todos somos partidarios del libre mercado, la libre competencia, que preferimos la seguridad a la libertad, que aborrecemos el igualitarismo, que amamos el individualismo, que apostamos por la macroeconomía independientemente de cómo le vaya al ciudadano, que creemos que el empresario crea riqueza…no tendría que tener mayor problema, cuando en las pequeñas diferencias que separa al PSOE del PP, resulta que coincido plenamente con este último partido, al menos, mientras está en la oposición. Claro que ahora que lo pienso…la oposición suele sentarse a la izquierda del Hemiciclo tal y como lo conocen los espectadores tras la pantalla de la televisión, aunque desde la tribuna del Presidente del Congreso, sea la derecha de tan noble asamblea, aunque curiosamente, a toda ella, sea de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, se la denomine la Bancada parlamentaria.
No lo soporto por más tiempo. Necesito que la gente me acepte tal como soy en estos tiempos de confusión absoluta. Ya de pequeño, tendría yo nueve años, cierto día, mientras me peinaba frente al espejo, descubrí que la gente me veía al revés de cómo yo en mi fuero interno me creía. Me explico: yo me peinaba de derecha a izquierda, con la raya en mi parte derecha de la cabeza. Pero la imagen del espejo, me representaba como si yo me peinara de izquierda a derecha. Por si ello fuera poco, me percaté también de que mi espectador, observaría la trayectoria de mi izquierda a derecha, desde su perspectiva, o sea, desde su derecha hacia su izquierda, cosa que podría coincidir con mi deseo, de no ser porque a su vez, éste sabría invertir la situación poniéndose en mi lugar y me otorgaría el peinado inverso a como yo deseaba ser contemplado. No había otra solución, por mucho que me molestara, que peinarme del revés, o sea, de izquierda a derecha, para que la gente me viera, como yo a mi mismo me veía cuando pensaba en mi mismo, es decir, con la raya en mi lado izquierdo. Seguramente Coco de Barrio Sésamo y el filósofo italiano Norberto Bobbio lo explicarían mejor. Pero creo que lo dicho, sobra y basta para que sepáis lo mucho que me importa que me veáis como públicamente ahora me presento ante vosotros, ¡como de derechas!
Parábola del leñador
Un leñador, creyó llegado el momento de introducir a sus hijos en el oficio. A tal fin, les congregó en la entrada de su caserío y señalándoles el monte más cercano, les dijo: “Va siendo hora que aprendáis a ganaros el sustento con vuestras manos.” Al más pequeño de los siete hermanos, se le ocurrió preguntar, si no dañarían al bosque al cortar uno de sus árboles, que a él le daba mucha penita usar aquellas terribles hachas, contra un indefenso árbol que nada podía hacer por defenderse. Sorprendido el padre por ésta tierna intervención, y percibiendo que ésta reflexión podía turbar el buen temple del resto de su prole, decidió atajar el asunto espetando: “¡Que el árbol no te impida ver el bosque!”.
Sin mayores contemplaciones, hacha al hombro, se encaminaron de madrugada al pie de la montaña. Una vez allí, no muy convencidos, se acercaron al árbol que tenían más a mano y tras mirarlo bien, el mayor tomó la iniciativa: “¡Vamos, vamos! Padre ha dicho que el árbol no nos impida ver el bosque. Creo que éste es el que nos impide ver el bosque.” Y así, entre hachazo va y hachazo viene, lograron tumbar su primer árbol.
Pero, detrás de ese árbol, había otro más grande y frondoso que como el anterior, les impedía ver el bosque. Con la experiencia adquirida, no dudaron en emprenderla también con aquel, pues no era cuestión que árbol alguno les impidiera ver el bosque. En un santiamén, aquel segundo árbol besó el suelo. Para sorpresa de todos, tras éste segundo derribo, se levantaba orgulloso un nuevo árbol, también más robusto que los anteriores. Un tanto enfadados, que no abatidos, los siete aprendices de leñador, acometieron éste tercer reto con mayor entusiasmo si cabe. Tras éste, vino un cuarto, quinto, sexto, séptimo, con el que abrieron un inmenso corredor según ascendían la montaña.
Pasadas algunas horas, todos se percataron de que ya no era un árbol el que les impedía ver el bosque, sino dos, cuatro, ocho… Muy seguros de si mismos, optaron por dividirse y acometer el trabajo por separado durante siete días. El resultado fue que los troncos caían de siete en siete, abriendo siete brechas más en aquella ladera del monte. Y así fue, hasta que todos coincidieron en la cumbre la séptima noche, donde con toda la leña que habían recogido, decidieron hacer una gran hoguera, a modo de pira triunfal de su gesta, y pasar la noche allí mismo.
Con los primeros rayos del sol, se desperezaron y comprobaron que sólo les quedaba un árbol por talar. Pero no había necesidad, pues éste árbol ya no les impedía ver bosque alguno. Pensando qué hacer con el: a uno se le ocurrió que era un buen lugar para que los perros fueran a hacer sus necesidades; otro pensó que lo más apropiado era colgar un columpio; otro creyó apropiado aprovechar la sombra que proyectaba, para instalar un merendero…. Al final, decidieron que el lugar reunía las condiciones apropiadas para convertirse en un magnífico parque para el esparcimiento de todos ellos y los vecinos del pueblo.