En principio, la colonia británica de Gibraltar no alcanza los 7 Km cuadrados, limitándose su jurisdicción al terreno que no a sus aguas según se desprende del Artículo X correspondiente al Tratado de Utrecht donde puede leerse “El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen…” Pero ya vemos que de lo no dicho al hecho, hay un trecho y en este caso, un estrecho.
Lo sucedido estos días entre los pescadores del lugar y las patrulleras gibraltareñas, comenzó siendo una cuenta más que incluir en el rosario de afrentas que desde la vergonzosa firma de semejante cesión se han venido consintiendo; pero algo me indica que esta vez, los hechos consumados suponen un punto de inflexión en las negociaciones, dado que es muy curioso que los Estados se abstengan de tomar ellos la decisión cediendo el protagonismo a los afectados. Y aunque parezca que la acción esté algo desequilibrada por cuanto en el escenario aparecen de una parte humildes pescadores y de otra una Potencia político-militar como es la Autoridad de Gibraltar, precisamente por eso, la autoridad de dicha Autoridad se ha visto muy rebajada, primer paso para hacerles caminar por una senda que para nada desean sus habitantes recorrer en su comprensible afán por aferrarse con uñas y dietes a la ciudadanía británica.
Esta casi imperceptible sutileza en el cambio de rumbo de los acontecimientos sólo aparece cuando los límites del Gibraltar oficial y el real nada merecen ser discutidos por cuanto las ancestrales características que destacaban la colonia, como es hablar inglés, manejar su moneda la Libra Esterlina, sus ñoñas costumbres del té, etc, resulta que se han extendido a lo largo de toda la costa mediterránea, hasta el extremo en que hoy, a un lugareño no le hace falta salir al extranjero para sentirse como tal; le basta con acercarse por Torremolinos, Benidorm o Fuengirola para experimentar el enorme desprecio que la degenerada rama genética anglosajona siente hacia nuestra refinada cultura grecolatina y en consecuencia hacia nosotros como seres inferiores que para ellos somos.
Así es. Cualquiera de ustedes que se haya acercado por estos sitios de veraneo, habrá observado que, las cíclicas oleadas de turistas venidas de esas inhóspitas latitudes brumosas cuya naturaleza abiertamente hostil y bárbara reconoceríamos de inmediato, de no estar embelesados con su apariencia benefactora de traernos divisas e ingresos que no son tales como se comprobará de seguido, no se mezclan con la población autóctona salvo para cometer canalladas, de modo que colonizan hoteles enteros cual colmena, consumen exclusivamente en locales regentados y atendidos por su propia gente pagando con su moneda y hablando en su asqueroso idioma.
De este modo, los ingleses que vienen a disfrutar del sol, la playa, la gastronomía, la cultura, educación, amabilidad y demás alegrías que brillan por su ausencia en su tierra, por no tocar el tema de aprovechar nuestro servicio de salud y seguridad social ¡que esa si que es buena! no sólo buscan ya pasarse unas vacaciones de calidad a bajo precio, que ahora tampoco quieren contribuir en justo pago a la riqueza y prosperidad del pueblo y las gentes humildes que les acogen.
Los ingleses son un pueblo nocivo para el resto de la humanidad y las autoridades españolas deberían desalentar su turismo por medio de la exigencia de visados y controles vejatorios como se tiene costumbre hacer con los ciudadanos brasileños al objeto de que desistan en tenernos como destino preferencial, dado que si se hacen bien las cuentas con ellos, a medio plazo, se gana lo que no se pierde, pues en la actualidad el colonialismo ya no precisa de buques con cien cañones por banda cuanto de hoteles con mil habitaciones para anexionarse el contenido de un territorio sin necesidad formal de reconocerlo suyo como tal.