¿Cuánto mide Gibraltar?

http://www.youtube.com/watch?v=09yVnKShCHQ

En principio, la colonia británica de Gibraltar no alcanza los 7 Km cuadrados, limitándose su jurisdicción al terreno que no a sus aguas según se desprende del Artículo X correspondiente al Tratado de Utrecht donde puede leerse “El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen…” Pero ya vemos que de lo no dicho al hecho, hay un trecho y en este caso, un estrecho.

Lo sucedido estos días entre los pescadores del lugar y las patrulleras gibraltareñas, comenzó siendo una cuenta más que incluir en el rosario de afrentas que desde la vergonzosa firma de semejante cesión se han venido consintiendo; pero algo me indica que esta vez, los hechos consumados suponen un punto de inflexión en las negociaciones, dado que es muy curioso que los Estados se abstengan de tomar ellos la decisión cediendo el protagonismo a los afectados. Y aunque parezca que la acción esté algo desequilibrada por cuanto en el escenario aparecen de una parte humildes pescadores y de otra una Potencia político-militar como es la Autoridad de Gibraltar, precisamente por eso, la autoridad de dicha Autoridad se ha visto muy rebajada, primer paso para hacerles caminar por una senda que para nada desean sus habitantes recorrer en su comprensible afán por aferrarse con uñas y dietes a la ciudadanía británica.

Esta casi imperceptible sutileza en el cambio de rumbo de los acontecimientos sólo aparece cuando los límites del Gibraltar oficial y el real nada merecen ser discutidos por cuanto las ancestrales características que destacaban la colonia, como es hablar inglés, manejar su moneda la Libra Esterlina, sus ñoñas costumbres del té, etc, resulta que se han extendido a lo largo de toda la costa mediterránea, hasta el extremo en que hoy, a un lugareño no le hace falta salir al extranjero para sentirse como tal; le basta con acercarse por Torremolinos, Benidorm o Fuengirola para experimentar el enorme desprecio que la degenerada rama genética anglosajona siente hacia nuestra refinada cultura grecolatina y en consecuencia hacia nosotros como seres inferiores que para ellos somos.

Así es. Cualquiera de ustedes que se haya acercado por estos sitios de veraneo, habrá observado que, las cíclicas oleadas de turistas venidas de esas inhóspitas latitudes brumosas cuya naturaleza abiertamente hostil y bárbara reconoceríamos de inmediato, de no estar embelesados con su apariencia benefactora de traernos divisas e ingresos que no son tales como se comprobará de seguido, no se mezclan con la población autóctona salvo para cometer canalladas, de modo que colonizan hoteles enteros cual colmena, consumen exclusivamente en locales regentados y atendidos por su propia gente pagando con su moneda y hablando en su asqueroso idioma.

De este modo, los ingleses que vienen a disfrutar del sol, la playa, la gastronomía, la cultura, educación, amabilidad y demás alegrías que brillan por su ausencia en su tierra, por no tocar el tema de aprovechar nuestro servicio de salud y seguridad social ¡que esa si que es buena! no sólo buscan ya pasarse unas vacaciones de calidad a bajo precio, que ahora tampoco quieren contribuir en justo pago a la riqueza y prosperidad del pueblo y las gentes humildes que les acogen.

Los ingleses son un pueblo nocivo para el resto de la humanidad y las autoridades españolas deberían desalentar su turismo por medio de la exigencia de visados y controles vejatorios como se tiene costumbre hacer con los ciudadanos brasileños al objeto de que desistan en tenernos como destino preferencial, dado que si se hacen bien las cuentas con ellos, a medio plazo, se gana lo que no se pierde, pues en la actualidad el colonialismo ya no precisa de buques con cien cañones por banda cuanto de hoteles con mil habitaciones para anexionarse el contenido de un territorio sin necesidad formal de reconocerlo suyo como tal.

Capitalismo Nininista

El gusto de la literatura por agrupar a los escritores en Generaciones como la del 98 o la del 27, ha degenerado en la costumbre mediática de etiquetar cada cierto tiempo a las Quintas con expresiones como del Baby Boon, del Kronen, la X y la que ahora da tanto la lata bautizada como Ni-Ni que al comienzo remitía a la ni por asomo representativa “Ni estudia. Ni trabaja” sembrando con ello la semilla necesaria entre la opinión pública para cosechar la que se les avecina, pues quien más quien menos, acepta como merecidos los recortes para cuantos desde hace tiempo, se les ha proyectado la sombra de la cigarra a modo de capirote, con el fin de poderles restregar los valores del sacrificio en los que se forjaron sus abuelos cuando al hambre no había pan duro y llenos estaban los seminarios de boca-ciones, ahora que han llegado las vacas escuálidas, para terminar identificando actualmente a todos aquellos que no tienen ni casa, ni coche, ni empleo, ni sueldo, ni vacaciones, ni pagas extra, ni cesta de Navidad, ni subsidio, ni prestaciones, ni subvenciones, ni Seguridad Social, ni tarjeta sanitaria activada, ni pensión, ni jubilación, ni viajes del IMSERSO….ni esperanza alguna de tenerlos algún día.

Pero la cigarra original de la fábula de Esopo no las pasó tan canutas como las de los liberales La Fontaine y Samaniego en las que dos hormigas despiadadas las dejó morir de hambre…ni tampoco la liebre pagó tan cara su molicie ante la tortuga como ahora sufren los ciudadanos Ni-Nis a los que ni se ven, ni se oyen en los medios de comunicación por no dar buena imagen, ni se les mira a la cara al caminar por las aceras, ni su opinión es computada en sondeos y encuestas, ni tienen quién les socorra salvo la Iglesia a través de Cáritas, ni quién les conceda un crédito – ni los usureros – ni partido que les represente como clase social que son, ni sindicato que defienda sus derechos con la excusa de que no son trabajadores, ni medio de comunicación que refleje su problemática ¡pero la de verdad! que lo de callejeros raya lo bohemio – ni albergue que les cobije – es mentira eso de que la gente está en la calle porque no quiere ir a un albergue; Muchos me han comentado que no les dejan pasar, otros que no hay plazas para todos y les hacen rotar, algunos especulan con que hay favoritismos con gente que hace servicios especiales…- ni restaurante que les dé un plato de comida a cambio de lavar los platos como se ve en las películas, ni les dejan entrar a los bares para ir al baño a hacer sus necesidades, ni quedarse cerca de zonas turísticas, ni se les permite plantar patas en los parques para poder subsistir, ni se les consiente ya pedir por las calles porque al parecer de nuestros políticos es una actividad muy lucrativa, ni se les deja vender lo único que poseen, a saber, su cuerpo, en las calles porque existe el proyecto de que lo donen gratis a la ciencia por no tener ni dónde caerse muertos. ¡Eso sí! No sin antes haber entregado toda su sangre a la farmacéutica Grifols.
Así, si de aquel Socialismo utópico de personajes como Saint Simón se llegó al Marxismo Leninismo, puede decirse, que del Liberalismo económico de Adam Smith, hemos arribado al Capitalismo Nininista.

Impactos vitales

http://www.youtube.com/watch?v=vQgHJDPt0no

Hacía tiempo que no me acontecía una de esas experiencias fugaces de la vida cotidiana que pese a su nimiez no pasan desapercibidas a la Conciencia, aunque las más de las veces solemos enterrarlas cuanto antes en el olvido de la abrumadora inmediatez posterior. Me estoy refiriendo a esos impactos vitales que todos padecemos y que nos descubren cómo somos, o cómo ya no somos, por si al mirarnos en el espejo sólo nos percibiésemos como nos escuchamos, o sea, de modo muy distinto a cómo el resto nos contempla que no creo ser el único en no reconocerme la voz cuando esta sale de una grabación.
Todavía me viene viva a la memoria la primera vez que se me acercó un niño de unos siete años a pedirme la hora precedida de un extraño ¡Señor! que provocó no me diera por aludido en la recién estrenada mayoría de edad. El episodio puede decirse que casi me agradó; Ni pizca de gracia me hizo, cuando pocos años más tarde, entrado en la veintena, otro renacuajo se dirigiera a mi con el mismo ¡Señor! ¡señor! y detrás su madre retirándole del brazo diciéndole un terrible ¡Deja en paz al Señor! que me hizo comprender mejor que ya no era ningún crio.

Y a propósito de mamás, otra de estas experiencias me sucedió cuando dando clases en mi academia de Castro, tuve la oportunidad de descubrir cerca de los treinta, la espeluznante realidad de que me gustaban las mamás. ¡Hasta entonces no tenía conciencia de ello. ¡A mi sólo me gustaban las chicas! En las discotecas es muy difícil advertir estos diminutos defectos y aún los de metro ochenta. Así comprendí por qué de pequeño algunos profesores me trataban mejor de lo que merecía…Pero para entonces, ya estaba curado de espanto; Apenas terminada la carrera, un amigo de clase me invitó a su boda. El susto fue morrocotudo: no se casaban únicamente los amigos de mis padres o parientes, resulta que mis amigos también, lo que ya suponía toda una indirecta. Mi persona era de naturaleza casable.
Gracias a ser un supergafoso, seguramente me perdí durante algunos años detectar que en mi negra y rizada melena filosófica habitaban ya algunas canas intempestivas. La primera vez que observé una de ellas con claridad y nitidez, pensé sobre el paso del tiempo, la caducidad humana y el corazón se me encogió un buen rato. Peor lo pasé ya con treinta y cinco, cuando llegó directamente a mis manos por equivocación una carta del Ministerio de Trabajo ¿A mi? donde se me notificaba los años cotizados para la jubilación. Fue un mal trago, no tanto porque se me confundiera con la clase trabajadora que también, sino por situarme de bruces ante una realidad que hasta entonces me había tomado como un pasatiempo, a saber: que la vida va en serio.
Por descontado que darte de cara con la esquela de uno de tu quinta, tampoco es baladí que digamos. Pero sin llegar a ese extremo, los peines, las tallas de la ropa guardada en el armario que ya no te cabe, la caducidad de los descuentos del Interrrail, etc, colaboran para no dejarte perder de vista que te haces mayor, que eres muy distinto a cómo te sientes por dentro y te ves en tu íntimaginación, o sea, cuando piensas en ti mismo sin prestar atención a los detalles que te afean la circunstancia a los cuarenta, como esas jóvenes que se te acercan a pedir fuego por la calle por juzgarte ya fuera de juego y totalmente inofensivo.
Pues bien, el último de estos significativos impactos vitales, me ha llegado bajo la inocente forma de un Roscón de Reyes al que me invitaron el pasado seis de Enero en el bar El Norte de Castro Urdiales donde acostumbro a tomar café y escuchar buena música. Resulta, que mi deficiencia visual me impidió detectar un trozo de naranja escarchada camuflada entre el dorado del pastel, por lo que no me tomé la molestia en separarla como acostumbro a hacer. Ya en la boca, aprecié una textura distinta a la que se le supone a un bizcocho y fue entonces que percibí con rotundidad su sabor y ¡Sorpresa! ¡No estaba del todo mal! ¿Pero cómo…? La rumorología sospecha que la fruta escarchada, como los caramelos de piñón o los potajes sólo gustan a la gente mayor. ¿Qué será lo siguiente que me ocurra? ¿Me pillaré yendo a una pastelería a pedir un pudding con pasas?
Al ritmo que va la burra, para cuando me lleguen esas agradables cartitas que reciben nuestros viejos ¡perdón! ancianos ¡mejor! mayores, más precisos todavía, personas dependientes… de parte de la Seguridad Social en las que se les obliga a dar fe de vida para evitar que sigan cobrando la pensión desde el más allá como ocurre en Grecia y en Sicilia – lo sé de buena familia – poco margen quedará para cogerme distraído en el más vital de todos los impactos.

Sólo faltaba El Risitas

Da ganas de afeitarles la cara, cepillarles el traje y lustrarles los zapatos.

Con ocasión de la solemne condecoración al presidente francés Nicolás Sarkozy con el Toisón de Oro a manos de Vuestra Majestad el Rey de España, se dieron cita ayer Lunes en el Palacio Real, además de los mencionados, nada menos que cuatro Presidentes de Gobierno: Felipe González alias “Mr. X”, José María Aznar alias “Ansar”, José Luis Rodríguez Zapatero alias “ZP” y el actual Presidente del ejecutivo Mariano Rajoy alias “El previsible o no”, que tuvieron a bien agasajarnos a todos con la típica postal postnavideña de quienes se pueden todavía permitir el lujo de reír y sonreír delante de nuestras mismísimas narices sabiéndose a salvo del afectuoso aplauso y de los calurosos abrazos con los que la plebe deseamos corresponderles, digan lo que digan las encuestas que como sabemos hay mentiras, grandes mentiras y las de su especie.

¿De qué se ríe esta gente? ¿Será de los más de cinco millones de parados? ¿Será de los recortes sociales? ¿ De la subida de impuestos? ¿Del aumento del IVA?…Podría ser de haberles pillado in fraganti en plena comilona; Pero tratándose de un acto público, me parece más plausible la siguiente explicación ofrecida por la antropología aplicada: Las antiguas tribus sabían que un modo sencillo de evitar enfrentamientos innecesarios al tropezarse con otro grupo del que desconocían su lengua consistía en, además de no mostrarse demasiado hostiles, ofrecer regalos de inmediato como agua o alimentos y sobre todo, reír y sonreír abiertamente, pues ello llevaba a la mímesis involuntaria de quienes tenían delante. Pues bien, esto que servía para las tribus, también funciona entre los más sinvergüenzas del mundo desarrollado, aunque con matices.

Si antaño la risa de un único individuo, sobre todo si se trataba del jefe, acababa haciendo reír a todo un clan y aún al grupo ajeno que tenían enfrente, hoy en día, suspicaces como nos hemos vuelto, lo más seguro es que si alguien se pone a reír delante de otro sin darle mayor explicación, se gane un buen mamporro del segundo. Con todo, todavía pervive entre nosotros esa asombrosa empatía animal a prueba de mentiras y traiciones que nos ablanda la memoria y deshace el corazón ante cuantos se nos muestran felices y sonrientes, ancestral mecanismo del que se sirven quienes confeccionan los anuncios publicitarios o asesoran la imagen de nuestros políticos para vendernos sus productos y programas electorales por muy nocivos que sean.

Con la que está cayendo, proyectándose en los cines eso de ¡No hay perdón para los malvados! sinceramente creo, que las abiertas sonrisas calculadas de estos especialistas en causar daño a los demás, no son tanto fruto de su natural disfrute sádico, cuanto del miedo que les provoca la colectiva reacción que se está gestando y que podría aflorar de no verles sonreír. Puede parecer ridículo lo que estoy diciendo y casi debería suceder al revés, o sea, que sus hirientes risas causaran en la población sufriente una furibunda contestación de reproche y malestar que les borrase de la cara, no ya las sonrisas que también los dientes que asoman entre esos labios mentirosos donde los haya. Pero lo cierto es que les funciona, porque la gente desconocedora de los mecanismos de inhibición de la voluntad y aún de la violencia que operan biológicamente en nuestros cuerpos, sucumben hechizados ante las diestras miradas de los reptiles de los que son presa fácil.

Nada me gustaría más que en una de estas, acudiera El Risitas para obsequiarles con una caja de bombones que al abrirla les explotase con la misma gracia con la que recibimos sus maliciosas sonrisas los ciudadanos y que al verles muertos del susto, aquel se pusiera a reír con el desenfreno que le caracteriza exclamando aquello de ¡Cuñao!.

Celebración de Año Nuevo

Hace tiempo que perdí la ilusión de festejar eso que llaman Año Nuevo, entre otras razones, porque comprendí que era algo demasiado arbitrario como para hacer de ello motivo de alegría. Cada cultura tiene su propio ritmo que obedece a distintos signos verbigracia, el día en que llega al trono el Rey de turno, las fases de la Luna, el comienzo de la siembra o de la cosecha, el regreso del salmón, el despertar de una marmota, o como sucedía en Egipto a la crecida del Rio. Entre nosotros, la tradición obedece a algo tan funcional como a que los cónsules romanos tomaban posesión de su cargo anualmente en Enero, detalle que resalzó la reforma Juliana y que posteriormente fue heredada por el Calendario Gregoriano.

Puestos a señalar un día de partida y llegada del ciclo existencial, hoy parece más apropiado ajustarlo a la fuerza motriz que impera en nuestra sociedad, a saber: La producción o el consumo. De este modo, si los antiguos se servian de hechos políticos, astronómicos o agrícolas para identificar el principio y final de algo tan etéreo como un año, en una sociedad desarrollada y moderna como la nuestra, no estaría de más preguntarnos qué realidad verdaderamente distingue momento tan especial.

Puesto a cavilar sobre el asunto, lo primero que me vino a la mente fue otorgar al tránsito entre el 31 de Agosto y el 1 de Septiembre el distinguido honor. Porque es en Septimenbre, cuando de verdad empieza nuestro Año Nuevo, cuando inciamos el curso escolar, que volvemos a la rutina tras las vacaciones con los mejores propósitos de enmienda, que nos apuntamos de nuevo tontamente a las clases del inglés que jamás aprenderemos bien, que encargamos en el kiosko los fascículos de las colecciones que de sobra sabemos no vamos a terminar, que ardemos en deseos de reencontrarnos con las series de televisión que también reanudan su emisión, con ganas de que empiece la Liga, etc. Pero tan pronto la idea iba cobrando forma en mi cabeza, le vi un gran inconveniente: ¿Con qué cuerpo se podía festejar el fin de las vacaciones y el regreso al trabajo? Por muchas estrategias mentales que adujera, como por ejemplo, que ejercería de compensación psicológica para contrarestar el conocido Síndrome Postvacacional a modo de eclosión de los últimos dias, como hicieran los jerarcas nazis ante la inminente caida del III Reich, era dificl convencerme de que el jolgorio superaría al que en la actualidad se disfruta, cuando a diferencia de esta edición, caen fuera del fin de semana.

La segunda opción, era evidentemente la contraria: Situar el comienzo del año justo al inicio de las vacaciones; Ahora si había suficiente motivo de alegría para echar la casa por la ventana, o al menos guardarla en una maleta. Sin embargo, la sola idea de llevar a la práctica la iniciativa no aventuraba una buena acogida entre la población, que como a un niño que se le diera elegir una fecha para su cumpleaños, dificilmente escogería ubicarla durante las actuales fiestas de Navidad, siquiera por sus inmediaciones, pues sería como desperdiciar una ocasión de rebiri regalos dado que, cuando estos se acumulan, no lo hacen en la misma cantidad que cuando hay cierta distancia temporal. Así, lejos de parecer adecuado situar los festejos de Año Nuevo junto a un motivo que lo sustente emocionalmente, casi se debía buscar una fecha en la que no hubiera nada que festejar ni tampoco por qué lamentarse, para de este modo vencer la inercia fatídica del destino humano.

Con esta certidumbre, exploré la posibilidad de probar con el último día para entregar la Declaración de Hacienda, como quien después de haberlas pasado canutas se da un homenaje e incluso pensé en la noche anterior al inicio de las rebajas…pero todo esfuerzo era esteril: en ambos casos, como que no quedaba demasiada pólvora que quemar para echar cohetes.

Después de todo, resulta que la festividad de Año Nuevo, está bien donde está. Lo que sigo sin entender muy bien, es por qué algo así, provoca tanta alegría como para celebrarlo. Claro que la respuesta puede residir en que hoy no sea la alegría lo que cause la celebración, sino que sea la celebración el motivo de alegría, en cuyo caso, daría igual cuando se coloque la fiesta en un calendario circular; Bien mirado, podrían hacerse dos festejos de comienzo de Año Nuevo en los dos Solsticios y ya metidos en harina, en los dos Equinoccios.