La nota refrescante de este verano que augura un otoño calentito la ha propiciado el infatigable culo inquieto del Parlamentario andaluz, el señor Gordillo, quien amparado por el privilegio de impunidad que gozan sus Señorías, lejos de aprovechar la ocasión para enriquecerse como corresponde a su cargo por vías corruptas, la ha montado gorda haciendo honor a su apellido, poniéndose al frente de una acción reivindicativa de escasa eficacia particular pero de enorme repercusión universal de calar el ejemplo simbólico ofrecido, como lo es, el asalto en masa a un supermercado en Écija en busca de alimentos de primera necesidad para repartírselo a los más desfavorecidos de la localidad.
Enérgico por si mismo, su repercusión se ha visto acrecentado por coincidir con el anuncio por parte de la autoridad gerundense de que, dado el creciente número de indigentes que acuden a diario a los contenedores de los supermercados en busca de productos caducados, para evitar problemas sanitarios derivados de la ingesta de sustancias en mal estado y de orden público en las inmediaciones de los establecimientos de comida por las encarnizadas batallas campales que entre la muchedumbre congregada empiezan a aflorar por su disputa, se ha tomado la sabia decisión de candar dichos contenedores, no sin establecer un dispositivo de ayuda que redirija a las hordas hambrientas hacia un centro de reparto municipal donde se les hará entrega de una bolsa de alimentos, a semejanza de cómo se nutren nuestros mejores representantes del ciclismo, al menos, mientras se pasa la alarma mediática ocasionada por la medida.
La muy significativa concurrencia de los hechos, es sintomática de la auténtica realidad que padecen muchos de nuestros vecinos, más allá de lo que digan los índices macroeconómicos, los tipos de interés, la prima de riesgo y todas esas fruslerías de la pseudociencia que es la Economía. Porque, la famosa crisis, la mayor angustia que genera en las altas esferas financieras, en los blindados consejos de administración de las empresas, en las asambleas anuales de su accionariado, en los despachos de los gobernantes, políticos y sindicalistas…es en el peor de los casos, motivada por la disminución porcentual de sus beneficios, ¡pero beneficios al fin y al cabo! cuando para muchos desempleados sin prestación, jubilados, viudas, pensionistas y familiares dependientes de ellos, empiezan a entender la metáfora cantada en su día por Alaska y los Pegamoides que encabeza esta reflexión.
En una sociedad donde el necio ha confundido valor y precio, donde todo se puede comprar y vender incluido el propio dinero, el individuo que otrora conquistase para si la condición de persona y aún de ciudadano, tirolo todo por la borda en cuanto pudo reciclarse en mero consumidor deslumbrado por una abundancia sin parangón en la historia de la humanidad, no advirtiendo que tal condición es subsidiaria del poder consumir, disociada de la necesidad, ahora que como apuntara Galbraith en su “Sociedad opulenta”, es la producción la que genera la demanda y no a la inversa, de modo que privado de la herramienta que posibilita el consumo, cual es, no tanto el modo de ganarse la vida, cuanto el poder adquisitivo del que se dispone para ello, desaparece el consumidor, no quedando nada de todo aquello que fuera con anterioridad en la historia del hombre: semejante, prójimo, familiar, allegado, esclavo, siervo, trabajador…por lo que en coherencia, nada obliga a su respeto o salvaguarda como tal. De ahí la facilidad con la que los actuales gobernantes se pronuncian como lo hacen en la liquidación de todo derecho universal a la educación, a la sanidad, al trabajo, etc. ¡Todo eso está de más!
La letra de la pegadiza canción “Horror en el hipermercado” hace alusión a la pérdida de una persona, concretamente una chica llamada “ Mari Pili” a la que busca su novio por la gran superficie. Algo parecido le ha pasado al ciudadano medio que alegremente se ha desprendido de los ancestrales valores curtidos en la experiencia milenaria de la humanidad, cuales son los de la familia, el grupo, la comunidad, para entregarse sin cuidado a los cantos de sirena de la muy reciente autosuficiencia del individuo sin percatarse que es precisamente así como resulta más vulnerable ante cualquier depredador ajeno a la especie y todavía más ante los miembros más fuertes de la misma; Qué no diremos entonces de la supina estupidez cometida por todos los consumidores de creer tratar de igual a igual en el famoso libre mercado entre la insignificancia que supone para éste su minúscula capacidad de compra para la supervivencia, comparada con la abismal distancia que le separa a todos los niveles con las grandes compañías con las que a diario se ve forzado a relacionarse.
Pero el horror en el hipermercado en que hemos convertido toda nuestra sociedad, ha logrado perder en sus profundidades no solo a los individuos egoístas, dispersos e inconexos entre si, también ha sumido en la confusión a las instituciones y entidades colectivas como se puede apreciar de estudiar a cámara rápida lo sucedido con la idea de Europa que no ha pasado de ser un Supermercado Común, donde ahora España se ve obligada a acudir en busca de productos caducados del Banco Central para que la rescaten de la miseria. Pero hay otra clase de Mari Pili, que en España lejos de perderse en el Hipermercado, esta vez la de los “Ejecutivos agresivos”, continua de ligoteo en la playa disfrutando de los dividendos que con nuestro dinero les permiten comprar deuda, la misma que ellos, debido a la disminución del gravamen fiscal sobre las grandes fortunas, a la evasión de impuestos, de divisas y demás artes defraudadoras, han generado durante las dos últimas décadas.