¡OCU-pate de su mejor castigo!

http://www.youtube.com/watch?v=gLs8R9Zk-yA

La Organización de Consumidores y Usuarios, anuncia en su informe de Diciembre que ha puesto en conocimiento de la Comisión Nacional de la Competencia y de la Comisión Europea su convicción de que las grandes marcas con fuerte y reconocible presencia en el mercado español, han pactado una fijación de precios «limitando seriamente la posibilidad de competencia entre ellos y causando un importante perjuicio al consumidor (…) práctica censurable en una economía libre de mercado por cuanto impiden el ajuste de la oferta y la demanda y mantienen precios altos de manera artificial» Además advierten de que dichos fabricantes se valen de su posición dominante para imponer a distribuidores y comercios su monopolista política de precios dejando de abastecer a aquellos establecimientos que se oponen a seguir su dictado.

Por increíble que parezca, los medios de manipulación se han hecho eco de la denuncia, pese a estar enormemente pervertidos por la publicidad que les paga sus palabras – cosa que desde aquí les animo a continuar haciendo. Es así, como nos enteramos de que, tras un concienzudo estudio comparativo de más de 180 productos correspondientes a más de 400 marcas, el precio de los artículos de venta al público era idéntico en el 19% de los casos, de lo que colegimos, la diferencia será más bien escasa en más de la mitad, aunque no se dice explícitamente en el informe. En dicho estudio se citan los 34 productos donde más se vislumbra la posible vulneración de los derechos del consumidor, entre los que merecen ser citados en alimentación, ¡cómo no! nuestros amigos de la Coca-Cola o las queridas Danone, Casa Tarradellas, Carbonell, Koipe y arroz SOS; Entre las marcas dedicadas a los electrodomésticos, se han esforzado para aparecer en la lista Panasonic, Rowenta, Tefal y Philips; Y en la sección de tecnología destacan en trabajar contra nuestra economía las conocidas videoconsolas Wii y Play Station 3; los móviles Blackberry y los GPS Tom Tom.

Este es el modo en como hoy las empresas fabricantes devuelven a sus clientes la confianza que estos depositan en sus productos demandando su permanente presencia en los escaparates de los comercios, las baldas de los supermercados y en cualquier establecimiento. Por ello, de nada sirve que una entidad como la OCU haga bien su trabajo, que los – no sé que término les viene mejor en este contexto, si el de comprados o vendidos – medios de comunicación realicen bien su oficio, e incluso que los organismos oficiales a los que se ha remitido tan escandaloso análisis del mercado terminen por condenar y multar a tan tramposas empresas, si ustedes, irreflexivas bestias consumidoras, no se OCU-pan de inflingirles su mejor castigo por la traición cometida, dejándoles de comprar, hasta que corrijan su indecente comportamiento y pidan perdón públicamente con la misma insistencia con la que nos interrumpen las películas. Y no se me OCU-rre mejor gesto de su parte para que se nos pase el enfado, a modo de sincero arrepentimiento y deseo de enmienda, que la distribución enteramente gratuita estas Navidades de sus anheladas mercancías a la misma población que han chuleado a través de los conductos habituales.

Cataplineando al ciudadano

La cuestión no es, cómo proteger a las máquinas de los vándalos, sino a los ciudadanos de ellas.

Aunque estoy hasta los cojones de encontrarme en lugares públicos y privados incluidos hospitales y centros culturales máquinas expendedoras de productos nocivos para la salud y la infancia como chuches bollería industrial o refrescos de pobres que provocan diabetes obesidad úlceras caries que en el mejor de los casos no me devuelven el cambio que también las hay capaces de quedarse íntegramente el importe sin dar siquiera producto alguno por mucho que cuenten con la ayudita de la gravedad dado que gozan del inigualable privilegio de no contar con nadie que de ellas se haga responsable cuando de lo que se trata es de devolverte los chines por ella tragados mas cuenta con el lujo de su seguridad cuando los mismos se los usurpa a un ciudadano que sabe de sus derechos y no está dispuesto a seguir las cínicas y despreocupadas vergonzantes instrucciones que bedeles funcionarios oficinistas o securatas tienen a bien darte invitándote a llamar a tal o cual número de teléfono a tu coste para explicar lo sucedido a la empresa que se ocupa de su mantenimiento para que cuando venga a reponerla verifique tu denuncia y puedas recuperar vete a saber cuando si lo haces tu dinero pues bien aprendidita tiene este conjunto de mandaos que no es responsabilidad suya esa disfrazada tragaperras que tienen en su vestíbulo bien iluminadita salvo para percibir parte de los beneficios que genera y para intervenir en su defensa cuando la emprendes a patada limpia con ella para que caiga lo que has pagado más caro que en El Corte Inglés entonces si que intervienen y eso que acaban de decirte que no es su responsabilidad ni asunto suyo pero no para defenderte a ti como ciudadano sino para reprenderte tu incívico comportamiento impropio de alguien que haya ido a la escuela donde se aprende a obedecer y a aguantar quietecito sin chistar voy a ser fino en el título que encabeza estas líneas y evitaré a quien no quiera leer esta particular protesta saber que de continuo nos están tocando los cojones a los ciudadanos claro que hemos de reconocer que cada vez somos más huevazos en hacer valer nuestros derechos eso o nos los están hinchando bien.

Transporte público empresarial

Con lo que pagamos de impuestos y el precio de billetes, nuestro transporte público debería ser así. Pero como lo utilizamos para ir a trabajar y a consumir...

Leyendo en prensa sobre los típicos rifi rafes en torno a los servicios mínimos previstos por los sindicatos en el transporte público para el día de huelga del próximo 29 de septiembre, caí en la cuenta de que, el transporte público que todos los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos, lejos de satisfacer necesidades propias de la ciudadanía o cuando menos la demanda social que justificara dicha contribución universal, responde más bien a cubrir los requisitos mínimos imprescindibles para el buen funcionamiento del entramado empresarial, sea para transportar la mano de obra a su lugar de trabajo, sea para conducirla a los centros neurálgicos de consumo, pues pocos disfrutamos de su red para una función distinta a la descrita que no redunde en beneficio de los grandes capitales que la sustentan. De ahí, que las personas desempleadas o si se prefiere insultarlas paradas, hagan bueno el insulto, describiendo un perfil bajo de movilidad, dado que, por un lado, no necesitan desplazarse para trabajar y por otro no disponen de capacidad adquisitiva suficiente para consumir, motivo por el que nadie toma en seria consideración otorgarles un pase gratuito en el transporte público con el que nada de provecho, ni personal, ni social podrían hacer.
Todavía recuerdo aquellos tiempos en los que las empresas fletaban el transporte a sus trabajadores e incluso los centros comerciales hacían de todo para atraer a la potencial clientela ¿qué ha sucedido entonces para que los ciudadanos a la mañana paguen de su bolsillo el transporte individual o colectivo que les ha de llevar a los centros de producción y por la tarde vuelvan a pagar de nuevo para acercarse a las grandes superficies y centros de consumo, mermando con ello de una parte el salario percibido y por otra aumentando considerablemente el coste de los bienes adquiridos? Muy sencillo: la gente es tonta. Y si no lo es, lo parece.
Es más, cuanto más lo pienso más convencido estoy de dos cosas: Primero, el transporte público debería ser abonado íntegramente por las empresas que se benefician mayoritariamente de su funcionamiento y no costearse, como ocurre ahora, con las subvenciones, los impuestos y los sueldos de los trabajadores. Y segundo, que a lo mejor a personas como a mí, se nos debería pagar por ir en ellos, a modo de indemnización por no sacarles provecho alguno.

De la obsolescencia, a la innovarancia

Hace tiempo que las multinacionales dedicadas a la producción de bienes tecnológicos como Sony, Appel, Microsoft, andan preocupadas por la vorágine de los apetitos desenfrenados que ellas mismas han despertado en las bestias consumistas del mercado que ahora amenazan con canibalizar las, in ille tempore, inagotables líneas de negocio fácilmente gobernadas para administrar los hallazgos, no al ritmo marcado por la necesidad social, siquiera de la clientela, sino de la maximización del margen de beneficio que su ralentización o apresuramiento pudiera suponer para la industria del ramo en cada momento, pasados aquellos años felices en los que las omnipotentes empresas como la Ford, GM, LG, impunemente programaban la caducidad de sus productos para procurarse en el futuro una demanda nacida de la obsolescencia más que de la puesta al día…
Pero con la irrupción del “Prosumo” término acuñado por Don Tapscott en su obra de 1996 “Economía digital” para designar la creciente influencia de los consumidores en todos los niveles de la producción, dicha gobernanza monopolista y tiránica, ha pasado a mejor vida, para mejor vida de todos nosotros, los usuarios, quienes tenemos en nuestra mano la posibilidad de rentabilizar por nuestra cuenta y riesgo, las distintas potencialidades de cada tecnología, explorando aquellas innovaciones y mejoras que con anterioridad nos escamoteaba un secretista mundo empresarial que nada tenía que envidiar al que denunciara Eco en “El nombre de la rosa” que ahora sucumbe derrotado ante una sociedad de iguales que crea, colabora y sobre todo comparte en la red de redes que es Internet, como bien nos lo ilustran los ejemplos de Wikipedia o Linux, obligándola a innovar a lo Wiki Wiki que en hawaiano quiere decir rápido.
Sin embargo…la innata desconfianza pasiega que he heredado por vía materna de los Cobo, me pone sobreaviso de que, a lo mejor, todo esto no sea más que una artimaña revestida de sofistificación para incentivar todavía más el consumo de cuantos empezaban a estar saturados, treta a la que deberíamos hacer pasar por la advertencia de que, nadie da duros a cuatro pesetas, pues de igual modo que durante unas décadas generaciones enteras se pasaron las horas muertas viendo la televisión, anteriormente oyendo la radio, y mucho antes leyendo folletines, hoy están dale que te dale al DvD, Cd, ordenata, el Mp3, la Blackberry, el Ipad, el Ipod, en una incesante innovarancia que hace de la democrática participación activa de los ciudadanos en la producción de los bienes de consumo, una grotesca caricatura donde todos compiten olímpicamente por ver quien comparte más, con más gente, más cosas, más nuevas y más evanescentes, como viene a denunciar la última campaña inteligente de Ikea que nos recuerda que, no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.

Clasismo sin clase

La futura Clase Obrera
La futura Clase Obrera

En un artículo anterior titulado “Clase y lección” en el que denunciaba la diferencia de trato dispensado por RENFE a los usuarios de cercanías y regionales cuya seguridad frente a los atentados terroristas parece no importar lo más mínimo a nadie, en comparación con las atenciones recibidas por los viajeros de alta velocidad a quienes se les chequea el pasaje antes de acceder al tren, al objeto de minimizar a dicho respecto los riesgos, procuré evitar enzarzarme en asuntos afines, que han resucitado en mi mente ayer mismo según venía de trayecto a Barcelona…
Siempre me he sentido muy afortunado de pertenecer a la “Clase Turista” que anda por el mundo como dueña y señora haciendo lo que le viene en gana disfrutando de la vida y no a la “Clase Inmigrante” que lucha por hacerse un hueco en una sociedad hostil que le explota sin consideración. Pero hete aquí que, en los tiempos que corren, ya no hace falta salir al extranjero para que a uno le humillen, degraden, segreguen y avergüencen; basta con hacer turismo en el transporte público de tu propio país. Así es: Tanto RENFE como ALSA disfrutan clasificando el ganado humano que transportan, los primeros distinguiendo entre vagones de preferente y turista, los segundos entre autobuses VIP, Eurobús, y como me dijo la persona que me atendió en ventanilla “los de línea regular” ¡Y bien que regular!
El asunto parece contentar a todos: quienes pagan de más por no mezclarse con la masa, lo hacen muy a gusto sintiéndose dichosos de poder hacerlo, aunque lo único que reciban a cambio sea un vasito de zumo Don Simón y un bocadillito de mortadela; los que por el contrario no pueden permitírselo, disfrutan pensando que su opción es la mejor relación precio-calidad; Y las compañías se frotan la manos llenas de subvenciones con tanto pardillo suelto. Pero como quiera que todo usuario de transporte público, por el mero hecho de usarlo, deja de pertenecer por definición a la élite social, asombra que la estupidez colectiva consienta que se distinga más allá de lo que lo hace la clase social, la capacidad económica, y el nivel sociocultural. Claro que, es comprensible que cuantos nacen, crecen, educan, se reproducen y mueren, como esclavos asalariados, acostumbrados como están a ser de continuo clasificados, en el colegio con notas, luego con títulos, en el trabajo por categorías, en los seguros por edad, en hacienda por la renta, en el banco por la nómina, etc, vean de lo más natural viajar en Primera, segunda, Business…no así para la gente nacida libre como yo que sólo soporta dividir la sociedad en dos clases, a saber: la “Clase Yo” y el resto.
Después de confesar lo anterior, los habrá que, lejos de tomar nota de a que clase pertenecen según les siente bien o mal la vergonzante situación de que a uno le interroguen subrepticiamente por sus posibilidades económicas o que acredite su perfil de Panoli cada vez que se le haga elegir en qué clase desea viajar antes de soltar la panoja, se alegren de mi particular exceso de sensibilidad hacia este problema en justo castigo a sentirme muy superior al resto. Pero ello, lejos de atormentarme, me reafirma en el fracaso marxista de echar margaritas a los cerdos.
Pues bien, ayer según pasaban las estaciones desde Bilbao a Barcelona, pude observar que el clasismo que luce sin ninguna elegancia nuestros ferrocarriles no hacen diferencias únicamente entre viajeros o modalidad de vehículo como les acabo de explicar; También saben despreciar a ciudades enteras con sus habitantes incluidos al anunciar por megafonía las paradas de algunas de ellas como Valladolid o Zaragoza, despidiendo como es debido a los viajeros, recordándoles que no se dejen olvidado ningún objeto y agradeciéndoles la consideración de viajar con su compañía, mientras a otras como Tudela, Lérida o Tarragona, ni se las menciona a su llegada, corriendo el riesgo de que algún alma cándida creyéndose que la Constitución española garantiza por si sola la igualdad de los ciudadanos, se despiste y pase de largo su destino, a la espera de recibir un trato similar que para nada le corresponde.

Me da asco que todavía en nuestra sociedad democrática, en el transporte público, subvencionado con nuestros impuestos, los sucesivos gobiernos Socialistas o Populares permitan que se segregue, discrimine y separe a la población de forma tan humillante como lo hacen RENFE y ALSA compañías ciertamente clasistas, pero sin clase.