Esta noche, otra vez gran velada. La tercera de esta temporada, si no llevo mal la cuenta de lo que los topiqueros pertinaces siguen llamando partido del siglo o, en la nueva versión tanto o más estomagante, el clásico. Agradezco a los cielos y a mi horario laboral que el momento de autos me vaya a pillar pendiente de otros balones, mayormente, esos envenenados con los que hacen el eterno rondo los políticos, con el árbitro siempre pitando a favor de obra. Así jugaran como en los dibujos animados japoneses, no podría soportar otros noventa minutos echando las muelas por algo que cuando tengo las neuronas refrigeradas sé que ni me va ni me viene.
¿Qué prodigio explica que, siendo culé en una cantidad infinitesimal, la semana pasada me agarrase un berrinche talla XXL ante la fiesta merengona que se montó -cohetes, barra libre de güisquis, bravatas cuarteleras a pleno grito- en el pueblo zamorano donde me tocó ver el partido?¿Por qué me quedé tan asqueado que, cuando el sábado jugaron dos equipos que supuestamente sí me removían algo por dentro, preferí leer un libro ramplón y apenas enarqué las cejas al saber el resultado? Llevo preguntándomelo todos estos días y empiezo a plantearme seriamente que estoy en el punto de no retorno del poema número veinte de Neruda: tal vez el del miércoles fue el último dolor que el fútbol me haya causado.
Lo que no puedo asegurar, como hizo el chileno, es que estos vayan a ser los últimos versos que le escriba. Ni siquiera los penúltimos. Como conté en este mismo confesionario, a medida que me iba desenganchando de la morfina balompédica como deporte y/o espectáculo, ha ido creciendo mi fascinación por lo que tiene de fenómeno social. Y ahí es donde tengo que sacar la bandera blanca, echar la rodilla a tierra y capitular, porque no hay raciocinio capaz de explicar ni por aproximación su poder para hacer que cualquier otra cosa palidezca a su lado.
Estoy contigo al 110%. Yo miro atónita y estupefacta las movidas que se montan y que me sobrecogen por toda la carga que tienen de movimiento irracional y en masa.
Claro que después de ver llorar ante las cámaras, porque la lluvia ha impedido salir a las procesiones… solamente me queda como respuesta la fascinación por el arrebato religioso, en cualquiera de sus vertientes.
Lo de bandera blanca al final sabiendo quién juega esta noche te ha quedado un tanto rarito. Igual los de Zamora te han contagiado un virus de esos y ahora ya eres merengón.
Con ese fenómeno sociológico tengo una duda: ¿por qué 2 chulos insufribles como el entrenador y la estrella de los blancos son tan del gusto del facherío nacional? ¿Va en los genes?
Lo del fenómeno sociológico es algo digno de estudio o mejor aún, digno de ser obviado. En las revueltas del norte de África, he visto a manifestantes que se enfrentaban a los tanques y a los fusiles enfundados, no en una camiseta del Che, sino en una de Ozil (con seguridad, una falsificación). Por fortuna, no entiendo nada. De nada.