La canción del adiós de Odón Elorza no está, como seguramente él hubiera querido, en un disco de La Oreja de Van Gogh, sino en uno de Eskorbuto -qué diferencia- titulado Demasiados enemigos. Como a cualquiera que amenace con hacerse eterno en el poder, muchos le nacieron porque sí y otros le llegaron de la inevitable legión de agraviados que provoca la pura rutina de un gobierno prolongado. Sin embargo, la mayoría se los trabajó a pulso y casi con entusiasmo durante el tiempo que ha tenido en sus manos la vara de mando.
Creerse indestructible es el más clásico, el más tonto y el más humano error de los que van revalidando mayorías. Si, como parece ser el caso, la arrogancia ya venía de serie, el hundimiento estrepitoso es sólo cuestión de calendario. A él le tocó el pasado domingo a eso de las diez la noche, cuando el conteo de papeletas le desmintió cruelmente su condición de semidiós para dejarlo en otro político más arrojado a la cuneta por la fuerza centrífuga de las urnas.
Los hay que, llegado ese momento funesto y aunque estén que se coman las paredes, saben salir del lance con gallardía y dejan un cadáver bonito para la historia o, si se tercia, aciertan a dar el primer paso hacia una nueva vida en otro destino y con otros galones. No ha sido el caso de Odón, que optó por el enfurruñamiento del niño que no admite que se le ha escachuflado su juguete favorito. Su berrinche empecinado sólo ha servido para acrecentar la algarabía de la larga cola de acreedores que aguardaban cobrarse las muchas cuentas pendientes. Ha tenido que ser muy aleccionador para él ver que la comitiva de los que venían con la garrota la encabezaban sus propios compañeros de partido.
Tendrá que dejar que pasen unas lunas hasta que curen las heridas. Tras las fases del duelo -negación, ira, pacto, depresión y aceptación-, Elorza estará en condiciones de volver a la primera línea. Y será muy necesario.
Ayer el Delirio Vasco comenzó a darle caña. Le auparon a los altares por eso de que antes roja que rota, pero viendole cadaver e inutil, ayer ya, en el articulo de Mikel Ezquiaga le daban una de cal y varias de arena, diciendo entre otras cosas: «Deja un San Sebastian sensiblemente mejor, más moderno y menos rancio, aunque al final terminara contagiando a su gestión las virtudes y rarezas de su propio carácter. «San Sebastian c´est moi» parecía decir el odonismo. ..»
No se si se ha hecho muchos amigos, yo que él me cubriría las espadas, porque los que le pasaron por la mano por el lomo, quizás ahora vayan armados… hasta los dientes. Y sino al tiempo.
Pues como Donostia consiga la capitalidad cultural y Llorón Elorza no sea alcalde es capaz de quemarse a lo bonzo en la inauguración.