Más de veinticinco años en este oficio de tinieblas y aún me pregunto si sirvo para ejercerlo. Por fortuna, no es una duda que me asalte todos los días ni a todas las horas. En general, me las apaño bastante bien envolviendo para regalo las mil y una insustancialidades que, convertidas en titular o relleno de tertulia, aparentan más de lo que son. Ningún problema con declaraciones políticas de carril, nombramientos o ceses, pactos posibles o improbables, decisiones del gobierno correspondiente o, si me apuran, los chanchullos y chanchulletes nuestros de cada día. Con toda esa morralla que no siempre lo es basta con tirar de Turmix y hacer cuatro juegos malabares con el plato antes de servirlo. Donde me estrello —qué vergüenza— es al enfrentarme al rey de los géneros periodísticos por excelencia, el suceso. El que se ha encaramado a las portadas y aperturas informativas en las últimas jornadas, la tragedia del Madrid Arena, es, como tal vez empezarán a sospechar, el que ha vuelto a liberar mis fantasmas.
Por descontado que comprendo que es una noticia digna de tratamiento preferente y con generosidad de tiempo y espacio. Hasta ahí llego, pero me declaro incapaz de hurgar en el Facebook de las jóvenes fallecidas para vampirizar sus fotos y profanar sus mensajes aún calientes, de acosar con saña a sus amigos o familiares para arrancarles unos jirones de su dolor a modo de trofeo o de abalanzarme sobre quienes estuvieron en la funesta montonera en busca del entrecomillado más truculento. Aunque lo intentara con todas mis fuerzas, se me acabarían rebelando el estómago y lo que yo juraría que merece —menudo blandengue— el nombre de conciencia.
Definitivamente, no estoy dotado para chapotear en la sangre ni en la amargura ajena. En ese sentido, sólo puedo reconocer que soy un pésimo periodista. Mi único consuelo es fantasear con que tal vez sea porque en el fondo no soy tan mala persona.
Más te vale seguir siendo «un pésimo periodista» si no quieres perder lectores y oyentes, que eso de pasarse «al lado oscuro de la fuerza» hace perder mucha credibilidad 😉
Y desde luego, una pena la deriva que está tomando el periodismo hacia el lado más morboso del espectáculo. Que alguien, pudiendo llegar a ser un Javier Ortiz termine siendo una Nieves Herrero, explica también una parte de la crisis del periodismo (que creo que no es sólo económica sino también de credibilidad).
Otra vez estás alicaído??? Joe Vizcaíno, que nos deprimes maitia!!!!. Lamentablemente el morbo es parte del ser humano, parte de los sentimientos más bajos claro.
Sí que está en manos de periodistas y otras gentes no alimentarlo…pero ya sabes, estamos en tiempos de decadencia de todo tipo y esto es un signo más.
Lo siento por la gente que las quería ( a las chiquitas de Madrid) ,me imagino que no verán la tele y demás, el resto de la gente encantada en el lodazal, es más YO quité la tele, entre otras cosas (aparte del golpe de estado en EITB), para no poder ver esta mierda, porque en realidad sí que la veía. Ahora vivo un poco mejor.
Eutsi goiari sagu, tú ya sabes que lo haces bien, la falsa modestia no es buena.
No sé si es periodismo hurgar en la vida de esas chicas, creo que no.
En este tipo de noticias soy ambivalente, por un lado quisiera saber quienes eran, y por otro lado me produce apuro ni tan siquiera ver una de las fotos, de cualquiera de ellas, sonrientes abrazadas a sus novios, amigas etc.
Es como un homenaje el saber quienes era, hablar de ellas…pero a la vez es difícil (fácil) poner el límite de la intimidad.
No sé si eres buena persona, no soy nada moral para decirlo, pero sí sé que eres una bella persona, que creo que es aún más difícil con los tiempos que corren.
Hace algo más de 35 años era todavía un estudiante de periodismo que no llevaba ni dos semanas de prácticas en el primer periódico donde trabaje.
Un toro mató a un joven atleta de 19 años por un desafortunado pisotón en el hígado en la misma Plaza de Toros de Pamplona. Sanfermines, claro. Noticia nacional y más que eso.
Tristemente, nos guste o no, un muerto sin foto en un suceso muy drámático y notorio, no es «tan» muerto, o la mala noticia no es tan buena, sin una foto, siquiera minúscula, de carnet.
En la redacción, todos miraron al último de la fila parea hacer algo tan desagradable como presentarse en la humilde familia del muerto, sacar los datos que se pudiesen y, sobre todo, lograr una foto del joven fallecido: «No se te ocurra volver sin la foto».
Aquel día volví con una minúscula foto de carnet ( y la competencia también lo logró). No haberlo hecho me hubiera frustrado en la primera o segunda tarea relevante que tuve en este oficio. Y,sobre todo, no hubiera cumplido con los lectores, que esperaban poner cara al drama de la mañana anterior. En el caso de Madrid Arena se enfrentaron al mismo reto; pero con un ratón y varios clicks.
En un suceso de más pequeña índole (accidente de tráfico por ejemplo) , interrumpir el velorio de una familia rota para extraerles una foto de carnet , no solo sería inadecuado; sino posiblemente inútil. Porque la noticia ni siquiera tendría hoy hueco, si no tuviera algo muy especial.
En un gran suceso – lo aprendí bien entonces – los periodistas han de hace «de tripas corazón», o «mojarse el culo para pillar la foto de los peces».
Hoy, el que pone una foto de perfil propia en Facebook o Twitter (puede no ponerla) sabe que es de acceso universal. Y los becarios periodistas no tienen que tragar sapos y centellas para enfrentar la mirada destrozada y destrozadora de una madre, al tiempo que busca una foto de su hijo.
No eres un pésimo periodista Javier. Quizá es que nunca hiciste periodismo de sucesos. Descender a los pozos del dolor o de la porquería nunca es agradable; y menos cuando, a la vuelta, puede haber compañeros que te señalen con el dedo porque creen que volver con imágenes da la medida de la bondad de las personas. No.