Los quintos de Juancar

De la estomagante operación de fregoteo borbonesco que nos han atizado en vena estas navidades, no ha sido lo peor ni con mucho la entrevista alfombrera y succionadora que le hizo (o así) Hermida al cazaelefantes. El cuestionario capado y bien capado convertía de saque la pieza en una cháchara vacía sobre flores y plantas donde tratar de colar las cuatro consignas acartonadas de rigor: que si juntos podemos, que si qué malos son los que rompen la patria, que si qué desgraciaditos son los parados de mi feudo. Veinte minutos de coba con sifón, no quedó en más la cosa. Un mero aperitivo para ponernos en suerte a los espectadores frente a lo que venía después, un artefacto audiovisual bajo el chirriante título de “El Legado de la Quinta del Rey”. Así, con esas tres mayúsculas que se pasan por el forro las normas ortográficas del castellano y con la utilización de esa palabra —quinta— que le cae al contexto como a Buda un AK-47.

Como me consta que veintinueve de cada treinta de ustedes ni vieron ni han tenido noticia del potito, se lo pinto en tres brochazos. Con alguna honrosa excepción, la partida de tales quintos se componía de individuos e individuas cuyo patrimonio material se ha multiplicado por ene desde que estiró sus patitas cortas el de Ferrol. Venía esta gente de excelente vivir a cascarnos por centésima vez el cuento de hadas de la inmaculada transición que tanto les hizo medrar y cuyos dueños se reivindican en régimen de sociedad limitada. Encantados de conocerse y de ser llamados entre los elegidos para la gloria, no dejaron sin cantar una sola de las milongas del mismo campo semántico: consenso, acuerdo, encuentro y, sin mirar a las cunetas, reconciliación. Juan Carlos, como conductor del tren chuchú, por supuesto. En su ceguera complacida y voluntaria ni se mentó que de aquellos polvos devino este lodazal inmundo en que chapoteamos y del que ellos fueron los culpables.

2 comentarios en «Los quintos de Juancar»

  1. Lo siento mucho por todos los que habeis padecido el téte à tète genuflexo, pero a ti y a todos los que habéis contado vuestra interpretación del magno evento os agradezco muchísimo ese trago.
    Podría soportar el aburrimiento, pero un ejercicio de peloteo y autocomplacencia tan bochornoso, eso si que no, y menos después de las palabras del ministro Morenés, el de las bombas de racimo y la amenaza velada de los geyperman tranquilos -¿o sedados?, que en Hispanistán hay mucho vicio-.
    Y me temo lo peor, que nos estén colocando al marido de Leti en breve en otra transacción modélica, aséptica y seguramente sobria para no ofender al populacho en demasia.

  2. A mí lo que más me gustó, fue la anécdota de Forges, en el atentado de Carrero Blanco que él mismo presenció : el alcalde de entonces en Madrid, metido en el socavón, con barro hasta las rodillas, cruadado en saludo militar diciendo:»Está ahí, mi Almirante».
    Porque la transición no fue por la muerte de F.Franco, en mi opinión fue con la muerte de Carrero Blanco el inicio de la transición.
    PS
    Se echaba de menos leerte J.V

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