Trini, se llamaba Trini. Me pregunto, como cada vez que me enfrento a una situación parecida, si teníamos algún derecho a conocer su nombre. Me respondo que es probable que no, e inmediatamente añado que, en cualquier caso, era inevitable. Hay una corriente en mi oficio que sostiene, entre la convicción y la autojustificación, que revelar ese dato es una especie de vindicación de los seres anónimos, incluso un homenaje póstumo que humaniza a los protagonistas de las noticias. Luego está, claro, la manoseada cita de Chesterton: el periodismo consiste en contar que Lord James ha muerto a gente que no sabía que Lord James estaba vivo. Pues con Trini, ni eso. En buena medida, lo que la ha llevado a los titulares y a las conversaciones ha sido que nadie sabía que estaba muerta desde hace dos años y medio. Y bien podrían haber sido cuatro, seis o diez de no haber mediado unas goteras. Triste pero real, que unas humedades tengan que ser las que den el aviso tardío de que hay que borrar a alguien del censo.
Oigo aquí y allá que parece increíble que pueda suceder algo así. ¿Seguro? No será por la cantidad de veces que, sin llegar a los extremos de este caso, leemos o escuchamos que han encontrado el cadáver de un anciano o una anciana que llevaba días o semanas descomponiéndose en la más miserable de las soledades. Hay miles de seres a los que les aguarda ese destino. Diría incluso que lo anhelan, pues les da igual seguir respirando un día más o uno menos en un mundo que los dejó de lado hace mucho. Por no caber, no caben siquiera en ese vagón de cola social que denominamos con lenguaje políticamente correcto “personas en situación de exclusión”. Su existencia, que solo lo es a efectos administrativos, no mueve a la fundación de oenegés ni a convocar concentraciones de protesta. Les queda, como a Trini, pudrirse literalmente durante meses hasta que se descascarille el techo del local de abajo.
Con su permiso, me permito compartir el artículo en nuestras redes sociales.
Un placer, Hans.
Bueno,
Una amiga fue madre por fin a los 40 años porque no conseguía convencer a su novio de siempre de los motivos para aventurarse en la paternidad. Recuerdo que me expuso los motivos que le dió a él y casi se me hiela la sangre. Decía que los hijos son los que nos cuidarán de mayores. Yo me quedo sin habla con esas cosas, que creo que nunca se pueden dar por hecho.
Lo «peor» vino al nacer la criatura, resulta que es varón, y según las palabras de mi amiga, todo eran inconvenientes en el caso de tener un hijo en lugar de una hija (¡cómo cambian los tiempos!), pero uno de los mayores inconvenientes era que las hijas siempre se quedan «al lado» de las madres, los hijos no. Otra vez, sin palabras.
Me dí cuenta de que cada vez tendría el tema de conversación más restringido con ella. O bien, escuchar-y-callar.
Creo que los tiempos han cambiado mucho, pero no sé si nosotros/as hemos cambiado acorde a los tiempos.
En una de las olas de calor arrasadoras en 2003, recuerdo que el alcalde de París, Bertrande Delanoe dio el notición, ya que 140 personas muertas por la ola de calor, no fueron reclamadas por nadie.
Debiera haber mayor control, de estas personas que viven solas: registros en cada barriada,…telealarmas, no sé..algún sistema, el trabajo de mantener a personas mayores autónomas a domicilio es muy deficiente, por distintas causas.
Parece ser que que en el caso que comentas, las vecinas pensaban que estaba en una residencia..
En fin, bien triste.