Entre Gila, Cantinflas y Bigote Arrocet, el hombre que tuiteaba las palizas que recibía en el juego de la oca telefonea al eximio autor de galimatías abracadabrantes. Tiene que decirle que no tiene nada que decirle. Peculiar mensaje, ciertamente, pero así las gastan los grandes estadistas. Y la cosa debe de tener su intríngulis, porque apostillan las crónicas que tan profunda conversación duró la friolera de diez minutos. Eso sí, en un tono de lo más cordial, según coincidieron los respectivos gabinetes de comunicación de ambas luminarias de la Vía Láctea. Lo cortés, ya saben, no quita lo valiente.
Todo lo caricaturizado y lo absurdo que quieran, pero sospecho que la realidad no anda demasiado lejos. Piensen que el que sigue en funciones venía de cascarse el monólogo descuajeringante sobre lo normalísimo que es proponer a un mentiroso evasor de capitales para un cargo del copón en el Banco Mundial. Su antagonista no le iba a la zaga: acababa de postularse diciendo que no se postulaba y, en el mismo viaje, había anunciando que su diálogo sería sin exclusiones, un segundo antes de dejar bien claro que excluía a EH Bildu.
Lo sorprendente es que sigamos tomándonoslo en serio. Lee uno los titulares y la letra menuda que cuentan tales desvaríos y parece que están informando de cuestiones perfectamente normales. Vivimos instalados en una espiral de extravagancia sin solución de continuidad y mucho me temo que con escasas posibilidades de regresar a unos mínimos razonables. Hasta unas terceras elecciones empiezan a resultar una idea verosímil. O qué carajo, unas cuartas, unas quintas o las que vengan.