Como el ser imperfecto que soy, me resulta imposible vencer la tentación de recurrir al clásico, casi topicazo sobado, del Quijote. Con la Iglesia topamos, amigas y amigos lectores. Unas palabras — quizá un tanto desabridas, puedo admitirlo— sobre la ya oficialmente santa Teresa de Calcuta han hecho caer sobre mi la ira de los justos. También de media docena de injustos que me han dado hasta en el cielo de la boca y han llegado a bromear, jijí jajá, con mandarme un pistolero. Ahí les den a estos últimos. Me interesan los primeros, entre los que se cuentan personas a las que aprecio, admiro y, por encima de todo, respeto. Lamento sinceramente haberlos irritado con mi prosa de alto octanaje, y si hace falta, retiro los epítetos que les encorajinaron —lo de “lunática con velo”, singularmente—, pero me reafirmo en el mensaje de fondo.
Insisto en que entre mis muchos defectos no está el anticlericalismo trasnochado. No me cuesta nada reconocer que la solidaridad y la justicia más genuinas las practican desde hace mucho y sin presumir religiosas y religiosos. No puedo incluir ahí a quien, como la madre Teresa, una y otra vez hablaba de la pobreza, no como algo que hay que combatir y erradicar, sino como una especie de don de Dios. Sus citas sobre la belleza y la alegría de la miseria son incontables. Y respecto al funcionamiento de sus centros, abundan los testimonios críticos de gentes fuera de toda sospecha. Algunos los he recogido de primera mano a lo largo de años y otros, perfectamente documentados, están al alcance de quien los busque en internet. Tal cual lo pienso lo escribí y lo escribo.
La Iglesia tradicionalmente (o gran parte de ella y sobre todo su jerarquía) ha priorizado la caridad sobre la justicia social (con excepciones como teólogos de la liberación, etc).
A la Iglesia le mola la caridad. Y es cierto que la caridad es en cierto modo enemiga de la justicia social, que creo que es a lo que se debe aspirar.
Pero creo que en el caso de Teresa de Calcuta habría que ponderar un poco más sus hechos o actos en vez de sus palabras: al menos…tener en cuenta esos actos para no arremeter con tanta dureza.
Ah! y un apunte sobre ese discurso sobre la pobreza que se está criticando de Teresa de Cálcuta. Comparto la crítica en lo que tiene ese discurso de aceptación resignada (o incluso entusiasta) de un orden social injusto.
Pero no deja de tener un punto humano que vemos en cómo las personas – no necesariamente religiosas- afrontan a menudo la adversidad.
No es extraño ver a gente que ha sufrido una grave enfermedad o accidentes que les han dejado secuelas graves, etc…decir que esas experiencias han sido positivas y que les han cambiado la vida para bien. Y sería injusto decir que esas personas ensalzan el cáncer o los accidentes de tráfico. Lo que se ensalza es la reacción, el cambio de perspectiva, etc.