Es triste pedir, pero es más triste robar. Y hacer las dos cosas, ni les cuento. Qué argumento para una de Berlanga en blanco y negro con guión de Rafael Azcona, el protagonizado por el exministro de la triste figura, Jorge Fernández-Díaz. A la tercera ha podido colocarle su partido, el de las dos pés, en una de esas canonjías menores de las Cortes con suplemento de sueldo y su migajita de ego. “¡Yo no estoy en política para ocupar cargos!”, se aplicaba a gritos en la excusatio non petita el hasta anteayer señor de la porra. Acto seguido, se acordaba de las muelas de quienes, según él, habían roto un pacto entre caballeros. De caballeros habla, jódanse, el Don Corleonillo al que grabaron apremiando a uno de sus sicarios en el organigrama para que creara y difundiera pruebas falsas contra políticos desafectos, mayormente soberanistas catalanes.
Presidente de la Comisión de Peticiones, ya tiene su cuarto y mitad de bemoles el nombre de la cosa, es el poco deslumbrante puesto que han podido encontrarle tras mucho trajín a un tipo que empieza a oler a cadaverina política. No parece gran pago para alguien que ha rendido tan turbios pero eficaces servicios a la causa. Tampoco descarten, claro, que en cuanto amaine el temporal o estemos mirando a otro lado, le encuentren un destino pelín más lustroso. Sigo apostando por embajador, preferentemente en el Vaticano.
Por cierto, vaya risas que mientras en el Congreso español se vivía el frenético vodevil para encontrarle un plus a Fernández, en el Parlamento vasco, mi estimado Borja Sémper se dedicara a la diatriba de los cementerios de elefantes políticos.
Se dice que ya quisieron colocarlo de embajador en el vaticano y fue el vaticano quien dijo que nones.
¿Para qué sirve la Comisión de Peticiones? Según José Antonio Labordeta (Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados, 2009), a quien le pareció una estafa y una ficción de legalismo populista e inservible, para crear agradecidos. Y no precisamente entre los que recurrían a la Comisión, sino a los que formaban parte de ella. Aunque dice que no todos llevaban su gratitud al extremo de ir cuando les convocaban: tenían otras comisiones que atender, o eso decían. La mayor parte de las veces, cuando había quórum, remitían la petición a quién correspondiera resolverla realmente: a Justicia, a Interior, a Hacienda… Había peticiones que se aceptaban pero no se resolvían: que castraran a un párroco, que esterilizasen al Emérito para que no contagiase a su mujer… No parece que la Comisión sea imprescindible; aunque es el único cauce que tienen los militares para plantear subidas salariales y conflictos laborales. Eso es algo que habría que resolver, pero ya entraría en otra cuestión.