Solo hay una especie de tipos tan pelmazos como los megafans —renegados o no— de Juego de Tronos: los que nos jactamos de no haber visto ni diez segundos del invento. Con esa primera persona del plural, me reivindico en el grupo de los tocapelotas, antes de pasar a ejercer de tal, sabiendo que me arriesgo a perder el cariño de unas docenas de seres entrañables y muy apreciados por mi que, por razones que se me escapan, pertenecen a la secta. Ni siquiera caeré en el cinismo de asegurarles que estas líneas no van por ellos y ellas. Saben que un poco también. De hecho, estoy convencido de que en su fuero interno son conscientes del exceso que ha acompañado a todo lo relacionado con la serie.
Y empezamos, literalmente, por el final. Leo que más de un millón de furibundos adeptos han firmado una petición para que se rehaga la última temporada del artefacto audiovisual. Imposible encontrar un retrato más exacto de estos tiempos retromodernos que nos han tocado. En la nueva democracia de pitiminí también se pretende decidir por mayoría —y no en urnas, sino en una plataforma de internet a la que se regalan datos personales por toneladas— a qué deben atenerse los creadores para no enfurruñar a la parroquia. Iba a escribir que pronto se abrirán suscripciones para cambiar la Iliada, el Quijote o Linguae Vasconum Primitiae, pero hasta esa ironía se queda corta. Hace poco leí que una reata de seres superiormente morales ya han publicado una versión de El Principito escrita con lenguaje inclusivo, de modo que se titula La Principesa. Que lo tengan en cuenta en el futuro tuneo de Juegos de Tronos al gusto del respetable.
Nada de esto es nuevo. El ejemplo más conocido es Sherlock Holmes que volvió de la muerte en 1901 por la presión de los lectores enfurecidos. Un fandom guerrero: ocho años insistiendo en que volviese. Athelstane, un personaje de Ivanhoe, resucitó igualmente a petición popular aunque no hubo que esperar tanto: de la aparición del segundo volumen al tercero. Fue menos de un año. Hay casos que se quedan a medio camino. Louisa May Alcott se resistió a casar a Jo March con Laurie. Por cierto, terminó tan harta de los fans de Mujercitas que planeó un terremoto para matarlos a todos aunque no lo llevó a cabo. Finalmente accedió en que se casara pero con otro porque el editor no cedía en lo de que fuese «una solterona» que era el plan original. Ya en el siglo XX los personajes de las series de televisión que no han gustado se han muerto, se han ido de viaje o los ha abducido un alien; depende del género.
La única novedad que veo es la plataforma de Internet. Antes de amenazaba con dejar de comprar una revista, o los libros de una editorial o dejar de ver una cadena de televisión escribiendo una carta.
Lo de cambiar obras literarias a conveniencia de uno u otro tipo no es nuevo. Por aquí cerca se rehizo la obra de Pío Baroja «El País Vasco», libro de viajes por siete provincias, mutilando sus referencias a Navarra e Iparralde; y para más bochorno, creo que prologada por Julio Caro Baroja. De Españistán cabe siempre esperar cualquier aberración contracultural.
Pues yo me confieso tronista desde que un amable y salao periodista en el viejo San Mamés habló de manera muy efusiva de ella, pero me niego a aceptar que el «respetable» o así mande a un artista o grupo de ellos lo que tiene que hacer con su obra.
Hablo en plural porque cada ve queda más claro que una serie audiovisual es mérito (o no ) de un colectivo.
Además de tener que tragar con que mucha gente confunda argumento con guión, manda eggs que exijan rehacer un final que no les gusta sólo por que la afinidad afectiva con algunos personajes y su desarrollo en la serie no encaje con un mundo de de fantasía y autoengaño tan necesario en otras narraciones.
Pero, jo…que JdT es un dramón como la copa de un pino, aparte de un relato intrincado y a veces incómodo sobre la historia de Europa a través de un Medievo un poco fantasioso.
La verdad, creo que el respetable tiene otros derechos, pero no el de intervenir en la historia de lo que nos cuentan.
Eso no es interacción, es impedir el desarrollo de una propuesta cultural/comercial en un ejercicio de control colectivo y al hacerlo, perder a su vez la capacidad de ser uno mismo un artista que proponga y ejecute algo de manera totalmente libre.
PD: y a mi tampoco me gusta un pelo el final, pero ha sido coherente con la deriva que iban llevando los últimos capítulos.
Y no cuento más por si alguno de vosotros aún no lo ha visto y está comiéndose las uñas.
Yo fui tronista hasta que salió un dragón. La de capítulos que me he perdido. No soporto los relatos de fantasía.
Disfruto con la ficción no necesariamente real pero sí verosímil. La ficción como alegoría, como relato educativo, moralizante o no, pero que busca la emoción, ya sea sorprendente, triste, divertida, nostálgica o esperanzadora.
La actual moda en la creación visual parecer ser lo inexistente, lo fantástico. No contentos con las conquistas y las guerras de las estrellas en un mundo lejano en el espacio y tiempo, nos abarrotan la edad media con toda suerte de fantasías de animales terroríficos inexistentes que incidan en la lucha por el poder, o zombis helados que también nos alejen de lo que realmente pasa o pudiera haber pasado, creando reynos dentro de reynos.
Quizá lo que me ahuyente de la serie es esa volubilidad que presentan los guiones por el uso de la fantasía: Con ella se pueden variar personajes, situaciones, finales… hasta islotes pegados a la costa donde, como en Gastelugatxe, sucedieron en la Edad Media cosas más interesantes y dignas de guionizar que en Rocadragón.
En resumen: Se prescinde de lo verosímil para convertir la obra de creación en objeto vendible, por ser manejable, moldeable a demanda. El ideal grouchiano: Cambiamos los principios (perdón, los finales en este caso) si usted lo desea.
Pero es que las obras de creación antes nos formaban, y no convenía mucho. Ahora nos distraen (y en el peor sentido, creo), como lo hacían al bueno de Alonso Quijano los libros de caballerías.
Sé de antemano que tu locuacidad y saber en el escribir me dará 1000 vueltas con el comentario que voy a hacerte. Pero tú eres un periodista y yo un simple mortal. Y oírte o mejor dicho leerte Esto: …Juego de Tronos: los que nos jactamos de no haber visto ni diez segundos del invento… me hace pensar mucho.
Lo primero que me viene la cabeza es que es una pena que hables sin conocimiento de causa! tampoco viste Heidi en tu niñez?o Falcón crest? O los soprano solo porque todos hablaban sobre ello?
No es ir un poco de guayón tu comentario? Algo que ha encandilado a millones de personas por todo el mundo, muchos millones de personas y te puedes permitir el lujo de hablar de ello sin conocerlo?
Es un comentario muy del tipo de aquella época en la que empezaban los móviles y algunos decían : “ yo solo llevo el móvil para que me localicen y me llamen eh”.
En una época en la que desde mi sobrino con 11 años hasta mi padre con 81 vemos y seguimos teleseries en las plataformas de televisión, nos sería más productivo a todos leer a alguien que sabe de qué palo vamos!
Cuando nos han estado dando por el C Todo el día en el trabajo en la ikastola o los achaques de la vejez, poder ponerte tras teleberri tu ficción favorita del momento y desconectar del mundo es un placer que te recomiendo.
Tras este comentario pienso que te pega todo ser de los que dice que tampoco utiliza Instagram, Twitter, apps… Pues todo eso junto con juego de tronos y otras 1000 cosas más son el siglo XXI.
Ahí te lo dejo.