El domingo hubo elecciones generales en Grecia. Lo habrán visto en un suelto de aliño perdido entre la crueldad de la canícula, las broncas orgullosas de diseño y, ya si eso, la cuenta atrás de Sánchez hacia su investidura (o no) o los pactos anunciados y desmentidos de la triderecha cañí. Ganó por goleada, o sea, por mayoría absoluta, Nueva Democracia, el partido conservador que empufó el país y lo condenó al infierno de la austeridad despiadada y los rescates europeos que se pagaron con sangre, sudor y lágrimas. O contado a la inversa, perdió Syriza, la formación supuestamente de ultraizquierda que se vio domesticada cuando le tocó bregar desde el gobierno con la pura y dura realidad.
El resultado, en todo caso, es lo de menos. Mucho más digna de subrayado me parece la diferencia con los comicios de hace ahora cuatro años y medio, que fue cuando Alexis Tsipras asaltó los cielos ante la ovación cerrada de la crema y la nata de la progresía. Los que no tenemos memoria de pez conservamos fresco el recuerdo del seguimiento al milímetro de aquella contienda electoral por tierra, mar y aire. Qué vivas, qué hurras, qué olés, qué colas de lideres de partidos de la izquierda fetén, incluidos los locales, para fotografiarse junto al gran líder de la imparable revolución helena que devolvería la dignidad a su pueblo.
Como suele ocurrir, la lírica de la campaña se trocó por la aburrida y tozuda prosa del gobierno. Hubo que tragar quina por arrobas y convocar, incluso, otras elecciones en las que Tsipras retuvo el poder al trantrán. Anteayer lo perdió otra vez en el final de una historia cuya moraleja les dejo a ustedes.
Un tema colateral relacionado. Recuerdo el «linchamiento» de aquellos tiempos a Angela Merkel; portadas con la canciller caricaturizada con bigotito a lo Hitler, etc.
Era la encarnación del mal; y al final la vamos a echar mucho de menos porque es lo más (de lo único) presentable del panorama europeo. Y lo de Grecia había sido durante décadas un desmadre importante.
La vida es compleja y complicada. Esto es tan obvio que ni debería enunciarse. Sin embargo, todos los electorados reaccionan mucho mejor al discurso que promete arreglar problemas económicos o culturales complejos con un par de toques de varita.
Pero es normal. A nadie le gusta escuchar que necesitará pasar años trabajando en una solución con el plus de no contar con garantía de éxito alguna, en el mejor de los casos. Somos humanos, necesitamos creer que tenemos algun control, que nuestras elecciones osn racionales.
En fin. A Grecia todavía le queda una década por lo menos de sufrir. Pero eso es así tanto con Syriza o con la derecha.