Diez años del 15-M. Como manda la costumbre de arrimar el ascua a la sardina ideológica propia, los recuerdos del episodio que vemos y oímos estos días oscilan entre la idealización superlativa y el desdén más absoluto. A riesgo de ser señalado una vez más como cansino equidistante, me atrevo a sugerir que lo que ocurrió hace ahora un decenio no fue ni la Revolución de los claveles ni una pérdida de tiempo de la chusma ociosa con ganas de jugar a cambiar el mundo. Ni éxito arrollador ni fracaso estrepitoso, por tanto, pero lo que es innegable, salvo que se padezca de ceguera voluntaria, es que aquellas movilizaciones masivas llenas de entusiasmo han tenido consecuencias de muchísimo calado en el tablero político general.
Es cierto que el llamado régimen del 78 sigue en pie, incluidas sus instituciones más rancias. También lo es que los poderes económicos mantienen su vigor si es que no lo han aumentado. Pero el susto no se lo quita nadie. Aunque en el balance global no sea demasiado porque siguen llevando las riendas, han tenido que enterrar ciertas malas prácticas y han debido acostumbrarse a compartir mesa con personas a las que despreciaban. También han visto cómo los votos de la gente normal les expulsaban de instituciones de primera línea. Todo eso ni lo imaginábamos cuando empezó el baile.
Si hacemos un símil con el boxeo, el 15 M fue un golpe del púgil aspirante que rozó el mentón del sempiterno y bravucón campeón a quien le creó serias dudas y le obligó a reconsiderar sus viejas tácticas defensivas para muchos ya caducas. Sin embargo el aspirante tiró la toalla en el 10º round quizás harto de que el árbitro le amonestara y los jueces le advirtieran. El campeón quedó con algún que otro golpe pero…indemne.
Y como dice el refrán a rey muerto rey puesto y ya se ha elegido el nuevo aspirante, en este caso nueva, que retará al viejo campeón. Ya tenemos pues una nueva y valiente retadora.
«Segundos Fuera «
Lo dijo Arquímedes: «dadme un punto de apoyo y moverė el mundo». Y siglos después, Pablo Iglesias dijo algo parecido: dadme un megáfono y una coleta y eliminarė la casta de la política española.
Pues ni Arquímedes movió el mundo, ni Pablo Iglesias ha eliminado lo que él llamó «la casta», y lo que aún es peor, según algunos, él mismo se ha convertido en «casta».
¿Se habrá dado cuenta de que no es lo mismo predicar que dar trigo? Y es que, desde la oposición y más aún desde el no tener ninguna responsabilidad de gobierno, es muy fácil, muy barato y queda muy bien, prometer todo lo que quieren o necesitan los que te están escuchando. Que sí Pablo, que no te niego buena voluntad en aquel 15M, pero lo que ha pasado después, lo sabemos… te has alejado del megáfono y te has cortado la coleta, una acción esta de cortarse la coleta que en la España taurina y ole, todos sabemos lo que significa.
Agur Pablo y gracias por aquel 15M, lo de después mejor olvidarlo.
Quizás no haya que evaluarlo en términos de éxito o de fracaso, sino de falta de continuidad.
Los errores propios y el acoso feroz han desmovilizado en gran parte aquel potencial.
La rabia ha dado paso al acogotamiento. El estado español no se anda con bromas para defender su concepto de España y por aquí lo sabemos desde hace mucho.
No creo que el golpe en el mentón (acertado símil de Javi) o la obligación de compartir mesa con el oponente al que se desprecia sean suficientes para deducir que haya cambiado gran cosa el tinglado político.
Hemos de recordar que el movimiento 15-M se produjo como reacción a la crisis-estafa del 2008, la vergonzosa claudicación de Zapatero, la cínica actuación del Banco de España que propició el atraco de la banca, los desahucios y la enorme devaluación de salarios, de empleos y de la esperanza de futuro de jóvenes y no tan jóvenes. Vamos, una rescisión unilateral del contrato social en toda regla. Por primera vez se asociaron decepciones en jóvenes parados, empleos de mediana edad, comedores sociales y jubilados en lucha, sin que los dos partidos dominantes dejaban de alternarse tanto en la formación de gobierno como en escándalos de corrupción. Afloró por tanto un quéhaydelomío generalizado que aupó a una progresía universitaria que veía una brecha favorable para crear su tercera vía de «indignados» muy en boga en todas las naciones de Europa, y que obligó quizá a parar la fiesta de los corruptos y pensárselo un rato. Lo que pasa es que por esa brecha asomó también a codazos otro quéhaydelomío del sanedrín financiero, del color de la economía, es decir, naranja, además del negro azulado de la antidemocracia clasista y fascista, harta de la derechita cobarde y dispuesta arrasar con la gente de buena fe y machacar al débil como machaca un hombre.
Sin embargo el ataque a la estructura económico social no podía tener éxito, sencillamente porque el paraíso a alcanzar no es español, es europeo, y con ramificaciones globales. No se puede acabar con la casta, porque la casta es mundial, y no llegas, seas Iglesias o Tsiripas.
Vizcaino, reconozco mi ceguera: No veo las consecuencias de muchísimo calado en el tablero político, a no ser que las nuevas piezas que hay encima se consideren cambios radicales. Que no estén ya alcaldes, lideresas, ministros y directores generales prevaricando no ha cambiado mucho el paisanaje, porque ahora llevan toga (atornillados al sillón de los no elegidos), o teclado digital (mintiendo con una avidez sin límites). No veo mejoras en el nivel ético, y aunque el comportamiento haya cambiado, las estructuras siguen igual y en manos de los mismos, o al servicio de los mismos: No había que atacar a la casta, sino a la pasta.