Ahora sí que sí. Es cuestión de días. De semanas, como mucho. Quizá no a la vez en todos los territorios de Euskal Herria, pero todo apunta a que muy pronto podremos liberarnos de las mascarillas, por lo menos, en exteriores. No sé si les pasa también a ustedes, pero desde que ha empezado esa oficiosa marcha atrás, me ha nacido una cierta ansiedad. Es como si fuera más consciente de que llevo una tela sujeta por una goma a las orejas que me tapa la nariz y la boca. Y eso que estoy entre los afortunados que ha tenido una relación de lo más llevadera con ella. Sí es verdad que hasta que descubrí determinada milagrosa bayeta antivaho, me tocaba ir prácticamente a tientas con las gafas empañadas cuando llovía o hacía frío. O que en días de calor, subir una cuestita con la bici se me hacía el Tourmalet. Pero, en general, he sido capaz de portarla sin mayores problemas y, además, con la conciencia de que me estaba protegiendo y protegiendo a los demás. Y no solo contra la covid, sino, como parece que ha quedado demostrado, contra muchos otros de los virus cotidianos. Siendo como era de una bronquitis, una faringitis y no sé cuántos constipados nasales al año, he pasado los últimos quince meses sin mucho más que la tosecilla de exfumador que me asalta de tanto en tanto para que no olvide mis viejos pecados. Así que no voy a dejar de celebrar el instante en que deje de ser obligatorio su uso al aire libre, pero algo me dice que incluso cuando la liberación se extienda a los espacios a cubierto, seguiré llevando un par de ellas en el bolsillo para usarlas en situaciones concretas. Y estoy seguro de que no voy a ser el único.
Lo de los catarros…bronquitis y demás es muy cierto. Yo ni uno en año y medio. Ni una nariz taponada…ni una tos.
En mi caso también acostumbraba a tomar todos los años jalea real desde finales de octubre hasta marzo…por aquello de las defensas contra los fríos…y en marzo de 2020 seguí tomándola de forma ininterrumpida hasta hoy. Supongo que también hay ahí efecto placebo.
En cuanto pasen en unos días de la segunda dosis de la vacuna dejo la jalea hasta el periodo habitual de otoño-invierno. Más que nada porque cuesta una pasta.
Todo ello si la Delta no nos jode la marrana.
Si los distintos Gobiernos están pensando en quitar la mascarilla en exteriores que sea por el asesoramiento de expertos en la materia y no por la única y exclusiva razón, como he oído a algunos políticos, de que en verano «hace calor y se está mejor sin ella».. encima atrae al turismo…que ya tenemos ganas….que nos lo merecemos… En fin tonterías y sandeces como estas las oímos a nuestros próceres casi todos los días y el pueblo lógicamente se lo cree, sobre todo porque es lo que quiere y desea oír.
Hace años nos hacía cierta gracia ver a chinos y japoneses con sus mascarillas, cuando aquí, mas chulos que nadie, todos tosiamos y estornudabamos a pleno pulmón sin ningún recato ni ocultamiento. Como mucho un cariñoso y caritativo …¡Jesús! o «salud» y todos tan contentos con tan generoso reparto de virus en todas las direcciones, como si de una bendición «urbi et orbi» se tratara.
Pues mira, ya vamos para año y medio que no nos hemos quitado la mascarilla de nuestras narices. Y cuando lo hagamos tal vez tengamos alguna sorpresa al ver lo que ha cambiado la cara de muchas personas desde que comenzó la pandemia. Y es que, hasta en eso nos habrá afectado la pandemia, y tal vez alguien prefiera seguir tapándose la cara.
Esperemos que ahora no se formen corros de gente en la calle charlando sin mascarilla como
si tal cosa , que algunos utilicen la misma durante un mes porque la llevan en el bolsillo para cuando entran a algún sitio cerrado y ya no es algo que les preocupe .
Cuidado con pensar que ya no hay virus porque en algunos países Europeos ya empiezan a repuntar casos con la variante india y están preocupados .
Estimado:
¿Cual puede ser la relación entre Los Indultos (con mayúsculas) la mascarilla en la calle y la tinta de calamar?
Adivina, adivinanza…