A primera hora de ayer fue solo el rumor que, según el clásico, es la antesala de la noticia. “Munilla podría ser nombrado obispo de Orihuela-Alicante”, decían los titulares, y lo que se me vino a la cabeza antes que cualquier otra consideración fue que hacía un huevo de tiempo que no sabía nada sobre él. Juraría, de hecho, que la vez anterior en que su nombre apareció en los medios también se trató de una especulación, solo que en esa ocasión no se cumplió. A Zamora lo mandaban por entonces.
Ahora, sin embargo, el chau-chau se ha confirmado. Después de doce años, el peculiar monseñor pone rumbo al sudeste peninsular, allá donde se bailan Paquito chocolatero y los Pajaritos de Maria Jesús y su acordeón. Se podrá vestir de lo que quieran, que no deja de ser una degradación del quince, cuando no una humillación indisimulada por parte de la jerarquía actual de la Iglesia. Qué lejos quedan aquellos tiempos en que los gerifaltes episcopales de entonces lo eligieron para poner orden en una de las diócesis tenida por más levantisca. No tuvo lo que se dice un recibimiento amable, con más de tres cuartos de los curas de base mostrando su recelo por escrito.
Quizá me haya perdido algún episodio, pero diría que al final la sangre no llegó al río. Munilla no pudo doblegar lo indoblegable y tuvo que acogerse a la cristiana resignación. De tanto en tanto dio de qué hablar por algunas de sus homilías o pastorales de pata de banco. O por su tibia actuación cuando estalló el caso de abusos sexuales a menores de un destacado prelado. Total, que en la despedida con la casulla entre las piernas cabe desearle tanta gloria como paz deja.
El obispo carca y con vocación de gestor inmobiliario se va ante la alegría de unos y la indiferencia de la mayoría que no considera trascendentes las noticias sobre los funcionarios de la iglesia catolica, en total decadencia entre otras cosas por personas como este impresentable. ¿Qué habrán hecho los fieles católicos de Orihuela para merecer esto?
En lo que haga el que llegue estará lo que se le achacaba al anterior.
De todas formas, en un mundo tan oscurantista y relacionado con el más allá, los de más acá no podemos llegar. Mas nos valdría que trasladaran a otras latitudes a los negacionistas, que marcan nuestra agenda, nuevos sacerdotes con toga y puñetas.
Dios le ampare.
Lo que es bueno para la feligresía gipuzkoana es malo para la estabilidad politica (sí, política) de Berboglio en el Vaticano, a quien se la tiene jurada la siniestra diestra de este estado y de aquellos en los que la cultura católica tienen algún peso.
Vaya por Dios, en vez de alegrarme porque tan retrógrado personaje sea exiliado a las tierras del arroz y de la corrupción más descarada estoy temiéndome que le preparen una conspiración de gran calado al jefe de todo esto, ese soplo de aire fresco con acento argentino al que basta que le odie el ultramonte para que a una le caiga bien, casi como un automatismo.
Hoy he oído en una tertulia radiofónica que “Berboglio es un Papa que gusta a los ateos y disgusta a la mayor parte de su parroquia”. Puede que haya algo de esto y, si es así, no creo que sea un buen negocio para la Iglesia Catolica. Ya se sabe el dicho: “quien da pan a perro ajeno, pierde perro y pierde pan”.