Compruebo por ciertas reacciones que mis letrajos de ayer iban pasados de vitriolo. Personas por las que siento gran estima se las han tomado como una colección de insultos gratuitos y me lo han hecho saber. En general, además, la mayoría de las respuestas venían envueltas en una formulación respetuosa. Eso hace que mi sentimiento de culpa sea mayor. Me parecería una excusa pobre decir que mi pretensión no era ofender puesto que parece evidente que lo he hecho. Y no exactamente a los principales destinatarios de mi diatriba que no eran los que no se ponen la mascarilla en exteriores sino quienes presumen públicamente de no hacerlo como si fuera una heroicidad.
Es con esas tipas y esos tipos en concreto con quien tengo algo personal. Lo que intentaba decir en mi columna de ayer es que a estas alturas de la pandemia me la bufa bastante ver rostros sin mascarilla en la calle. Salvo que se acerquen a mí en la parada del autobús o en una cualquier situación de concentración para echarme el aliento, de los suyo gastan. Lo único que les pido es que no me den la murga con sus chorradas contra el tapabocas y, vuelvo a repetir, que no me presenten su morro a cielo abierto como una muestra de rebelión del carajo contra el sistema. Añado también que me sobran las lecciones presuntamente científicas con citas a expertos que sostienen que la mascarilla en exteriores sirve de bien poco. Solo por pura intuición, ya comprendo que no es la panacea. Pero ocurre que también hay otros expertos con (por lo menos) la misma autoridad que creen que sí ayuda para frenar el virus. Por si resultara que esa teoría es cierta, yo la llevo. Sin más.
Estuve en una boda “súperpija”, en la que los “superpijos” cachorros cantaban de madrugada a voz en grito el “Bella Ciao”, convencidos, me imagino, de que era un himno libertario, por el lado de más derechista del término. No me parece ni bien ni mal, únicamente que denota una cierta desorientación. Netflix hace estragos. Por otro lado, que la autoridad competente, repetidamente demostrada incompetente, dicte normas de más que dudosa lógica, pues eso, produce melancolía. Sobre todo a estas alturas de la película. Para comprender todo este lío de la necesidad o no de cumplir leyes y normas aparentemente no y injustas, sino descabelladas, aconsejó leer el “Criton”, de Platón, sobre la ¿injusta? condena a muerte de su maestro Sócrates y las reflexiones de este el día anterior a su suicidio obligado.
Estimado Javier, lo que mosquea del tema de las mascarillas, así como de otras medidas adoptadas por las autoridades, incluidas las más cercanas, es que un día nos recomiendan una cosa y al día siguiente la contraria. Entendiendo que es difícil la gestión de este trance, que ha sorprendido a todo pitxitxi, ya vamos para dos largos años. Y la gente ya está (estamos) cansada después de tanto tumbo.
De tumbos nada. Si se examinan las recomendaciones sanitarias:
1) Higiene y medidas profilácticas
2) Distancia social
3) Evitar aglomeraciones
Lo único que ha cambiado es que, tras la gran guerra del aerosol, se añadió ya en 2021
4) Ventilar
Pero ha sido el único cambio. Todo esto podría haberse escrito con puñeteras luces de neón, pero nos lo pasábamos por la sobaquera cada vez que los hospitales daban un tímido respiro. Y vuelta a empezar con las mismas recomendaciones que no han desaparecido en ningún momento.
Creo que, en realidad, es porque esta enfermedad está en una zona intermedia. No es lo bastante mortal para que todo el mundo conozca muertes, no es lo bastante ligera como para no saturar continuamente los hospitales, que sería ese nivel de gripe.
A ver qué pasa después de ómicron, como bien decía Javier, si la inmunidad desaparece en unos meses, tendremos oleadas continuas. Supongo que una atención primaria desaparecida y que a los parientes mayores jueguen a la ruleta rusa nos parece poca cosa ante el cansancio que nos produce el no podernos juntar, pero dígase con honestidad. No echando la culpa a «otros».
No es cuestión de echar la culpa a nadie. Vuelvo a repetir que es una situación que a pillado de sorpresa a todo el mundo; ciudadanía y administración. Pero ante el desconocimiento lo mínimo que se pide es transparencia y coherencia en la medida de lo posible. Un ejemplo: Marzo 2020. Consejera de Salud del Gobierno vasco, Nekane Murga: «Las mascarillas no sirven», aseguró ante el acopio de estos elementos en las farmacias. «Su uso no previene para coger la infección. Lo que previene es lavarse las manos y no tocar superficies en sitios muy frecuentados», añadió dos días más tarde.
5 abril. Nekane Murga, en una entrevista con EL CORREO.
Después de visto todo el mundo es listo.
Porque en ese momento, ni siquiera la OMS estaba segura de si las mascarillas servirían más allá del ámbito hospitalario, dado que daba por seguro que el virus no se expandía por suspensión de aerosoles en el aire sino por fomites (partículas pesadas) así que querían reservarlo y evitar el desabastecimiento. ERA lo que tenían que hacer según la información disponible.
Posteriormente, las huestes de la transmisión por aerosol bombardearon con estudios y más estudios hasta que ganaron la posición… en 2021.
Hemos partido de una posición epidemiológica clara. Otra cosa es que esa posición, desde el punto de vista de alguien medianamente social es un mojón, un zurullo, una mierda pinchada en un palo y se quiere pasar cuanto antes a vivir como si no pasara nada.
Y lo entiendo, en serio que lo entiendo. Como lo entienden perfectamente las «otras» autoridades, que han tenido que lidiar precisamente con eso, con una población que quiere volver a la normalidad cuanto antes y los miles de muertos… pues como que los mira de soslayo. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, ¿No?
Quizá no hemos entendido que la normalidad es esto. Que habrá cada vez más oportunidades de que una bacteria súperresistente salte de nuestro ganado a los seres humanos, de que un virus de la gripe le de por imitar lo de 1918 o que un hongo se ponga tontorrón en nuestras vías respiratorias. Pero en lugar de asumirlo, pisar el acelerador a fondo para que tengamos todas las herramientas a punto, tanto las tecnológicas, como las políticas y sociales.
Es humano no querer verlo y buscar excusas externas, lo sé. Pero no es racional y nos lleva de cabeza al desastre.