Aunque creo que la mayoría de los lectores entendió lo que traté de expresar en mi columna de hace unos días sobre la reconciliación, no faltó quien dedujo que en ella apostaba poco menos que por la perpetuación del conflicto. Nada más lejos. Me gustaría dejarlo muy claro y por eso, como ya empieza a ser costumbre, dedico una segunda entrega al asunto con la esperanza y el propósito de explicarme mejor.
Tal vez se trate sólo de una cuestión de lenguaje. Para mi la palabra “reconciliación” es inabarcable. Implica una generosidad y una disposición de ánimo de tal magnitud por parte de quien está inclinado a llevarla a cabo, que creo sinceramente que queda fuera del alcance la mayoría de simples e imperfectos mortales. Admiro a las personas capaces de reconciliarse, pero si miro a mi alrededor, mi impresión es que son excepcionales en toda la extensión del término.
¿A qué podemos aspirar los que carecemos de esa grandeza de espíritu? Sencillamente, a convivir respetuosamente. Puede saber o sonar a poco, pero si recordamos de dónde venimos o, incluso, dónde estamos ahora mismo, nos parecerá un gran triunfo. Pedir más que eso me parece una hipoteca de decepción a plazo fijo y una ausencia de realismo total. Si con suerte te llega para un menú del día, no puedes empeñarte en comer en el restaurante más exclusivo.
Resulta más práctico y rentable a la larga ir quemando etapas sin prisa pero sin pausa. Tenemos muchos motivos para estar satisfechos de lo que hemos conseguido hasta ahora. Empecemos por apreciarlo y trabajar para asentarlo. Por supuesto que no nos conformamos, y por eso debemos seguir avanzando paso a paso. Primero, la capacidad de convivir y el reconocimiento mutuo. Luego vendrán la ruptura de muchos prejuicios recíprocos y el maravilloso descubrimiento de que aquellos a los que se consideraba enemigos pueden convertirse en amigos. Naturalmente, por decisión personal y voluntaria.
Suscribo cada una de tus palabras JV. Lo demás es enmadejarlo todo más de lo que ya está. Lo que para «uno» es un nivel mínimo de exigencia al «otro»… para el «otro» lo es de máximos… pero se trata del mismo nivel. Me refiero a la situación en la que estamos que es para darse con un canto en los dientes. Quien quiera más, tanto de un lado como de otro, le está haciendo un flaco favor a la buena marcha de las cosas.
la gente inteligente tiende a simplificar las cosas. Los tontos se complican la vida. Somos inteligentes o somos tontos?
Agur Iparretik!
El comentario anterior era una prueba. Hay dias que esto no funciona. Parkatu.
Lo dicho, dicho está; y más si está escrito. Donde creo que te ha columpiado es en igualar victima-asesino con torturado-torturador.
Eskerrik asko Javier por regalarnos tus magnificas reflexiones.