Pues otra más. Campaña electoral número ene que se echa servidor al coleto. Como cada una de las anteriores, es la más trascendente. Por lo menos, hasta la siguiente o, sin esperar tanto, hasta que el aparato digestivo de momentos presuntamente históricos hace su trabajo, que suele ser muy pronto. Bendita capacidad de adaptación a lo que sea. Cuánta razón tenía el lehendakari Ibarretxe: al día siguiente vuelve a amanecer, y aunque salga nublado, no queda otra que tirar hacia adelante. Camina o revienta, que decía el Lute.
¿Una tirita antes de tener la herida? Qué malos son ustedes. No es más que resabio de quien, como servidor, va para veterano y tras mil y una partidas a cara o cruz ha comprobado que, a la larga, ni la derrota es tan perra ni la victoria tan dulce. A partir de ahí, que ocurra lo que tenga que ocurrir, aunque ojalá se parezca a lo que deseo, que no es muy diferente de lo que seguramente se imaginan. Es lo bueno o lo malo de conocerse, que ya no nos sorprendemos.
Por lo demás, lo único que pido hasta que llegue el momento de contar las papeletas es que quienes nos reclaman que metamos en la urna la que lleva sus siglas se apiaden de nosotros. Sería de agradecer infinitamente que no nos tomaran por imbéciles. No les digo que lo disimulen, que en eso los hay muy duchos, sino que directamente se planteen la posibilidad revolucionaria de vernos como algo más que sujetos para camelar. Ahorren en topicazos, en promesas imposibles de cumplir, en frases de las que habrán de desdecirse, en exabruptos gratuitos y, desde luego, en mentiras de aluvión. Así ganarán incluso los que pierdan.