Urnas parlantes

Mi animal mitológico favorito es la urna parlante. Lástima que todavía no haya encontrado una sola. Lo confieso no sin rubor, pues debo de ser uno de los pocos seres humanos que queda por asistir al sin duda majestuoso espectáculo de las cajas de metacrilato lanzando sus (por lo visto) siempre sabias y certeras peroratas. Escribo, por supuesto, de oídas y con una indisimulable envidia hacia tantos y tantos afortunados que juran haber escuchado de labios de las urnas todo tipo de sentencias lapidarias, sospechosamente acordes, eso también es verdad, a los intereses de los presuntos testigos de semejante fenómeno.

“Las urnas dijeron contundentemente que querían un gobierno de coalición”, proclaman los apóstoles del sumo sacerdote Iglesias Turrión. “Las urnas hablaron con claridad”, porfían con más misterio y con interpretación abierta a rotos y descosidos los acólitos del sanchismo ivanredondista. Y al otro lado de la bisectriz ideológica, lo mismo, pero con la martingala adaptada a su nicho de mercado y cambiando el sujeto de la frase por “los españoles”, como si los resultados electorales fueran el producto de una decisión consensuada por todos los miembros del censo.

No negaré que quizá tras un referéndum (de esos que tanto acongojan a algunos) tenga sentido expresarse en esos términos. Incluso sería razonable hacerlo ante unos resultados apabullantes en unos comicios. En el resto de los casos, empezando por el del 28 de abril, poner este o aquel mensaje en boca de las urnas o de una entelequia bautizada “los españoles”, “la ciudadanía” o “la sociedad” solo es propio de iluminados, de jetas o ambas cosas.

Una campaña más

Pues otra más. Campaña electoral número ene que se echa servidor al coleto. Como cada una de las anteriores, es la más trascendente. Por lo menos, hasta la siguiente o, sin esperar tanto, hasta que el aparato digestivo de momentos presuntamente históricos hace su trabajo, que suele ser muy pronto. Bendita capacidad de adaptación a lo que sea. Cuánta razón tenía el lehendakari Ibarretxe: al día siguiente vuelve a amanecer, y aunque salga nublado, no queda otra que tirar hacia adelante. Camina o revienta, que decía el Lute.

¿Una tirita antes de tener la herida? Qué malos son ustedes. No es más que resabio de quien, como servidor, va para veterano y tras mil y una partidas a cara o cruz ha comprobado que, a la larga, ni la derrota es tan perra ni la victoria tan dulce. A partir de ahí, que ocurra lo que tenga que ocurrir, aunque ojalá se parezca a lo que deseo, que no es muy diferente de lo que seguramente se imaginan. Es lo bueno o lo malo de conocerse, que ya no nos sorprendemos.

Por lo demás, lo único que pido hasta que llegue el momento de contar las papeletas es que quienes nos reclaman que metamos en la urna la que lleva sus siglas se apiaden de nosotros. Sería de agradecer infinitamente que no nos tomaran por imbéciles. No les digo que lo disimulen, que en eso los hay muy duchos, sino que directamente se planteen la posibilidad revolucionaria de vernos como algo más que sujetos para camelar. Ahorren en topicazos, en promesas imposibles de cumplir, en frases de las que habrán de desdecirse, en exabruptos gratuitos y, desde luego, en mentiras de aluvión. Así ganarán incluso los que pierdan.