Cifras que mienten

Si no nos mata la pandemia, lo hará una sobredosis de cifras. Todas requeteverídicas y, al mismo tiempo, falsas como un billete de siete euros. Y que levante la mano el que este libre del pecado de espolvorearlas como si fueran la revelación del cuarto secreto de Fátima. Yo me acuso, contrito y arrodillado ante ustedes, mis sufridos y espero que indulgentes lectores y oyentes, de participar en la ceremonia de la confusión diaria a base de números y tantos por ciento al peso en los informativos que maldirijo en Onda Vasca. No sé cuántos contagios en las últimas 24 horas, equis más (o menos) que ayer, con una positividad de jota al cuadrado partido de la raíz cúbica de omega. ¿Entienden algo? De eso se trata, de que la audiencia se quede con la música pero no con la letra.

Seguiré obrando así, pero ahora que estamos en confianza, les aconsejaré que se pongan mascarilla en el cerebro y se apliquen gel hidroalcohólico mental a discreción cuando desde los medios les bañemos de datos sin desbastar. Piensen, por poner un ejemplo muy simple, que no es lo mismo cien contagios sobre quinientas PCR o sobre 5.000. O que también cambia el resultado si una parte importante de los test se hace conscientemente donde se sabe que no se va a encontrar bicho o en lo que se ha constatado como foco galopante.

Borbón en off

Redacción: La vaca. La vaca tiene cuernos. La vaca come hierba. La vaca da leche. La vaca hace muuuu. Felices fiestas, eguberri on, bon nadal, boas pascuas.

Como sé que muchos de ustedes son más de poteo previo de nochebuena que de echarse caspa a los ojos o, directamente, que no se atizarían un Bourbon on the rocks ni por todo el oro del mundo, me he permitido resumirles arriba el discurso que expelió anteanoche el actual titular de la corona española. Sí, seguro que han leído o escuchado que dijo otras cosas. Pero no se dejen confundir. Las interpretaciones a medida del consumidor ideológico forman parte de la coreografía que sigue a la emisión del mensaje. En general, la charleta gusta a los de siempre y disgusta a los otros de siempre. Cada cual se cuelga de esta o aquella frase para verter opiniones que ya tenía precocinadas desde antes de que sonara el chuntachunta que abre paso a la conexión en falso directo —esta vez de 24 horas— con el casuplón del Preparao.

En el caso que nos ocupa, ni siquiera cabe ese ejercicio de equilibrismo argumental. El texto que recitó el tipo estaba específicamente construido para llenar los diez minutos de rigor. Fueron seis folios de topicazos de cuarta regional que sirven lo mismo para un roto que para un descosido. De traca fue que mentara Catalunya como de pasada en una enumeración de preocupaciones que incluía las consecuencias de la revolución tecnológica (sic) sobre la cohesión social o la desconfianza de algunos (sic) ciudadanos en las instituciones. Le faltó añadir la decepcionante trayectoria en la liga de su Atlético de Madrid. En resumen, no dijo nada de nada.

Urnas parlantes

Mi animal mitológico favorito es la urna parlante. Lástima que todavía no haya encontrado una sola. Lo confieso no sin rubor, pues debo de ser uno de los pocos seres humanos que queda por asistir al sin duda majestuoso espectáculo de las cajas de metacrilato lanzando sus (por lo visto) siempre sabias y certeras peroratas. Escribo, por supuesto, de oídas y con una indisimulable envidia hacia tantos y tantos afortunados que juran haber escuchado de labios de las urnas todo tipo de sentencias lapidarias, sospechosamente acordes, eso también es verdad, a los intereses de los presuntos testigos de semejante fenómeno.

“Las urnas dijeron contundentemente que querían un gobierno de coalición”, proclaman los apóstoles del sumo sacerdote Iglesias Turrión. “Las urnas hablaron con claridad”, porfían con más misterio y con interpretación abierta a rotos y descosidos los acólitos del sanchismo ivanredondista. Y al otro lado de la bisectriz ideológica, lo mismo, pero con la martingala adaptada a su nicho de mercado y cambiando el sujeto de la frase por “los españoles”, como si los resultados electorales fueran el producto de una decisión consensuada por todos los miembros del censo.

No negaré que quizá tras un referéndum (de esos que tanto acongojan a algunos) tenga sentido expresarse en esos términos. Incluso sería razonable hacerlo ante unos resultados apabullantes en unos comicios. En el resto de los casos, empezando por el del 28 de abril, poner este o aquel mensaje en boca de las urnas o de una entelequia bautizada “los españoles”, “la ciudadanía” o “la sociedad” solo es propio de iluminados, de jetas o ambas cosas.