Irresponsables con y sin cubata

Si no estuviéramos en medio de una inmensa tragedia con alrededor de cien mil muertos en el estado, resultaría hasta cómico. El ministro de Justicia español, un tipo cuyo nombre desconocen nueve de cada diez de sus administrados, sale de las catacumbas para decir por la mañana pata y al mediodía patata. Qué personaje, el tal Juan Carlos Campo, que nos madrugó en El País con una redacción escolar en la que daba por muerta la pandemia y terminaba con un párrafo pegoteado tras las imágenes de la nochevieja del fin del estado de alarma deslizando que quizá se pueda cambiar el cagarro de decreto evacuado por su gobierno el otro día. Total, para desmentirse a sí mismo un rato después en el programa de Ferreras.

La última versión del mengano cuando tecleo estas líneas es que no hay nada que cambiar, que la legislación ordinaria no permite el toque de queda y que las comunidades tienen “un arsenal de herramientas jurídicas” para hacer frente al virus. Ni media hora antes, su compañero de gabinete Miquel Iceta había asegurado a metro y medio del vicelehendakari Josu Erkoreka que si cualquier comunidad necesitaba un estado de alarma, se estudiaría y con toda probabilidad se concedería. Como se ve, la irresponsabilidad de los juerguistas del domingo es directamente proporcional a la del gobierno español.

AstraZeneca: incomprensible

Se diría que las autoridades sanitarias españolas han renunciando a la batalla de la comunicación. Lo que no tengo claro es si el motivo es que la dan por perdida o, directamente, que no les parece importante gastar tiempo informando a la ciudadanía de algo que es difícil de explicar. Y así, han optado por imponernos sus decisiones como en tiempos se hacía con el ricino, es decir, por las bravas. Y sin entrar en las ilógicas restricciones actuales —comunidades cerradas y fronteras abiertas para que los turistas exteriores tengan vía libre— el penúltimo episodio más representativo de lo que hablo es lo ocurrido con la vacuna de Astrazeneca.

Para empezar, se frena en seco la inoculación sin dejar claros los motivos; ni siquiera los expertos habituales eran capaces de entenderlos. Luego, cuando la Agencia Europea del Medicamento dice que no hay causa para el exceso de celo, en lugar de reanudar los pinchazos inmediatamente, se espera hasta mañana. Y lo último es que ahora resulta que esa vacuna sobre la que había tantas dudas es también efectiva para la franja de edad entre los 55 y los 65 años. Seguramente, habrá razones basadas en la ciencia que amparen todas y cada una de las decisiones. Sin embargo, es muy complicado que el común de los mortales no sienta que algo que no se le cuenta.

Cifras que mienten

Si no nos mata la pandemia, lo hará una sobredosis de cifras. Todas requeteverídicas y, al mismo tiempo, falsas como un billete de siete euros. Y que levante la mano el que este libre del pecado de espolvorearlas como si fueran la revelación del cuarto secreto de Fátima. Yo me acuso, contrito y arrodillado ante ustedes, mis sufridos y espero que indulgentes lectores y oyentes, de participar en la ceremonia de la confusión diaria a base de números y tantos por ciento al peso en los informativos que maldirijo en Onda Vasca. No sé cuántos contagios en las últimas 24 horas, equis más (o menos) que ayer, con una positividad de jota al cuadrado partido de la raíz cúbica de omega. ¿Entienden algo? De eso se trata, de que la audiencia se quede con la música pero no con la letra.

Seguiré obrando así, pero ahora que estamos en confianza, les aconsejaré que se pongan mascarilla en el cerebro y se apliquen gel hidroalcohólico mental a discreción cuando desde los medios les bañemos de datos sin desbastar. Piensen, por poner un ejemplo muy simple, que no es lo mismo cien contagios sobre quinientas PCR o sobre 5.000. O que también cambia el resultado si una parte importante de los test se hace conscientemente donde se sabe que no se va a encontrar bicho o en lo que se ha constatado como foco galopante.

Diario del covid-19 (52)

Después de varios días de mareo de perdiz, o sea, del personal, desde hoy mismo es obligatorio el uso de mascarilla en aquellos lugares donde no sea posible mantener la distancia de seguridad. Eso quiere decir que prácticamente en todos, pues tal como se ha puesto el ansia paseatoria de la peña, hasta en los ascensos a los montes se las ve uno y se las desea para no rozar a un congénere o no ser rozado por él. No les cuento la cantidad de runners sudorosos que me han rociado estos días con sus felipilllos renqueantes u otros fluidos.

Puesto que, en el fondo, no dejo de ser un miembro disciplinado del cuerpo social, seré el primero en acatar la medida, así me hostie treinta veces por el jodido vaho que, por más vídeos reenviados por guasap que mire, sigue empañando mis gafas. De hecho, antes de la entrada en vigor de la medida, ya iba con el tapabocas en mis temerosas y cívicas salidas por la rúa. Lo que no voy a dejar de hacer, sin embargo, es mostrar mi perplejidad ante los mil y un zigzags que se han marcado las autoridades públicas antes de decretar el uso impepinable del dichoso trocito de tela con filtro. Recuerdo en particular a un muy molesto Fernando Simón adoctrinando a un periodista sobre la inutilidad absoluta de las mascarillas frente a este coronavirus concreto. Pues ya ven.

Catalunya, ¿qué está pasando?

Aquí sigo desde el final de la columna de ayer, como en las historietas de Mortadelo y Filemón, con la barba blanca creciendo a ojos vista, esperando la explicación fetén de los procesistas de salón sobre lo que ha pasado en Catalunya en estos últimos días. Mi banda sonora, una de las primeras de Fito: Todo está muy claro pero no lo entiendo. ¿Quién está ganando y quién está perdiendo?

Y sí, ya, que lo de la división del soberanismo es un invento de la pérfida propaganda unionista española. Nos hemos imaginado las peticiones de dimisión de Torra a grito pelado en la calle. O la sentencia de la CUP en sede parlamentaria: con ustedes o contra ustedes. O la andanada de Rufián, el de las 155 balas de plata, desmarcándose del ultimátum de plexiglás a Sánchez. O ese mismo desmarque, pero en versión más sangrante, en labios de los propios compañeros de partido del president accidental.

Venga, que sí, que preciosos los selfis, los avatares, las actualizaciones postureras en Instagram de cenitas y birras patrióticas con los amics catalás, los intercambios de sobeteos o las gracietas de los tuitstars de lance (con sueldo a cargo del estado opresor) sobre la foto de Urkullu con González. Ahora toca una descripción razonable de los hechos. Puro minuto de juego y resultado. Sin el recurso del victimismo o la negación de la evidencia. ¿Que hay presos políticos y exiliados? ¡Claro, claro! Por eso mismo, por respeto a ellos, al encabronamiento indisimulado de alguno de los más significados, procedería dejarse de engordar los egos a su cuenta, y aplicarse al diagnóstico sincero de la situación. Pero ya sé que no va a ser.

¿Y mañana?

Si se mide por repercusión mediática y capacidad para ocupar la agenda informativa, es indudable que la huelga feminista de hoy se va a saldar con un éxito morrocotudo. En las últimas semanas se ha instalado como generador de quintales de noticias y materia para el debate. Ojo, y no solo en los medios o en las redes sociales, sino a pie de calle, en los centros de trabajo y me atrevo a decir que hasta en los domicilios y lo que en el lenguaje apolillado de curillas trabucaires como Munilla se denominaba el tálamo conyugal.

De igual modo, seguramente por lo novedoso del planteamiento, nos ha servido para asistir a una curiosa coreografía palmípeda de la confusión. Todo quisque pisando huevos. Partidos, instituciones y personalidades públicas han sudado tinta china para no pasar por retrógrados difusores del machirulismo sin que pareciera tampoco que se habían convertido al barbijoputismo. Francamente, me han resultado divertidísimas ciertas contorsiones postureras “para que no se diga”, igual que la mema competición a ver quién la tiene más larga (uy, perdón) en materia de reivindicación de igualdades. Fuera de concurso, muchos de mis compañeros de colgajo inguinal, sumándose a la fiesta sin darse cuenta de que caen en el más patético de los machismos, que es el paternalismo. Comparto mogollón tu lucha y tal, nena. ¡Cómo le cabreaban estos soplagaitas a la prematuramente fallecida pionera de estas peleas, María José Urruzola!

Por lo demás, la incógnita está en lo que ocurrirá en cuanto nos hayamos hecho los selfis y aventado los chachimensajes de rigor, o sea, mañana mismo. Siento no ser optimista.