Caen —caemos— como moscas. Ayer hincó la rodilla la revista Don Balón, en otro tiempo cartilla Palau de los que tuvieron que cambiar muy pronto el pupitre por el andamio o el torno. Los de mi generación no me dejarán por mentiroso: llegaba a los kioscos en paquetes de a cincuenta y como te hubieras entretenido diez minutos en la cola del pan, te quedabas esa semana sin la dosis de Cruyff, Santillana o el breve de Dani o Satrustegi. Con suerte, un amigo te la mercaba en la capital o conseguías hojear un ejemplar con chorretones de grasa y aroma a Farias en el tasco de la esquina. Pero del pasado esplendoroso no se vive. Andando los años, los ciento y pico plumillas que llegó a tener mermaron hasta los doce que acaban de ver la persiana cayendo como una guillotina.
Son los últimos (o tal vez a esta hora los penúltimos) de la interminable lista de curritos de la comunicación que de la noche a la mañana se han encontrado a la intemperie. Faltan dedos para hacer inventario de todas las cabeceras que se han ido al guano en un par de vueltas al calendario. Sólo en lo que va de este mes puñetero y cabrón, además de despedirnos de la biblia futbolera y del Xornal de Galicia, hemos visto caer la sigla maldita —ERE— sobre Público, El Economista, los diferentes diarios Sur y hasta la recién creada 10 Televisión (¡Vocento!), que traza el mismo camino de la efímera Veo de Pedro Jota Ramírez. Son un suma y sigue tremebundo de las situaciones en Prisa (2.000 despidos, que se dice pronto), Cope, La Razón o las incontables pequeñas emisoras y minipublicaciones borradas del mapa aquí o allá.
La Asociación de la Prensa, que tampoco se ha caracterizado nunca por una defensa berroqueña del gremio, calcula que entre pitos y flautas la sangría se puede poner pronto en 10.000 patadas en el culo. Y me parece precio de amigo. Habrá alguien aún que pida un periodismo comprometido y valiente. Ya.